Tal día como hoy del año 1808, hace 214 años, en el pueblo del Bruc (Anoia), se libraba la llamada segunda batalla del Bruc, que enfrentó las tropas francesas del general Chabran, acuarteladas en Barcelona, y los somatenes catalanes antibonapartistas de Lleida y de Tàrrega, comandados por Joan de la Creu Baget i Pàmies. En este punto es importante destacar que el ejército francés había entrado pacíficamente en España en virtud de los tratados bilaterales hispano-franceses, y que, tan sólo un mes antes, Carlos IV y Fernando VII habían vendido la corona española a Napoleón. Por lo tanto, en aquel contexto, los somatenes catalanes actuaban en rebelión contra el nuevo y legítimo régimen bonapartista.

Según las fuentes documentales, en aquella batalla los somatenes, a pesar de su inferioridad numérica, consiguieron hacer recular al ejército francés —que se dirigía a Manresa a sofocar el núcleo de la rebelión—, lo emboscaron en el puente de Abrera y le provocaron unas trescientas bajas. Y en este punto es donde entra en juego la leyenda. Según una información publicada por el Diario de Manresa (edición del 26/09/1808), que procedía de fuentes orales, los somatenes habían sido dirigidos por un niño que tocaba el timbal insistentemente. El sonido del timbal retumbaba por efecto del eco de las montañas y eso habría acobardado a los franceses, que se habrían retirado desordenadamente hasta Barcelona.

Pero la realidad es muy diferente. El Timbaler del Bruc no era un niño. En aquella batalla (1808), Isidre Lluçà tenía dieciocho años, y en aquel contexto histórico y social, se le podría considerar un hombre hecho y derecho. Y el sonido del tambor no tuvo ningún efecto en el resultado de aquel enfrentamiento. En cambio, el nacionalismo español ha hecho uso y abuso de esta tradición, y ha elevado a la categoría de mito un supuesto niño tamborilero para fabricar la figura impostada del catalán que actúa movido por un sentimiento patriótico español, cuando la idea "patria española" no se formularía hasta la redacción de la Constitución de Cádiz (1812) y no se generalizaría entre la sociedad española hasta pasado un cuarto de siglo.