No podía ser más contundente Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad: el supuesto informe de la inteligencia europea que relacionaba al president en el exilio, Carles Puigdemont, a través del jefe de su oficina, Josep Alay, con una trama rusa relacionada con los servicios de inteligencia de este país no existe. No consta. Es un documento fake que el Centro de Análisis de Inteligencia de la Unión Europea (EU INTCEN) no reconoce que exista y, obviamente, que sea suyo. Se desmonta así, como un castillo de naipes, aquel reportaje de The New York Times que provocó tanta controversia y que llenó páginas y más páginas de todos los medios de comunicación españoles y catalanes, y que no son pocos aquí y allí, que siempre tienen al president Puigdemont como el enemigo a batir al precio que sea y con la información que sea.

El The New York Times se ha equivocado y pone de manifiesto que hasta al principal diario del planeta le pueden colar un gol. El rotativo tiene sus procedimientos internos de investigación y habrá que saber cómo un informe detrás del cual deben estar a buen seguro el ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno español y algún documento, como mucho de la Guardia Civil, acabó en las páginas del NYT como un informe de la inteligencia europea. También sería bueno saber si es cierto que, antes de que uno de sus periodistas lo acabara firmando algún otro puso objeciones a lo que allí se afirmaba y con la contundencia que se hacía; e, incluso, si también hubo quien no lo quiso firmar. Lo cierto es que solo con que el artículo hubiera sido chequeado en Barcelona y no en Madrid aquella truculenta historia ruso-catalana hubiera entrado en una fase de reflexión que igual hubiera acabado en un cajón.

Lo más insólito de toda aquella fábula periodística es cómo alguien pudo pensar que los políticos independentistas catalanes habían podido llegar hasta el mismo Kremlin y conseguir el apoyo del gobierno de Putin al proceso independentista catalán. O cuando se publicó que un informe de la Guardia Civil aseguraba que Rusia estaba dispuesta a enviar 10.000 soldados en pleno proceso de independencia de Catalunya. Convertir las investigaciones policiales y los reportajes periodísticos en una historieta de ciencia ficción puede formar parte de la intoxicación de los gobiernos o de los servicios de inteligencia pero muy pocas veces se corresponde con la realidad.

La pelota se hizo tan grande que hasta en el Parlamento Europeo, a través de una enmienda del Grupo Socialista que acabó votándose, se abogaba por investigar los contactos del entorno de Puigdemont con Rusia "ya que podía ser un ejemplo de la injerencia rusa en los estados miembros y de los constantes intentos de Rusia de explotar cualquier asunto posible para promover la desestabilización de la UE". Que haya tenido que ser Josep Borrell, en función de su cargo, el que se haya tenido que poner al frente del desmentido al NYT y defender la honorabilidad de Puigdemont en esta cuestión no deja de tener algo de justicia poética.

Solo falta para cerrar el círculo del colosal disparate cómo acaban dando todos los diarios de papel, radios y televisiones que asumieron como propio el informe que ahora nadie considera suyo. Y cómo acaban rectificando todas aquellas páginas que llenaron y que ahora, a buen seguro, serán muchas menos. Muchísimas menos. El periodismo de trinchera tiene esas cosas: el daño se hace lo más grande posible y lo demás ya se verá después.