Quería escribir sobre la fiesta de Santa Eulàlia que el Gremio de Restauración de Barcelona realizó hace un par de días y donde no faltaba nadie: política, intelectualidad, artisteo y todo el abanico del couché. Quería escribir sobre como de triste se nos está quedando la despensa ante el incremento salvaje de los precios de los alimentos. Quería escribir de burradas como las de Mercadona. Quería escribir sobre los conejos de bosque, que son extraordinarios a la cazuela y demoníacos en los campos y la huerta de los campesinos.

De todo eso quería hablar hoy. Y mientras discutía conmigo misma, se ha encendido la luz roja del día rojo del calendario, como si me quisiera decir que hay líneas rojas que no se pueden cruzar, como si me lanzara sirenas de alarma. El día rojo del calendario indica que hoy es 19 de marzo, Sant Josep, y que la tradición marca que tenemos que comer crema de Sant Josep. Os hago una pregunta, aunque no conoceré la respuesta (por razones obvias): ¿Cuántos de vosotros la prepararéis o la comeréis, hoy?

Si hay algún restaurante que todavía hace crema de Sant Josep, muy probablemente la ofertará como crema catalana

Poco me equivocaré si vaticino que casi nadie sigue este ritual, esta tradición. Menospreciamos la crema de Sant Josep, sí, la encontramos poco interesante, poco expresiva, poco sexi y un poco innecesaria, o simplemente la ignoramos. No haríamos kilometros para encontrar la mejor, no haríamos concursos, no blandiríamos bandera alguna. Y los primeros de no enorgullecernos somos los restaurantes (con excepciones, como siempre y por descontado). Hay una absoluta negligencia de las cartas de postres de los restaurantes hacia la crema de Sant Josep, y si hay alguno que todavía la hace –quizás por inercia, quizás por herencia, quizás por falta de imaginación, quizás porque le conviene–, muy probablemente la habrá denominado crema catalana, porque muy probablemente es un postre dirigido a los visitantes foráneos.

Los que bautizan los platos, los postres, con el nombre del gentilicio, son siempre los de fuera; los forasteros, los extranjeros. Es bastante extraño cuando lo hacemos nosotros mismos. Para nosotros era simplemente crema, y era el dulce habitual los días de fiesta, sobre todo las de primavera. Cuando en el genérico "crema" añadíamos "de Sant Josep", quería decir que hacíamos la versión delux. Si había que gastar, se gastaba. Y en cuestiones de crema, gastar significa no escatimar en huevos.

El origen de este dulce es la respuesta a la sobreabundancia de huevos y leche en primavera, el momento de la eclosión de la vida

Dice la historia que el origen de este dulce es la respuesta a la sobreabundancia de huevos y leche en primavera, el momento de la eclosión de la vida. Tantos huevos, tantas cremas. Sea como sea es un postre muy antiguo, citado en los recetarios medievales como el Sent Soví y el Libro del Coch. Hoy es Sant Josep y tendríamos que ser fieles a la cita, haciendo lucir nuestra crema, cuidando de nuestro patrimonio culinario, transmitiendo la receta y el gusto de comerla con nuestros hijos y nietos.

Como decía, no creo que me equivoque si vaticino que pocas hemos preparado y comido hoy y, como decía, también te costará encontrarla a la carta de postres de los últimos restaurantes que has visitado. De hecho, como tengo poderes sobrenaturales, averiguaré la carta de postres de ese restaurante donde cenaste anoche: cheesecake, tiramisú, coulant, carrot cake y lemon pie.

Aunque parezca que todo eso no lo puede conseguir una crema de Sant Josep, lo que no lo conseguirá nunca es un tiramisú

No tengo poderes sobrenaturales, es evidente. La razón por la que lo he averiguado se porque todas las cartas de postres actuales son iguales, sea a Barcelona, Singapur, Chicago, Kuala Lumpur o Manresa. Muy triste, sí, pero cierto. Es triste porque nos vamos empobreciendo, mimetizando y acabaremos siendo una masa sin diferencias. Y, precisamente, la diferencia es el atractivo. Pero mucho más importante que hacernos atractivos (que, a menudo, solo es una atracción superficial, etérea y temporal) es el sentimiento de pertenencia, de formar parte de un lugar y de un grupo, de saber que provenimos de un lugar –el arraigo–, de tener una identidad firme. Y aunque parezca que todo eso no lo puede conseguir una crema de Sant Josep, lo que no lo conseguirá nunca es un tiramisú.

Hagamos crema, por favor.