Ya estamos a pleno verano y muchos de nosotros estamos de vacaciones. Vacaciones es sinónimo de romper con la rutina y abrir la puerta a la sorpresa, dejando que el devenir sea el lápiz que escribe la agenda. Por desgracia, que ingenuos que somos. La mayoría de las personas pueden explicar cómo han ido sus vacaciones incluso antes de empezarlas, porque estamos hechos de pasta de rutina y de círculos circulares y cíclicos. Ya nos gustan los cambios, pero tienen que ser bien pautados porque demasiada sorpresa nos marea.

No es solo una previsión individual, sino que somos ovejas del rebaño y todo el entorno es previsible, desde el calor hasta la comida que encontraremos en las mesas. Y no es por una cuestión de tradición u, ojalá, por una imposición de la estacionalidad de los alimentos —que tanto nos fastidia y comemos boniatos en junio y tomates en enero—, sino por las malditas tendencias que hacen que las cartas de los restaurantes de todo el mundo sean miméticas y tanto es que estemos en Vladivostok o en Ushuaia, que no faltarán tostadas de aguacate o smash burgers.

Me juego un plato de guisantes lágrima, poca broma, que soy capaz de averiguar qué habrá en tu mesa este verano. Si vas invitado en casa los amigos, te espera una barbacoa de carnes —con más chorizo y butifarras que chuletas, que van caras— y también unas verduras, ensaladas con queso feta, carpaccios de calabacín y, en el mejor de los casos, un plato de anchoas.

En casa, los gazpachos —muy probablemente de tetrabrik— y la tortura de las sopas frías de sandía, de cerezas o de melocotón, complementadas con un pollo asado. En los postres, el helado de turrón o de stracciatella. Y siempre un vino blanco bien fresquito, que lo hace más pasador si lo decimos con diminutivos. Por el contrario, si eres de chiringuito prepárate por una sobredosis de paellas, fideuás, calamares a la andaluza, mejillones al vapor, pan con tomate, salmorejos, ensaladas caprese con una burrata escondida, chuletones y croquetas y más croquetas.

Hoy las tendencias son mundiales y las mesas no solo son iguales en los vecindarios sino en todo el mundo. Fastidia que, incluso, nuestra rebeldía es previsible

Ah, y los postres, en este apartado da igual que vayas al chiringuito, al restaurante con ínfulas o a la fonda del barrio: chessecake, carrot cake y brownie. Estos no fallan. El tiramisú se arrastra como un ex que no acepta que se ha acabado y están volviendo con fuerza los flanes que son más bien una crema que se aguanta con pinzas para mantener la forma, pero que a mí me hacen volver loca, la verdad.

Y ahora que las noches son tórridas y el pijama nos molesta tanto, quizás añoraremos aquel pijama de flan, melocotón en almíbar, helado de vainilla y galleta, omnipresente en los restaurantes de los años 60 y 70 del siglo pasado porque que no es exclusivo de ahora que todos comemos igual. Pero hoy las tendencias son mundiales y las mesas no solo son iguales en los vecindarios sino en todo el mundo. Fastidia que, incluso, nuestra rebeldía es previsible.