El domingo es un día extraño. Elegante. Impreciso. Nuboso. Tiene un sabor a despido que no consigues identificar: sabes que alguna cosa profunda se acaba, pero no exactamente cuál es. El domingo es ligero y, al mismo tiempo, melancólico. Puedes hacer de aun puedes no hacer nada. Puedes salir a andar, puedes alargar el vermú, puedes arreglar los estantes, puedes calentar unos fideos chinos en el microondas, puedes no levantarte del sofá. Puedes, incluso, publicar una sección. Guillem Martínez encadena unos cuantos años haciéndolo en el digital ctxt. Son piezas cortas y sangrantes. Como un mordisco. Ignacio Echevarría, que define a quien las firma como uno de los fenómenos más portentosos del periodismo nacional de las tres últimas décadas, ha reunido unas cuantas y ha levantado un libro: Los domingos (Anagrama, 2021). El Martínez que aparece, sin embargo, es un Martínez desconocido: en ningún caso el analista que escribe sobre política española y catalana desde hace quien sabe cuando, que hizo carrera a Inerviú o El País y que es autor de otros textos como Barceona rebelde, La gran ilusión o 57 días en Piolín. Martínez es un escritor sin etiqueta. Martínez es una curva inquietante. Martínez, efectivamente, es la bomba cuando está a punto de explotar.

Los domingos es la selección de un editor de tus artículos más personales o poéticos. ¿Donde acaba la política y donde empieza la literatura?
Ignacio ha hecho una elección biográfica, y creo que no ha excluido la política. De hecho, no hay política española o catalana. Hay política cósmica. Una idea de derecha, una idea de izquierda, una idea de dolor... Siempre he intentado hacer literatura. Uno empieza a escribir para reescribir lo que ha leído, y yo he leído toda mi vida cosas como las que aparecen aquí. La literatura son herramientas. Te permite incluso explicar que no lo sabes todo.

¿En algún momento te llega a estorbar la actualidad?
Los domingos comen aparte. Lo diferencio mucho de todo lo que hago. De hecho, es una manera de que lo demás no me mate el estilo. Cada vez es más desagradable describir la realidad política.

No hay política española o catalana. Hay política cósmica

Antes que autor, te consideras periodista.
Un autor tiene un compromiso con su obra descomunal. También tiene un contacto diferente con la actualidad. Un periodista puede tener las poéticas que quiera, pero su contacto, finalmente, es con la realidad. No puedes alucinar mucho. Este es el límite de tu capacidad de alucinación: tienes que describir alguna cosa que tiene que entender el lector. Pero todavía hay otra diferencia. Un autor puede ser un hijo de puta. Es un tío o una tía que se consagra a su obra y que no tiene por qué ser una buena persona. Un periodista, desgraciadamente, no puede coger esta ganga. Tiene que tener un compromiso ético con aquello que escribe.

Articulista, cronista, columnista, analista, poeta. "Al desierto lo llaman desierto por llamarlo de alguna manera. No está desierto", escribes. A lo que tú haces también se le puede decir de muchas maneras.
Todas son válidas. Supongo que el que más soy es periodista, por estadística y por disciplina laboral. Yo me definiría como un periodista raro, por más que sea una expresión un poco dramática. La cultura española y la catalana están mucho encorsetadas. Y cuando aportas un poco de libertad formal...

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Guillem Martínez, un periodista dominguero

Guionista. Casi me la dejo.
Empecé a escribir guiones cuando era muy joven, de casualidad. En el Polonia estuve las tres primeras temporadas. Fue un trabajo muy divertido y relajado. Guardo un muy buen recuerdo. Los guiones me otorgaron una libertad muy grande. No tenías que cambiar demasiadas frases y ni siquiera tenías que socializar mucho con el medio. Además, en aquella época era cojonudo, porque estaban muy bien pegados. Con el oficio de guionista, y con los jefes de sección, me pagué la libertad de expresión. Que es una cosa que se nota cuándo la tienes.

¿Qué tiene la columna como género que no tengan la crónica o el reportaje?
Empecé a escribir los domingos para limpiarme. Porque preveía que todo se pondría muy caro, con insultos en las redes y la sociedad dividida. Necesitaba saber quién era yo, y me puse a hablar de mi pasado. Lo que no sabía es que lo acabaría haciendo con tanta intensidad. El compromiso con esta sección ha sido muy bestia. Por mi parte, más de lo esperado. Es un intento semanal de exposición a una intimidad feroz. Yo siempre he sido expuesto a mi intimidad, es un componente biográfico y estilístico propio, pero aquí se me ha ido de madre. También es duro, por descontado. Hablar de muertes, de relaciones sentimentales... Mola mucho cuando lo consigues, pero siempre es un recorrido imprevisto.

