Hoy la mayoría de la humanidad está panza arriba. Y yo tengo una pereza infinita de escribir este artículo, ya me lo perdonaréis queridos lectores. Después de una semana de entrenamiento y aclimatación soy, hoy, una experta practicante de las vacaciones. Yo no sé vosotros, pero yo necesito unos días para olvidarme del trabajo, es como una especie de transición. Añade la desconexión absoluta, que en mi caso no es una actitud, sino que es real, dado que no tengo cobertura ni wifi. Estoy pasando unos días en un lugar que vive a otro ritmo, en una burbuja del tiempo, en un ecosistema que te devuelve a la sensatez de la vida. Donde se practica, sin saberlo ni programarlo, un estilo de vida sostenible, ecológico y circular. Quizás pensáis que estoy en una isla de la Polinesia o en otro rincón lejano y remoto del planeta. Y por la poca atención que le damos, es un lugar exótico hoy día, pero no es ni lejano ni remoto, es al lado de casa. Estoy en una masía.
En 1911, Josep Puig i Cadafalch escribía: “Es sin duda el problema arqueológico más difícil el rehacer lo que fue la habitación humana: la casa. Es, por una parte, la obra menos documentada; por la otra parte, es la que retrata mejor la vida real, es la obra arquitectónica que refleja mejor la manera de ser del pueblo. A menudo en la Historia de la Arquitectura el templo está hecho con un arte aristocrático, con un arte de pocos; la casa es siempre obra de todo el mundo, arte popular, salido de la misma vida; el tema a veces es obra de arte extranjero: la casa es arte nacional, como salido de la misma tierra”.
La casa es salida de la misma vida, salida de la misma tierra, integrándose en el paisaje sin pisarlo. Una masía es un libro de historia, geografía y antropología. Es un manual de soluciones. Todo en la masía está hecho a base de resolver problemas. Es la obra de ingeniería —entendida como tecnología derivada de afilar el ingenio— más esmerada. Resultado de siglos de observar el medio y la naturaleza, y adaptarse sin provocar estragos para que la simbiosis entre el hombre y el entorno sea provechoso para ambos y convivan en harmonía. Es el ejemplo de reciprocidad más perfecto entre el hombre y la tierra. El propósito de toda masía es aprovechar todos los recursos del entorno para alcanzar una vida plenamente autónoma, de autoabastecimiento total, basado, ahora sí, en una economía circular: todo hace un servicio y del estiércol nacen flores (y verduras). Una masía media del siglo XVIII podía abastecerse al 85% de las necesidades básicas de sus habitantes sin gastar de mercados externos.
Estamos perdiendo más de la mitad de las masías del país. Lo que perdemos es un patrimonio arquitectónico, testigo de una manera de ser de un pueblo, es arte popular y nacional, arraigado a las tradiciones, al idioma, a la historia, a la cultura, a las costumbres, representativo del medio donde se formó. En definitiva, un patrimonio identitario
Hay que vivir unos días en una masía porque es un baño de humildad y una lección de ecología y sostenibilidad. Si escuchas atentamente, sentirás como la masía está viva, respira, emite sonidos y se comunica, transmitiendo la vida de generaciones. Lecciones de un pasado para un futuro necesariamente sostenible. Desde la Fundación Mas i Terra alertan de que se están perdiendo más de la mitad de las masías del país. Lo que perdemos es un patrimonio arquitectónico, testigo de una manera de ser de un pueblo, es arte popular y nacional, arraigado a las tradiciones, al idioma, a la historia, a la cultura, a las costumbres, representativo del medio donde se formó. En definitiva, un patrimonio identitario.
Hoy, las masías se consideran caserones en los cuales no vale la pena invertir porque son una ruina, literal y económicamente. Generan más gastos que ganancias y los herederos las reciben como un lastre. Es evidente que no se tienen que recuperar por romanticismo ni nostalgia, sino que realmente se tiene que mantener su función: hogar y trabajo. Las masías se tienen que explotar, de otra manera no tienen ningún futuro. Queda claro que la vida ha cambiado, pero las masías se han adaptado a lo largo de los siglos, desde las primigenias “mansios” romanas. Imagina si se han tenido que adaptar a los tiempos. Hoy vivimos una clarísima y preocupante crisis del sector primario, en la que la queja principal es precisamente la dificultad en la rentabilidad del oficio de campesino.
Las causas son diversas y este no es artículo para abordarlas, pero teniendo en cuenta que el principal empleo de las masías es la agricultura y la ganadería, es de justicia mencionarlo. El sector primario se hunde y el terciario, el sector servicios es, hoy, el más próspero. No estoy en absoluto animando a transformar todas las masías en ocupaciones turísticas, pero sí que es cierto que dedicarse es una buena salida y una tabla de salvación. Por eso me enamora el modelo de Els Casals, en Sagàs, Berguedà, donde cultivan los cereales para el ganado, que transforman en embutidos en el obrador, que venden al mercado y también sirven a las mesas del restaurante. Es absolutamente circular y autosuficiente —de la tierra y la granja a la mesa— y de donde, déjamelo decir, sale la mejor sobrasada del país.