Voy tarde para recomendaros el magnífico ciclo Julio al Fresco del Ateneu de Barcelona porque, me sabe mal, ya se ha acabado. Pero estad atentos a las actividades que se programan a lo largo del curso porque son de las que generan memoria. Esta memoria a la cual Acorar –la obra del dramaturgo y escritor Toni Gomila- venera para no acabar siendo más bestias que las bestias.
Me avergüenza admitir que he tardado 30 años en ver una obra fundamental y necesaria que, de tanto que me ha acorado, no sé cómo acorarla. Aunque fue escrita en 1995, desgraciadamente sigue siendo muy actual porque en todo este tiempo hemos avanzado, hemos progresado, sí, pero clavando el acorador a nuestra tradición, a nuestra lengua, a nuestra identidad, menospreciándola y malhiriéndola. La obra gira en torno a la necesidad de evocar el pasado con la imposibilidad de hacerlo sin dolor. Es tan bestia lo que explica –y no porque acorar sea el verbo que describe el momento de llegar al corazón al cerdo para iniciar el ritual de la matanza– sino porque nos pone delante de las narices todo lo que hemos corrompido, todo lo que nos hemos vendido –Judas!– por cuatro doblones: el patrimonio cultural –el material y el inmaterial. ¡Todo!
Matamos, con con respecto al animal, siguiendo unos rituales que fortalecen lo nuestro y nos arraigan a nuestro mundo
"¿Tengo que matar yo el cerdo"?. Así empieza la obra que, traducido, vendría a ser: "¿tengo que hacer el esfuerzo de aprender y mantener las tradiciones o me es más cómodo tirarlo todo al agua"?. El ritual atávico, limpio y preciso, de la matanza, que viene del fondo del tiempo, nos explicaba cómo era el mundo. Matamos para vivir. Matamos, con respecto al animal, siguiendo unos rituales que fortalecen lo nuestro y nos arraigan a nuestro mundo, el mundo de las cosas que siempre se han hecho así porque tienen un sentido, una razón, que solo entenderemos cuando no las tengamos. Matamos para hacer despensa y poder garantizar alimento a la tribu. Matamos juntos para transmitir los códigos de la tribu a los más jóvenes, a los niños, al futuro. Un futuro que evoluciona, que cambia, porque no tendría que perder todo lo que tenemos, que no tendría que venderse la identidad. ¿Qué significa pertenecer y qué precio pagamos por olvidar?
En la obra, el descuartizamiento del cerdo es la ruptura del alma de una sociedad que pierde sus raíces y cultura por la modernidad y la globalización. El texto aborda la muerte o la supervivencia de la cultura. Y en toda esta confusión, la plaga bíblica cae sobre el pueblo elegido –el pueblo que, hoy descreído, hacía la señal de la cruz sobre la sangre del cerdo en el perolo: la sobrasada se vuelve blanca. Es un castigo por la traición de haber tenido prisa, de haber cambiado las cosas solo para el beneficio del bolsillo: la traición de haber utilizado conservantes para satisfacer a los de fuera, renunciando a lo que somos. La sobrasada se vuelve blanca. Hemos podrido la dignidad de un pueblo.
Acorar. Matémoslo todo: el pueblo, la cultura, la lengua, la memoria. Somos más bestias que las bestias.