Hay restaurantes que forman parte del paisaje de un pueblo, pero también de su memoria. El Hostal Esteba, en Caldes de Malavella, es uno de estos lugares donde el tiempo se detiene y el buen comer sigue siendo una forma de hacer y de vivir. Un espacio que, desde 1977, ha sabido mantener la esencia de la cocina catalana tradicional, incorporando sutilmente el lenguaje y la sensibilidad de la nueva cocina catalana.
Una historia que empieza con una abuela y una taberna
Los orígenes del Hostal Esteba se remontan a mediados del siglo XX, cuando la abuela del actual cocinero, Carles Castillo, regentaba una pequeña taberna conocida como Cal Senglar. Allí, entre ollas y cazuelas, ya se hacían platos que combinaban la sencillez con el gusto profundo de los buenos fondos, el tiempo y la paciencia. En 1977, la familia abre las puertas del Hostal Esteba, y desde entonces no ha dejado de evolucionar. Mercedes Esteba, madre de Carles, fue el alma durante décadas: una cocinera con intuición y mano, que transmitió recetas, secretos y aquella manera de hacer donde cada plato explica una historia. Hoy, su hijo Carles y Trini Moreno, jefa de sala, mantienen viva esta herencia con una elegancia serena y un trato que te hace sentir como en casa desde el primer minuto.

La carta del Hostal Esteba es una combinación de platos que saben a casa y otros que juegan con nuevas texturas y contrastes, pero siempre con respeto por el producto y por el recuerdo. La comida empieza con unos embutidos de proximidad, sencillos pero impecables, que recuerdan la importancia de empezar bien, sin prisa. Después llega la coca de otoño, llena de color y de producto de temporada, una pequeña fiesta visual y gustativa. El brioche con steak tartar es una muestra clara del diálogo entre tradición y modernidad: la base suave y dulce del pan contrasta con el punto salino y seductor de la carne cruda cortada a cuchillo.
Entre los entrantes, hay un plato que resume muy bien el espíritu de esta cocina: la burrata con higos de cuello de dama, anchoas, granada, aceitunas y frutos secos. Un juego de texturas y sabores que bailan juntos: el dulce del higo, el salado de la anchoa, el crujiente de los frutos secos y la frescura láctica de la burrata. Es un plato que respira otoño, pero también equilibrio y elegancia. Los calamares a la romana llegan crujientes, ligeros y sorprendentes, elaborados con agua termal de Caldes de Malavella, un detalle que hace sonreír. Pequeños gestos que muestran cómo Carles sabe hacer de cada plato una historia local. Después, el canelón de pularda con ciruelas llena la sala de aquel aroma de asado de domingo. Es un plato que habla de casa, de inviernos alrededor de la mesa y de una cocina que se cuece a fuego lento, con tiempo y paciencia.

Cocina catalana con acento propio
El mar y montaña de albóndigas con sepia es, sin duda, el corazón de este menú. Es un plato que explica de dónde venimos: la unión del mar y la tierra, del sofrito lento y del fondo trabajado, de la cocina que no tiene prisa. Las albóndigas son melosas, la sepia tierna, y el suquet… aquel suquet que pide pan y silencio. Es la cocina de la abuela hecha con la mirada del presente, un plato que demuestra que la tradición no es una cosa antigua, sino viva. El crepe de brandada de bacalao mantiene el equilibrio entre el sabor suave del pescado y la textura cremosa del relleno, mientras que los pies de cerdo con caracoles son un homenaje directo a la cocina catalana más intensa y terrenal. Un plato valiente, sin filtros: el colágeno de los pies se une al gusto mineral de los caracoles, creando una salsa profunda y untuosa. Es de aquellos platos que dividen opiniones, pero unen mesas: porque quien lo prueba, lo recuerda.
Cuando llega el momento dulce, la crema catalana impone respeto y nostalgia a la vez. Basta con olerla para querer repetir: el azúcar quemado desprende un perfume que te transporta a las cocinas de antes, donde el sonido de la cuchara rompiendo la costra era el preludio de la felicidad. En el Hostal Esteba la hacen como se debe hacer: suave, equilibrada y con el punto justo de dulzor. Para quienes buscan un final más fresco, están las galletas termales con helado de yogur y confitura de hinojo. Un postre ligero y perfumado, donde el dulzor natural se combina con el toque aromático del hinojo, un recuerdo sutil del paisaje de Caldes.

Pero el Hostal Esteba no es solo cocina: es hospitalidad. Trini Moreno, al frente de la sala, transmite aquella sensación de familiaridad que no se puede fingir. Atiende con calma, con sonrisa, con autenticidad. Y en la cocina, Carles Castillo continúa el legado familiar con la misma pasión con la que su madre y su abuela encendieron los primeros fogones. Juntos han logrado algo muy difícil: mantener vivo el espíritu de la cocina catalana clásica mientras la hacen evolucionar. Aquí, la cocina tradicional convive perfectamente con la nueva cocina catalana. No hay prisa, ni estridencias, ni excesos. Solo equilibrio, sabor y respeto por el producto. Salir del Hostal Esteba es como despedirse de un viejo amigo. Tienes la sensación de haber comido bien, pero también de haber vivido un momento que te conecta con las raíces, con la memoria y con la gente que ama la cocina tal como se debe hacer: con alma y con verdad.