Un tercio de los alimentos que se compran en los Estados Unidos van a la basura. Eso nos lleva a una cifra espeluznante de 240 billones de dólares al año tirados en las montañas de basura. Así de fuerte, tal como suena. Globalmente, podemos decir que diariamente cada humano tira por término medio 500 calorías de alimentos. Eso nos hace pensar que, si esta comida se aprovechara, por cada cuatro personas podríamos alimentar una quinta, de paso lucharíamos contra el cambio climático y paliaríamos el hambre en el mundo.

Parte de esta cifra dramática es el despilfarro de la carne. La USDA estima que solo la mitad de la carne que se produce en el nuevo continente acaba siendo consumida. Los canales de pérdida de este producto están más que identificados y de momento ningún gobierno mueve ficha. La carne de ternera y de cerdo es una parte crucial de esta pérdida de alimentos. Se empieza perdiendo producto durante la fase de transporte, desde las plantas de envasado hasta los comercios por manipulaciones inadecuadas; otra parte importante se pierde por negligencias a la hora de mantener la carne en temperaturas que no son las correctas, o por envases defectuosos, o descartada por los inspectores por otras razones.

Despilfarro de la carne / Foto: Pixabay
Despilfarro de la carne / Foto: Pixabay

Llegada a los comercios, un alto porcentaje de la carne se ve apartado por cambio de color, por guardas incorrectos en nevera, o por pedidos excesivos que superan las ventas. Una vez en manos del consumidor, a menudo se tira por mala práctica en las guardas (yo diría dejadez directamente), retiradas del mercado por parte de los productores, por acabar cocinando más cantidad de carne de lo que podemos llegar a comer, o sencillamente por acumulación de alimentos que no podemos llegar a consumir antes de que se estropeen. Todo, sin contar los animales que mueren antes de ser sacrificados, que vendrían a ser uno de cada tres, en caso de los cerdos, según la Universidad del estado de Iowa.

La media por persona del consumo de carne en los EE. UU. es de 453,5 g a la semana, es decir, de 24,9 kg al año. Las consecuencias de este consumo desmesurado vierten al planeta a una situación límite en términos de deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación por exceso de uso de fertilizantes, condiciones calamitosas de salud humana, resistencia en los antibióticos, emisiones de gases de efecto invernadero, consumo de agua y de recursos humanos.

Este canibalismo severo, combinado con los escasos planes de acción llevados a cabo por parte de los gobiernos, sitúan el país en primera posición de la clasificación de los países más consumidores de carne y con más derroche alimentario, según el World Economic Forum, el año 2021. Si el mundo entero consumiera estas cantidades de carne, no habría suficiente tierra en el planeta para aprovisionar a la población de carne.

Hamburguesas vegetales / Foto: Adobe Stock
Hamburguesas vegetales / Foto: Adobe Stock

El discurso sobre reducir o no el consumo de carne se ha polarizado durante los últimos años, y parece ser motivo de preocupación solo de los demócratas. Puede parecer incoherente, pero veganismo y política son hechos inextricables. Los republicanos, en general, son partidarios de comer tanta carne como plazca y de no consumir sustitutos de la carne. Los demócratas, en cambio, se llenan la boca de activar iniciativas con el fin de reducir el consumo de carne; iniciativas tímidas que tampoco llegan a cambiar las tendencias de las estadísticas.

En 2019, la organización Million Dollar Vegan, propuso un reto al expresidente Donald Trump: ser vegano durante un mes, a cambio de dar un millón de dólares a una Fundación de Veteranos (con el ánimo de arrastrar así a sus fieles seguidores). Trump rehusó la oferta argumentando los daños que puede causar a la salud el hecho de ser vegano, entre ellos la pérdida de células del cerebro.

Esta terribilitis nos lleva inevitablemente a pensar que el mundo se tendría que volver vegano para poder salvar el planeta tierra. Seguramente no hay que llegar aquí, hemos ido de un extremo al otro. Difícil sería cambiar las políticas, pero sí que podemos reducir el consumo. Comer carne con moderación forma parte de nuestra dieta y tenemos que disfrutar. Comamos carne de proximidad, de los campesinos que crían el ganado como es debido, que tratan la tierra con respeto, y nosotros paguemos los precios que nos piden por su carne, que lo vale. El resto se irá haciendo solo.