Richard Linklater es un extraordinario director especializado en narrar el paso del tiempo, regalándonos tres preciosas películas donde una pareja se va encontrando en diferentes momentos vitales en la trilogía Before o el crecimiento de un niño hasta convertirse en adulto en Boyhood, grabada a lo largo de once años. Lo que hace en Apolo 10 ½: Una infancia espacial, sin embargo, es detenerse en el tiempo, retratando un momento muy concreto de su vida, aquel verano de 1969 en que el hombre pisaba la Luna por primera vez. Un viaje a su infancia en que el director juega con los géneros del documental y la ciencia ficción para crear un resultado curioso y fascinante disponible en Netflix. El resultado es tan curioso, de hecho, que cuesta categorizar la obra como película o como documental. Porque la premisa del joven Stan convirtiéndose en la primera persona en llegar a la Luna antes que Armstrong no es más que una excusa por mostrar como era la vida en Texas a finales de los 60. Y aquí está donde Linklater realmente pone el foco, enseñándonos anécdotas familiares, los juegos que jugaban, la música que escuchaban o las películas que miraban.

Apolo 10 ½ tiene así el poder de generar una nostalgia hacia una infancia que no es la nuestra, pero que de alguna manera se acaba pareciendo. Todas se parecen. El único punto donde quizás es más difícil de conectar, y el más relevante del filme, es esta carrera espacial para llegar a la Luna en medio del contexto de la Guerra Fría que lo invadía todo: en la televisión y la escuela no se hablaba de otra cosa, todos los padres trabajaban en la NASA e incluso pasaban aviones de caza por encima de sus cabezas mientras jugaban a pelota en el jardín. Normal que el director se acabara imaginando a él mismo pisando la luna.

Un hilo difuminado

El único inconveniente de la película es que todos estos elementos que retratan la niñez de Linklater quedan bastante dispersos porque el hilo que les tiene que atar, el del niño viajando al espacio, resulta bastante difuminado. Quizás no había que incorporar esta trama donde tampoco hay giros ni crecimiento del personaje y se habría podido limitar a presentar el fascinante documental semiautobiográfico de aquel momento temporal.

Lo que sí que es un acierto es el uso de la rotoscopia, una técnica de animación que consiste en reemplazar los fotogramas reales por dibujos calcados, dándole esta sensación de recuerdos de infancia, casi de ensueño, que busca Linklater. Destacar también el gran trabajo como narrador de Joe Black, que ya había trabajado con el director en Escuela de Rock, y que aquí sirve de hilo conductor más constante que la trama de ciencia ficción para ligar todos estos fascinantes recuerdos de infancia con los que Apolo 10 ½: Una infancia espacial retrata a toda una generación.