Con la llegada del otoño, los bosques se llenan de uno de sus frutos más apreciados: la castaña, ese pequeño tesoro que, además de evocarnos chimeneas y mercados callejeros, tiene una historia tan humilde como fascinante. En tiempos de escasez, guerra o sequía, cuando el trigo era un lujo y los campos permanecían abandonados, las castañas se convirtieron en un auténtico salvavidas para las comunidades rurales. Como nos explican muy bien en la cuenta de Instagram @nexonatura, su abundancia en los bosques y su perfil nutricional similar al de los cereales, rico en almidón, fibra y minerales, la convirtieron en un sustituto perfecto del pan tradicional. De esa necesidad nació el famoso pan de los pobres o pan de la guerra, un producto tan sencillo como simbólico, hecho a base de harina de castaña, agua y paciencia.

Es época de pan de pobres

Este pan, de sabor ligeramente dulce y textura densa, fue durante siglos un alimento básico en zonas montañosas de Cataluña, el norte de Italia o la región francesa de Córcega, donde las castañas eran un auténtico motor de supervivencia. La receta se transmitía de generación en generación, especialmente entre los meses de octubre y diciembre, cuando los erizos espinosos caían del árbol, liberando su fruto más esperado. Y es que la castaña, botánicamente hablando, es un aquenio, un fruto que contiene una sola semilla cubierta por una fina capa marrón brillante, el pericarpio, que debe retirarse antes de su consumo. Su sencillez y su capacidad para adaptarse al entorno la convirtieron en una joya alimentaria que hoy vuelve a reivindicarse como símbolo de sostenibilidad y símbolo de sostenibilidad y memoria gastronómica.


El proceso de elaboración del pan de castaña es tan poético como rústico. Las castañas se secaban al fuego o al sol durante días, luego se pelaban y se molían hasta obtener una harina fina, naturalmente dulce, sin gluten y con un aroma inconfundible. Esa harina se mezclaba con agua y una pizca de sal, y se cocía lentamente en horno o sobre piedra caliente. El resultado era un pan oscuro, nutritivo y de larga conservación, ideal para quienes no podían permitirse el pan de trigo. Hoy, reinterpretado por muchos panaderos artesanos, se ha convertido en una delicia otoñal que combina de maravilla con quesos curados, miel o embutidos.

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La castaña comestible es aquella cuyo erizo es así de espinoso / Foto: Unsplash

Este pan se combina de maravilla con quesos curados, miel o embutidos

Eso sí, hay que tener cuidado al recolectar este fruto: no todas las castañas son comestibles. La castaña de Indias, muy común en parques y jardines, es tóxica y fácil de distinguir por su erizo más pequeño y con menos espinas. La auténtica castaña comestible, la del castaño europeo, se abre de forma natural cuando madura y cae del árbol. Así que, si este otoño te animas a probar el pan de los pobres, hazlo con las auténticas protagonistas de la temporada y celebra, con cada bocado, la inteligencia de quienes supieron transformar la necesidad en tradición y la humildad en sabor.