Los catalanes que hemos emigrado y recorremos el mundo, en concreto los EE.UU., y que formamos parte de una especie a menudo llamada los "Tú todavía, que te has ido", nos declaramos soñadores en todos los sentidos posibles de la palabra. A menudo soñamos con fuets, longanizas y pescado del litoral catalán, entre otros tesoros de nuestra despensa, que, de momento, no tienen pasaporte de entrada al sueño americano. Nos vamos de Catalunya convencidos de que llegaremos a destino y nos camuflaremos en el nuevo medio como si fuéramos sepias, dotadas de millones de cromatóforos que con su magia nos harán pasar por ejemplares nativos y seguidores de las tradiciones y costumbres más patrióticas, incluidas las que hacen referencia al hecho de alimentarnos. Nada más lejos de la realidad.

fish and chips
Cartel de fish and chips

La comida es el acto consagrado que en casa detiene el país, que con más o menos intensidad se planifica. El acto que compartimos y que no sabemos hacer solos, porque la comida sola nos aflige, y a menudo, incluso, preferimos acallar el hambre hasta que llegue alguien que nos acompañe, y entonces todo tiene más sabor. Sobremesas que se alargan y nos hacen digerir bien, comidas equilibradas, que como quien no quiere la cosa, en poco rato apañamos, con una capacidad innata que nos viene de fábrica, sin ser conscientes de que el otro medio mundo no tiene. Somos de desayunar poco, comida sobre las dos y media y cena a las 9 y pico, que no nos den fricandó para cenar porque nos hará falta un antiácido, si puede ser una tortilla crudita con pan con tomate, un platillo de patata y judía tierna o un caldo de cocido, y por si no fuera suficiente, mentalmente repasamos si en la casilla de la fruta tenemos un check. Los domingos por la noche a menudo pasamos con un plato de fruta, y los más atrevidos con un bikini. Comiendo, los catalanes somos modestos y equilibrados. Todo muy "normal".

Pà con tomate
Pan con tomate / foto: unsplash

Durante la primera fase "de reconocimiento del entorno" (que tan bien describen las maestras catalanas, cuando llevan a los niños de excursión), sufrimos un escalofrío severo al descubrir cómo se alimentan algunos locales. Nos queremos adaptar al nuevo hábitat por mimetismo, pero con el tiempo, y de una forma congénita, tendemos desesperadamente a querer volver a nuestra normalidad. Entre el tira y afloja, acabamos comiendo a la "pseudocatalana". Así de entrada, a pelo, y sin querer entrar en tópicos, el despertar catalán gastronómico en los EE.UU. es fuerte. Aunque el país está sufriendo una metamorfosis importante, a raíz de una época de resaca y postveneración del fast food, todavía arrastra reminiscencias. Cabe decir que al principio, algunos han probado aquello del breakfast de huevos revueltos, pancakes con jarabe, o cereales de caja grande con la típica y tópica promesa de la marca, que, con letras bien grandes, nos prometen que no contienen high-fructose corn syrup. Para los que no lo saben, es un "veneno" legalizado por la famosa veladora de la salud de los americanos, la FDA. Vivida la experiencia, vuelven al pan tostado, que dentro de esta vorágine americana, nos hace vivir en esencia.

Fast food Unsplash
Fast food / foto: unsplash

Llega la hora del lunch, y la situación se complica. Ponemos mode-on el radar y buscamos opciones para cubrir la comida. Si optamos por camuflarnos y pasar desapercibidos, acabaremos sucumbidos al sándwich, que, ciertamente, hay muy buenos, aunque a menudo llegan llenos de patatas fritas que salen de los bordes del plato —¡en Catalunya, tendríamos para cuatro!—. Pero nos adaptamos, contentos, y lo pedimos con ensalada, y con agua, sin hielo por favor, todo servido con una amabilidad admirable. La preferencia, y a poder ser, es comérnoslo acompañados, pero si no puede ser, y por aquí el catalán sí que no pasa, es comérnoslo en el coche conduciendo, siguiendo aquella cancioncilla del go go go americano, sin darle la solemnidad que se merece el momento. La genética es tozuda, y también por aquello nuestro, de no comer cada día de restaurante, decidimos poner en la fiambrera las sobras de la ensalada de lentejas de la cena. Fiambreras que nos parecen de lo más normal, pero, en cambio, cuando el olor del sofrito hecho con calma sale del ventilador del microondas, son motivo de un "wow effect". Por un momento nos sentimos cocineros estrellados. El día avanza, y a las seis de la tarde, si andamos por los suburbios americanos, con puntualidad inglesa, empezamos a percibir un olor de carne a la brasa que ya no se borra nunca más del disco duro. ¿A las seis? ¿Ahora tenemos que cenar? Pero si no tenemos hambre... y ¿la merienda?

Burger
Hamburguesas

Si seguimos el protocolo de comida catalana y comemos "a la ligera", a las nueve de la noche nos subimos del hambre que tenemos por las paredes de la despensa, y acabamos con las galletas María (los que tienen suerte y las encuentran). Decidimos inventarnos una nueva versión de la cena, que siguiendo un poco el "allá donde fueras, haz lo que vieras", es un batiburrillo catalano-americano, que eso sí, siempre acompañado del pan con tomate, nos saca el hambre del vientre. Encontrar producto catalán nos vuelve locos, pero también nos adaptamos. ¿No tenemos boquerones? Pues los hacemos con pescaditos de lago. En el intento de réplica, descubrimos nuevas y exquisitas maneras de interpretar la cocina catalana. Aprendemos que recorrer el mundo quiere decir ser curioso y observador de otras costumbres gastronómicas que nos enriquecen culturalmente. Aprendemos que hacer comparaciones de lo que tenemos allí y aquí no solamente nos lleva a amargarnos la existencia y que lo "normal" deja de serlo cuando salimos de casa. Las nuevas normalidades también son interesantes y las tenemos que coger con positivismo. Siempre con el espíritu de ser fiel a lo nuestro y de ser embajadores estemos donde estemos.