Empecé a escribir los domingos para limpiarme

Echevarría te describe como alguien que no tiene mucho interés en ofrecer visiones totalizadoras de la realidad. Nada que ver con el afán del tertuliano para abrazarlo todo.
Ser tertuliano es un oficio del siglo XXI. Tiene sus técnicas, de las cuales yo no dispongo. Este periodismo del siglo XXI, de hecho, me está afectando mucho. Siempre he sido uno sentimental. Y toda esta oleada parasentimental, que en el fondo es más sentimental que yo... Tenía que desmarcarme. Te tienes que diferenciar, porque sino caes en una trampa terrible. El mundo no puede ser más sentimental, ahora mismo. Estamos a punto de hacer una guerra sentimental contra Ucrania o contra Rusia. Tienes que medir la sentimentalidad. Dominarla.

Hablar de lo que habla todo el mundo, pero hacerlo como no lo hace nadie. ¿Eso se entrena?
Hay una herramienta fundamental: los estudios culturales. La cultura española y la catalana son declarativas. Un político declarante equivale a realidad y a cultura. Y detrás suyo se escurre la política. Es decir, que casi todo es un mecanismo cultural para no ver la política. Los estudios culturales permiten explicar el fenómeno ideológico de cualquier cosa. También ayuda a la historia. Los países son inamovibles, es increíble. Si lees periodismo de los pocos fragmentos democráticos del XIX y del XX, alucinas de cómo es de actual el pasado.

Colocas a Larra por encima del resto de articulistas.
Larra siempre ha sido uno de mis recursos. Es un hombre que describe la parálisis. No sólo de una política, sino también de un país. Y en los momentos de máxima desesperación, opta por la no realidad. Escribe de cementerios y lápidas que no existen. Situaciones casi oníricas. Es conmovedor.

También hay referentes contemporáneos.
Sí. Me interesan los periodistas que no van de profetas, que permiten ver sus contradicciones. En el día a día, leo a Juliana. Me gusta mucho. Como Jordi Amat: es una sorpresa que un tipo tan joven esté haciendo lo que hace. O Pedro Vallín... También sigo a gente joven. Y leo bastante prensa extranjera. Americana e italiana, francesa menos. Francia también es un país que se está acabando.

¿Lees más prensa que literatura?
Últimamente leo muy poca literatura. Sobre todo releo. Ciencias sociales. Estamos viviendo un cambio de época, y tienes que estar al día, porquesi no corres el riesgo de acabar siendo un viejo gruñón que no entiende la realidad. Leo mucha literatura del cambio económico, también. Es un momento de grandes transformaciones. Con una crisis democrática importante. Con la desaparición de la izquierda, que ya no es un interlocutor. Y un tema del cual nadie habla y que pronto lo será todo, la crisis energética. Está habiendo una refundación del capitalismo impresionante. Sin estop, con criterio neoliberal. Y que no aporta ningún ingrediente positivo.

¿Recurrimos al humor para protegernos?
El humor es una arruga que tienes en el cerebro. Tu principal herramienta cuando escribes. Es peligroso, porque no todo el mundo lo entiende. Pero también es muy higiénico. Te ayuda, más que a hacer productos atractivos, a no caer en la trampa de creerte que sabes más que otro. En el fondo los periodistas somos el hombre sin atributos que decía Musil.

El humor es una arruga que tienes en el cerebro. Tu principal herramienta cuando escribes. Es peligroso, porque no todo el mundo lo entiende

Vázquez Montalbán le dijo una vez a Joan Barril que la ironía era la aceptación sentimental de que la razón no puede funcionar en determinadas épocas. Tú, como él, también escribes de gastronomía.
Mi relación con Montalbán es de profunda admiración. Cuando lo conocí, aluciné. Incluso me dio algún consejo cabrón de estos que cuestan cuando eres joven. "Desengañate, los periodistas no creamos opinión, acompañamos opiniones que ya existen". Cosas así te ponen en tu lugar. Y la gastronomía, no hay que decirlo, es una región de la sensualidad. Montalbán inició una revolución gastronómica. Es curioso, porque él venía de una familia humilde. De la gente que veía la comida como una cosa extraordinaria y sencilla. Lo que propone es una llegada a la alta cocina y a la alta sensualidad a partir de criterios de igualdad y de humildad. A partir de la madre y de la abuela, que son las personas que nos daban de comida.

