La niña tiene veinticinco años. Hija de una familia “normal”, nacida en un barrio “normal” de Barcelona —cada uno que entienda el “normal” como quiera—, con estudios superiores y muy viajada. Me explica que ha estado por toda Asia, también algunos países del sur y, por supuesto, América del Norte. Y con todo esto, la niña me confiesa que nunca ha visto un membrillo.
Los egipcios lo adoraban, los griegos lo idolatraban, los romanos lo veneraban y, según los estudiosos, no perdimos el paraíso por una manzana, sino por un membrillo, y por un coño también (disculpad, no he podido evitarlo… tanto escribir codony). Venga, volvamos a enderezarlo. Esta fruta grande, de formas caprichosas, es lo que más se parece a las primitivas manzanas y peras. De hecho, el vocablo castellano membrillo deriva del latín melimelum (manzana dulce). ¡Imagínate! ¡El membrillo era más dulce que la manzana! En portugués es marmelo y la marmelada es el membrillo. La palabra hizo fortuna y se extendió por toda Europa para denominar todo tipo de confitura: las mermeladas. En catalán, la palabra proviene del griego, de la manzana cidoniana, de la antigua Cidonia, ciudad desaparecida de la isla de Creta.
El membrillo es de carácter firme, te reta, no te da nada sin esfuerzo. Necesitas un cuchillo para enfrentarte a él y no ganarás la partida hasta que le extraigas el corazón, duro como una piedra
Quizás perdimos el paraíso, pero como a los Pirineos siempre cuesta más llegar, todavía hoy queda un trozo del Edén: la Fira del Codony de Tremp, en el Pallars Jussà. Lástima que, para ir, tengáis que esperar un año entero, porque se celebró el pasado sábado. Una inmensa feria dedicada a esta enigmática fruta donde no solo se podía comprar natural, sino que era una especie de tour de force de creatividad desatada. Lo creíamos relegado a la memoria de las abuelas, y los intrépidos y bravos pallaresos nos lo presentan vestido de rabiosa modernidad. Partiendo del membrillo y el alioli de membrillo, el virtuosismo y las piruetas de los productores son inacabables: ratafía, pan, galletas, panettone… Nos descubren que esta fruta dura, áspera y ácida es una de las grandes joyas de la temporada

El membrillo es de carácter firme, te reta, no te da nada sin esfuerzo. Necesitas un cuchillo para enfrentarte a él y no ganarás la partida hasta que le extraigas el corazón, duro como una piedra. Un corazón, que cocinado lentamente con el azúcar, es determinante para el cuerpo de la confitura. La transformación del membrillo en corazón, cuerpo y alma del dulce de membrillo es un espectáculo. Como si vertiera sangre durante la rendición, la carne amarilla se vuelve de un intenso rojo rubí; la acidez se suaviza y la dureza se doblega en una perfumada gelatina.
Tendré que explicarle a la niña que el membrillo no es una fruta, sino una metáfora. En un mundo que va a toda velocidad, el membrillo nos obliga a detenernos. No se hace en el microondas. No se come con las manos yendo hacia la puerta. Pide su ritual. Nos invita a esperar, a disfrutar de la espera, del proceso. Es, en cierto modo, un acto de rebelión contra la inmediatez.