Monasterio de Guadalupe (Corona castellanoleonesa), 21 de abril de 1486. Hacía 139 años de los primeros contagios de la peste negra en Catalunya. Una pandemia (1348-1351) que provocaría la muerte de más de la tercera parte de la población europea. Tanto en las ciudades como en el campo. En Catalunya, un país básicamente rural (como todos los países europeos de la época) provocaría un espantosa mortalidad que, en el mundo rural, desembocaría en un escenario permanente de abusos, de conflictividad y de revoluciones. La Sentencia Arbitral de Guadalupe, firmada por el conde-rey Fernando II, ponía fin a un largo y dramático siglo de convulsiones causadas por los efectos de la peste negra y de la pospandemia; que habían cambiado para siempre la fisonomía del campo catalán, y que equivalía a decir del hábitat de las tres cuartas partes de la sociedad catalana de la época.

Representación de Roses (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

Representación de Roses (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

El mundo rural

La Catalunya de la víspera del estallido de la peste negra (1348) tenía 500.000 habitantes; pero la balanza demográfica era claramente favorable al mundo rural. El campo catalán sumaba el 75% de la población del país; concentrada, mayoritariamente, sobre las comarcas interiores del país (veguerías de Lleida, Cervera, Manresa, Vic y Girona). Y eso quiere decir que la mitad de aquella formidable masa poblacional —la de la Catalunya Vieja— continuaba sujeta a la situación de semiesclavitud —los malos usos— instaurada durante la mal llamada Revolución Feudal del año 1000 (las onerosas cargas fiscales y las abusivas obligaciones personales que unían al campesino a la tierra y al patrón). Y que la otra mitad —la de la Catalunya Nueva—, si bien no estaba sujeta al mismo nivel de opresión, tampoco disfrutaba de una situación cómoda. El campo catalán de 1348 era un polvorín.

El cambio climático

El estudio de la historia revela que detrás de una crisis sanitaria de grandes dimensiones siempre hay una crisis climática que la precede y que la impulsa. Las fuentes documentales de la época ponen de relieve que el campo catalán (y el de toda la cuenca mediterránea) estaba inmerso en una crisis de producción desde 1333 "el mal año primero" (quince años antes de la peste negra), provocada por una serie de sequías y de aguaceros que obedecía a un evidente cambio climático. En aquel caso producido por causas naturales que, todavía, no tenemos bien documentadas; pero que estarían relacionadas, por ejemplo, con el choque de un meteorito contra la Tierra (que la habría desviado ligeramente de su órbita); o con la explosión en cadena de un sistema de volcanes (que habría alterado el régimen natural de lluvias).

Representación de Mollerussa (1669). Fuente Biblioteca de FlorenciaRepresentación de Mollerussa (1669). Fuente Biblioteca de Florencia

Mortalidad y emigración en el campo catalán

Los fogajes anteriores y posteriores a la primera gran oleada de la peste negra (1348-1351) revelan que el campo catalán perdió más de una tercera parte de la población. Incluso, en algunas regiones de montaña (veguerías de La Seu y de Puigcerdà) la pérdida de mano de obra productiva, sumando mortalidad y emigración (principalmente, hacia el País Valencià) habría superado el 50% de la masa anterior a la peste negra. La consecuencia directa de este decalaje poblacional y productivo sería la aparición de un fenómeno inédito: las masías abandonadas, que se convertirían en un elemento habitual del campo catalán de la pospandemia. Esta situación provocaría una caída espectacular de la producción alimentaria (con consecuencias dramáticas para las ciudad del país); y, también, de las rentas señoriales que percibían los barones feudales.

La reacción de los barones feudales rurales a la crisis

La caída de las rentas señoriales amenazaba la estabilidad de dos de los tres estamentos del poder de aquel régimen feudal. Los grandes propietarios de la tierra (la clase nobiliaria y las jerarquías eclesiásticas) reaccionaron a la crisis blandiendo el "látigo de los cien cascabeles". Lejos de buscar soluciones al abandono de las explotaciones agrarias (promover la recolonización de las masías destartaladas con la población que había escapado de la miseria que imperaba al medio urbano); se limitaron a multiplicar las cargas fiscales sobre los campesinos supervivientes; con el único propósito de conservar los niveles de rentas anteriores a la peste negra. Durante las décadas pospandemia (1350-1400), el paisaje socioeconómico del campo catalán (que ya era uno de los más perjudicados de Europa), se deterioró todavía más y a marchas forzadas, hasta volverse irrespirable.

Representación de Constanti (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

Representación de Constantí (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

La Revolución Remensa

La Revolución Remensa es la principal consecuencia, en el campo catalán, de aquel paisaje pospandemia de opresión extrema. Sería la primera revolución de la historia moderna de Europa. Y con el triunfo de los revolucionarios, Catalunya sería el primer país de Europa que iniciaría el desmoronamiento del régimen feudal. Pero todo eso no salió gratis. La Revolución Remensa y las Guerras Civiles catalanas del siglo XV (que son fenómenos indisociables) se cobraron la vida de miles de personas. Hasta el extremo que los fogajes de 1497 (trece años después de la Sentencia de Guadalupe), computan, tan solo, 275.000 personas en Catalunya. Y si bien es cierto que de aquellos fogajes (que tenían un propósito puramente fiscal) se escapaba todo el que podía; también lo es que la fisonomía catalana del año 1500 es la de un país totalmente carbonizado.

País carbonizado, tierra de oportunidades

El campo catalán no empezó a superar los estragos de la peste negra y de la etapa pospandemia hasta después del triunfo revolucionario de los Remensas (1486). La fisonomía del país era dantesca, pero el nuevo dibujo que se avistaba era muy esperanzador. Catalunya sería, también, el primer país de Europa que pondría en práctica una reforma agraria (la tierra para el que la trabaja). De aquellas cenizas (que eran la culminación de la secuencia crisis agraria-peste negra-crisis pospandemia-revolución remensa) surgiría una nueva y potente clase campesina que impulsaría el país hacia la modernidad. Aquel sistema de nuevos propietarios campesinos y viejos mercaderes, ensayaría las primeras formas precapitalistas (exportación de frutos secos y alcoholes al norte de Europa); y esquivaría la crisis hispánica de 1600 provocada por la interrupción repentina de la llegada de metales americanos.

Representación de Àger (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

Representación de Àger (1647), obra de Beaulieu. Fuente Cartoteca de Catalunya

Inmigración occitana

Otra de las consecuencias finales de aquel convulso proceso (que se inicia con la crisis agraria y climática de 1333 y culmina con el triunfo revolucionario de 1486); sería la entrada de inmigración occitana, sobre todo entre 1550 y 1640. Catalunya se había convertido en una tierra de oportunidades, pero no había mano de obra. Y Occitania, que al principio del siglo XVI era uno de los países más ricos y poblados de Europa, había sido convertida —a propósito— en una gigantesca bola de fuego, en las mal llamadas Guerras de Religión. La inmigración occitana duplicó la población y cuadruplicó la producción catalana. Catalunya sería el único país de Europa que, durante el siglo XVI, presentaría estas tasas de crecimiento. Y la inmigración occitana, emprendedora y de ideología calvinista, cambiaría para siempre la cultura de trabajo catalana.