¿Cuál es el proceso creativo de la pieza extraordinaria de Los domingos?
Nunca es igual. Primero estoy una semana con dos o tres posibles textos en la cabeza. Cuando sé hacia dónde va alguno, empiezo a escribirlo. Puede salir mejor o peor. Es un proceso de depuración. Muchas veces encuentras la clave de lo que querías decir en otra parte. Haces un artículo pensando que el tema será 'x' y resulta que es 'y'. Es absolutamente turbador, porque son ideas que siempre habían estado allí. La ventaja del paso del tiempo es que todo cambia de significado. Aspectos que de pequeño considerabas importantes, resulta que no, que lo importante era lo que escondían.

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Guillem Martinez, un escritor sin etiqueta a punto de explotar

¿Qué va antes, el pensamiento o la escritura?
Más bien la segunda. Tienes apriorismos, pero muchas veces te los tienes que enfundar, porque no funcionan. Descubres lo que estás diciendo a medida que lo estás diciendo.

Otra frase tuya: "Cuando escribes nunca acabas de saber si haces un túnel o un pozo".
Sí, nunca sabes si estás siendo demasiado críptico. Sabes que estás excavando, pero no si tiene valor aquello que estás encontrando. Me pasó con el procés. Había muchos días que no sabías si aquello que tenías delante era un pozo o un túnel. No sabías si estabas aclarando cosas o complicándolas.

¿El periodista tiene que pensar tanto en el lector?
Somos un servicio, sí. Yo nací en el cinturón de Barcelona, y a mí de pequeño me tocaba los cojones que me explicaran las cosas como si ya las supiera. El periodismo básicamente es explicar las cosas. Montaigne escribía: "Los antiguos decían eso". Y te lo explicaba. Después añadía: "Y yo digo eso". Esta es la estructura que intento mantener en mis artículos.

El periodismo básicamente es explicar las cosas

Hay algunos conceptos o frases que se van repitiendo en tus columnas. "Somos la mercancía", por ejemplo.
Es un ingrediente de la época. A las etapas anteriores del capitalismo éramos consumidores. Ahora mismo, sólo con tu nacimiento, con tu capacidad de crear deuda, el capitalismo ya tiene bastante contigo. Es terrible.

"Suelo utilizar poco la palabra capitalismo".
Nunca he utilizado mucho la palabra capitalismo, no. Me da mucha pereza. Empecé escribiendo a un fanzín libertario de mi pueblo, y entonces ya no la utilizaba. Ahora todo el mundo dice Catalunya y España a cada artículo... Las reiteraciones ideológicas me parecen un poco absurdas.

"Mi compromiso no puede ser más básico. Consiste en que no penetre en tu casa y en tu vida la brutalidad del exterior".
La brutalidad es la selva. Y la selva, ahora mismo, está muy crecida. Cuando yo era joven era más sencilla, la selva. Y era muy fácil no entrar. Ahora te la encuentras en todas partes. Incluso en el espejo, a veces. Tienes que tener una defensa delante de la selva descomunal. E intentar no reproducirla.

Hablas más de biografías que de vidas.
Quizás porque de pequeño me obsesionaba que las biografías fueran objetos cerrados. Lo que descubres con los años es que todas las biografías son muy comunes. Todos reproducimos los mismos actos, estamos sometidos a los mismos temas y a las mismas tensiones. No somos tan místicos como nos pensamos.

"La literatura ha muerto. La literatura ha pasado a ser realidad. Se sabe que las humanidades han muerto porque no hay opciones para la ficción, que, de pronto, resulta incomprensible". Sácanos el susto del cuerpo.
Como decía antes, estoy convencido de que estamos viviendo un momento de cambio enorme. Y uno de sus componentes es la muerte de las humanidades. Las nuevas generaciones ya no las necesitan. Incluso el arte se podría haber acabado. Pero no me preocupa demasiado. Ha pasado varias veces a lo largo de la historia. Ahora ves a un escritor en la tele y, si es novelista, parece que esté explicando una película, hablando de argumentos y de tramas. Ya no es el hecho esférico de la literatura. No es ni bueno ni malo. Simplemente es lo que noto. ¿Y mola formularlo, no?