En la sede de Comisiones Obreras (CCOO) de Barcelona se presenta una pequeña exposición sobre la Olimpiada Popular de 1936, en el 80 aniversario de su planificación. CCOO y la Fundació Cipriano García han querido recuperar esta exposición, estrenada hace 10 años en el Memorial Democràtic, para reivindicar que el deporte puede ser una herramienta de opresión, pero también de liberación. Y se ha constituido la plataforma "Esports sí, racisme no" para aprovechar esta conmemoración para reivindicar el papel antifascista del deporte.

Las Olimpiadas que quería Barcelona

Barcelona había sido candidata para los Juegos Olímpicos de 1936. Pero la decisión final sobre la sede se tomó poco después de la proclamación de la República. Aunque el cambio de régimen había sido, básicamente, una fiesta, los conservadores miembros de los comités olímpicos, en buena parte aristócratas y burgueses, prefirieron otorgar los Juegos a Berlín. Y mantuvieron su posición, aunque Hitler tomó el poder en 1933, y quedó claro que el acontecimiento deportivo sería utilizado por los nazis, en contra del espíritu olímpico (la Carta Olímpica prohíbe cualquier discriminación por motivos raciales o étnicos). Pero no hubo ningún replanteamiento de la decisión, aunque algunas federaciones deportivas empezaron a cuestionar el papel de estos juegos.

La alternativa

Las organizaciones deportivas populares catalanas, muy potentes en aquel momento, decidieron organizar unos contrajuegos. Con el apoyo de la Generalitat y el Gobierno español se encuadraron en el Comité Organizador de la Olimpiada Popular. España decidió no participar en los Juegos de Berlín y dar apoyo sólo a Barcelona. La idea era organizar unos juegos populares, con participación de atletas de todo el mundo, sin discriminación. También se quiso dar participación a las mujeres, que en aquellos momentos tenían problemas para adquirir un cierto protagonismo en los Juegos. Y frente al elitismo de los Juegos oficiales, la Olimpiada Popular apostaba por fomentar el deporte popular.

Jesse Owens en el podio de Berlín, en 1936. Bundesarchiv.

El manifiesto

El manifiesto del Olimpiada rehusaba el uso del deporte con finalidades militaristas y formulaba el "solemne juramento de mantener para siempre el verdadero espíritu olímpico, luchando por la Fraternidad de los Hombres y de los Pueblos, por el Progreso, la Libertad y la Paz". Acababa con un grito a favor "del verdadero pensamiento olímpico que aúna a los pueblos y a las razas" y en defensa de "la paz y el progreso cultural de la humanidad". El gobierno francés de Léon Blum, que rechazaba el fascismo, dio apoyo los Juegos, los cofinanció y envió a 1.500 deportistas.

Las críticas

La Olimpiada Popular no recibió adhesiones unánimes. Los organismos deportivos internacionales la rechazaron con vehemencia, porque apoyaban a los Juegos de Berlín. Algunos atletas fueron presionados por sus federaciones para que no fueran a Barcelona. Pero en Catalunya también muchos sectores criticaron la iniciativa, que se consideraba poco seria o influenciada por el espíritu comunista. Y, a pesar de todo, consiguió reclutar a 5.000 atletas, de 23 países. Entre ellos destacaban los franceses, y los judíos emigrados. Catalunya tenía una delegación propia, como Euskadi y Galicia. También había inscripciones del Marruecos francés y del Marruecos español.

Tiros contra juegos

La Olimpiada Popular tenía que empezar el 19 de julio de 1936. Pocos días antes llegaron buena parte de las delegaciones (afluyeron 20.000 visitantes a la ciudad, mucho más de lo previsto). Pero el 18 de julio un golpe de Estado interrumpió el ensayo de la inauguración. Algunos de los atletas se añadieron a las fuerzas de izquierda que combatían a los golpistas. En la plaza Catalunya murió un atleta austríaco, Mechter. Algunos atletas se sumarían al ejército republicano, convirtiéndose en el primer embrión de las Brigadas Internacionales. El resto fueron repatriados hacia Marsella, en un barco, el 24 de julio. Antes de embarcar, a pesar de todo, organizaron una manifestación en favor de la República.

Barcelona 92 contra Barcelona 1936

Uno podía imaginar que la experiencia de 1936 habría sido un valor positivo de cara a otorgar a Barcelona los Juegos de 1992. Carles Santacana, comisario de la exposición, explica que fue justamente todo lo contrario. A los todavía aristocráticos y elitistas miembros del Comité Olímpico Internacional, encabezados por Juan Antonio Samaranch, no les caía nada bien que alguien hubiera desafiado a los organismos olímpicos y, justamente en nombre de sus valores, hubiera organizado un acto paralelo. El recuerdo de la Olimpiada Popular molestaba. La preparación de los Juegos Olímpicos de 1992 no se basó en la recuperación de la memoria de 1936, sino en todo lo contrario, en la invisibilidad de su precedente más directo. "Barcelona 92 fue la losa que sepultó a la Olimpiada Popular", asegura Santacana.