Políticas de innovación II: la trampa de la renta media

- Esteve Almirall
- Barcelona. Jueves, 14 de agosto de 2025. 05:30
- Actualizado: Lunes, 18 de agosto de 2025. 17:31
- Tiempo de lectura: 4 minutos
En 2007, dos economistas del Banco Mundial, Indermit Gill y Homi Kharas, acuñaron el término middle-income trap (trampa de la renta media). Su formulación tuvo un éxito inmediato, porque describía de manera muy gráfica un fenómeno recurrente: el de aquellos países que, después de lograr un crecimiento económico sostenido y dejar atrás la pobreza, se encuentran de repente incapaces de dar el salto a la categoría de renta alta. Un techo invisible frena su prosperidad, su bienestar social y, sobre todo, las oportunidades para las generaciones futuras.
La primera fase: el éxito basado en costes
Contrariamente a lo que podría pensarse, los países pobres sí tienen ventajas competitivas. La principal es clara: los bajos costes laborales. Este factor, combinado con una ubicación geográfica favorable y un mínimo de infraestructura educativa e industrial, puede convertir a un país en un destino atractivo para la producción.
Esto ocurrió con la España de finales del franquismo y hasta la entrada en el euro: salarios modestos, posición estratégica en Europa y universidades capaces de formar ingenieros que podían poner en marcha y operar fábricas. La ecuación era sencilla: bajos costes + ubicación privilegiada = inversión extranjera. El mismo patrón se ha reproducido en Polonia, Chequia, Portugal y buena parte de Asia.
Este modelo no requiere grandes competencias en negocios internacionales ni una cultura de innovación propia. Las empresas extranjeras aportan la tecnología, el conocimiento y los procesos productivos. A su alrededor se desarrollan proveedores locales e iniciativas empresariales que imitan o adaptan lo aprendido de las multinacionales.
Cuando el coste deja de ser una ventaja
Si esta primera fase tiene éxito, los salarios comienzan a subir. Esto es una buena noticia para la población, pero reduce el atractivo del país como destino de producción barata. Esto ya lleva años ocurriendo en China, donde el coste laboral ya no es tan competitivo como antes. A partir de aquí, el país tiene dos opciones: dar el salto hacia la competencia por eficiencia e innovación o verse atrapado en la trampa de la renta media.
En este punto, si la transición falla, se produce un círculo vicioso: los salarios suben poco (y a menudo menos que la inflación), la competitividad se reduce y el crecimiento se estanca. Mientras tanto, otros países más dinámicos siguen avanzando.
Esta situación suele ir acompañada de otro fenómeno: la llegada de inmigración para cubrir puestos de baja cualificación. Esto hace crecer la economía en volumen, pero no en productividad ni en renta per cápita. El resultado es un país más grande y diverso, pero con la renta media estancada.
Los “brotes verdes” que no llegan a ser bosque
Pese a este estancamiento, siempre hay sectores o empresas que apuntan hacia el futuro. Son los llamados “brotes verdes”: industrias innovadoras, start-ups con potencial global, centros de investigación de prestigio. Son indicadores de lo que podría ser la economía, pero que, sin un ecosistema amplio que los respalde, se quedan en casos aislados. Una flor no hace verano: si esos brotes no se convierten en un bosque frondoso, la economía seguirá anclada en la competencia por costes.
¿Por qué cuesta tanto dar el salto?
Existen dos razones principales:
1. Path-dependence
Cuando un país es bueno en algo —en este caso, producir a bajo coste—, tiende a seguir haciéndolo. Es fácil crear puestos de trabajo compitiendo en salarios bajos; es mucho más difícil competir en eficiencia o innovación. Las empresas locales y extranjeras que apuestan por el país lo hacen con este modelo en mente. La política y la opinión pública también tienden a defender lo conocido, incluso si es mediocre, y esto ocurre tanto en la izquierda como en la derecha.
2. Capacidades distintas para innovar
Lo que sirve para competir en costes no sirve para innovar. Para dar el salto se necesita un sistema universitario y de investigación de élite, capaz de formar ingenieros y científicos que no solo sepan operar una fábrica, sino diseñarla. Se necesitan empresas que desarrollen productos propios, patentes, procesos únicos que la competencia no pueda copiar fácilmente. Se requiere capital riesgo con ambición global, una cultura empresarial orientada a “ser los mejores” y conexiones constantes con los grandes hubs de innovación.
Trampas adicionales
Además de las dificultades estructurales, hay otras trampas frecuentes:
Captura política: tenemos, por ejemplo, discursos políticos capturados por la economía basada en el coste frente al difícil problema de reciclar una población con bajo nivel de competencias y baja capacidad de aprendizaje individual. Ciertamente, instalar una fábrica ultramoderna en un lugar sin capacidades es factible y rápido; reciclar a toda una población es prácticamente imposible. Este problema puede volverse muy complicado e inclinar la balanza con facilidad.
Fuga de talento: las universidades y centros de investigación líderes a menudo trabajan más para ecosistemas extranjeros que para la economía local. Se suele decir que el hub de IA de Alemania está en San Francisco y, si se observa la gente de IA que trabaja en OpenAI y otras empresas punteras de San Francisco, se verá que está lleno de franceses y bastantes catalanes (además del resto de europeos).
El precio de no salir
Quedarse atrapado en la trampa de la renta media no es quedarse quieto: es retroceder. Si el resto del mundo avanza, tu única manera de mantener competitividad será bajar costes aún más, lo que equivale a empobrecerse, perder cohesión social y reducir las oportunidades para los jóvenes y los no tan jóvenes.
A esto se suman dos peligros nuevos:
- Geopolítica: Estados Unidos y China son plenamente conscientes de que exportar la producción no es gratis y quieren retenerla. Los primeros han impuesto aranceles, y los segundos acumulan más robots que el resto del mundo junto.
- Automatización: la robótica avanza a un ritmo acelerado. JP Morgan estima que un robot humanoide puede costar unos 5 $/hora y sustituir a dos trabajadores de 25 $/hora, con la ventaja de trabajar sin descanso y sin obligaciones fiscales.
Conclusión: darse prisa o retroceder
La lección es clara: no podemos quedar atrapados por la economía del pasado ni aferrarnos a soluciones fáciles que, en realidad, nos encadenan aún más a un modelo que solo nos lleva al empobrecimiento. Conducir la economía mirando por el retrovisor es la mejor receta para salirse de la carretera.
Se necesita ambición y visión para afrontar el futuro con decisión. La economía que viene será robotizada, con costes marginales tan bajos que ningún humano podrá competir. Esto no es una amenaza lejana: es una realidad que ya se despliega ante nosotros. Los países que no se adapten quedarán relegados a la periferia económica, atrapados en la trampa de la renta media o, peor aún, condenados a retroceder.