La ciudad amazónica de Belém acoge desde este lunes y hasta el 20 de noviembre la COP30, una cumbre que brinda la oportunidad de reafirmar la apuesta por el multilateralismo en la lucha contra la crisis climática. La idea de una cita así es intentar alcanzar acuerdos para reducir las emisiones contaminantes, avanzar en la descarbonización y mitigar la crisis climática con más financiación, así como apoyo a los países vulnerables y con una transición energética justa. A continuación, algunas de las claves para entender la cumbre del clima COP30 que arranca en Brasil y comprender qué está en juego.
Hay que empezar recordando que la cita de este año coincide con el décimo aniversario del emblemático Acuerdo de París, que debía ser clave en el camino de la descarbonización mundial. Aquel acuerdo marcó un hito histórico porque fijó un objetivo de limitación del aumento de las temperaturas a niveles por debajo de 2 °C, poniendo énfasis en el esfuerzo de limitar el incremento a 1,5 °C, mediante un tratado internacional vinculante —que establece que todos los países deben presentar Contribuciones Nacionales Determinadas (NDC) en diferentes rondas para aumentar la ambición climática—. Desgraciadamente, como humanidad, estamos fracasando estrepitosamente en este objetivo, y en el Mediterráneo lo sabemos bien. Y lo hacemos por la falta de compromiso de países como los Estados Unidos de Donald Trump, que ordenó abandonar el acuerdo, aunque los acuerdos blandos de la Unión Europea tampoco no son un gran ejemplo.
Pesimismo absoluto
Así pues, la COP30 pretende ser clave para la presentación de nuevos planes climáticos o NDC por parte de los países para ajustar la financiación necesaria para hacer frente a la crisis climática, con la idea de cerrar la llamada "brecha" de ambición y mejorar la adaptación y resiliencia al clima. Más concretamente, es fundamental que Belém contribuya a la implementación de los 1,3 billones de dólares en financiación climática internacional de cara a 2035 que se acordaron en la anterior COP en Bakú, Azerbaiyán. Ahora bien, el pesimismo es absoluto.
En el estado español, ocho de cada diez personas desconfían de que de la COP30 salgan medidas "efectivas" contra la crisis climática, mientras que seis de cada diez piensan que el acontecimiento es "simbólico". Esto, según el estudio Actitudes sobre la COP30 elaborado por Ipsos, en el cual los españoles son de los más escépticos. A escala global, hay un poco más de optimismo: una media del 34% de los participantes cree que no se tomarán medidas reales y casi la mitad (49%) opina que es una reunión de líderes con carácter simbólico.
La Amazonia, protagonista
Merece la pena explicar que en las COP los países deciden al más alto nivel político sobre tratados relacionados con el clima, con jefes de Estado y de gobierno reunidos bajo el amparo de la ONU. Participan casi 200 países que ratificaron la Convención Marco sobre el Cambio Climático (CMNUCC) —que nació, precisamente, en Brasil en el año 1992—, con todos los estados miembro de la UE representados en un único bloque. También asisten empresas, organizaciones internacionales, grupos de interés y asociaciones con estatuto de observador. Así, las negociaciones se basan en el modelo de múltiples actores (multistakeholder), con debates de carácter transversal y multidisciplinar. La primera semana, que arranca este lunes, es de carácter más bien técnico, y es la fase final la que reúne a las más altas autoridades políticas.
Como era de esperar, la COP30 es la trigésima edición de estas cumbres climáticas —la primera se celebró en 1995 en Berlín—. El país anfitrión es Brasil, lo que dará peso al papel de América Latina y los bosques en la acción climática, después de que el año pasado se celebrara en un país petrolero del mar Caspio. La cita en Belém buscará dar especial voz a representantes de la Amazonia y de los países más vulnerables, como los de África subsahariana, que sufren los peores impactos de la crisis climática sin que contribuyan realmente a la emergencia. La ciudad se ubica en la desembocadura del Amazonas, un símbolo indiscutible de la importancia de preservar el "pulmón" del planeta y revertir una emergencia climática que castiga especialmente a los pueblos indígenas de los bosques, cada vez más amenazados.
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