Hiperactividad, déficit de atención y, en definitiva, un riesgo claro de asfixia cognitiva y angustia provocadas por la imposibilidad de atender a todos los estímulos que se nos presentan a la vez. Son sólo algunas de las consecuencias que, tanto en menores como en adultos, tiene un uso inadecuado de las nuevas tecnologías. La solución a todo ello la plantean expertos como David M.Levy: contra la contaminación mental (que, en definitiva, eso es toda la información inane que nos llega y nos distrae de nuestros propósitos) hace falta ecología, pero no de la que pensamos: ecología de la información.

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¿Qué es?

Psiquiatras como el alemán Manfred Spitzer hablan ya a las claras de demencia digital, que vendría a ser la patología que se genera cuando somos incapaces de dejar de prestar atención a informaciones y estímulos que no tienen impacto directo ni en nuestras vidas, ni en nuestro bienestar ni en nuestra economía pero a las que les dedicamos tiempo, esfuerzo y capacidad cognitiva. En este contexto, la ecología de la información supone un cambio de paradigma en el que el centro dejan de ser los datos porque, lo que de verdad interesa, son las personas y el uso que hacen de la información que reciben. En este sentido, la información relevante es sólo aquella capaz de generar, si se trata adecuadamente, mejoras en la vida de un colectivo. Cuentan mucho, así, todas aquellas informaciones que, pese a no poderse registrar en formatos electrónicos, constituyen el capital intelectual de una organización. Todo ello se sintetiza en un libro, Information Ecology, publicado por Thomas Davenport en 1997, un momento en el que la información circulante no era ni el 25% de la actual.

Efectos adversos

La gestión inadecuada de la información, entiendo como tal la atención permanente a los estímulos informativos externos tiene incluso efectos sobre el funcionamiento del cerebro, que empieza a procesar los datos que recibe no a través del hipocampo (zona responsable de la memoria) si no mediante el estriato, que controla las rutinas. De ahí el déficit general de atención, los problemas de concentración y la carencia general de pensamiento productivo. ¿Qué nos queda? Pues muy sencillo: parar, jerarquizar y pensar que, quizá, es mejor disponer de menos datos, pero mejores y decodificables.