Sant Jordi ha ido mejor de lo esperado, sí, pero el efecto en las portadas es desolador. Se ve muy bien en las fotos de El Punt Avui, que comparan las Ramblas del año pasado y este, y también en las imágenes de La Vanguardia y El Periódico. Ara lleva una foto diferente, muy bonita, donde se ve en segundo plano una enfermera que sonríe mucho. Sonríe con tanta potencia que ese instante de felicidad traspasa la mascarilla.

El resto de la realidad que muestran las portadas tiene pinta de paisaje irreal, fantasmagórico, como Sant Jordi 2020. Parece imposible. Los tests no se hacen con la amplitud que piden los epidemiólogos. Escasea la provisión de material de protección para los médicos y sanitarios y también a los ciudadanos. El plan de desconfinamiento cambia cada pocas horas, si es que hay alguno. Las víctimas de la Covid-19 no se contabilizan bien. No se sabe cómo se acabará el curso en las escuelas y universidades. Los instrumentos de socorro económico a empresas, comercios y autónomos son confusos. Hay cerca de cuatro millones de trabajadores sometidos a ERTE. Etcétera.

Todavía hay más, en el orden digamos democrático e institucional. Hay un buen puñado de actuaciones desproporcionadas y dudosas de los cuerpos de seguridad que patrullan por la calle —por encima de los derechos y libertades de la gente y con el amparo del gobierno español. No son pocos los tribunales y jueces que se doblan de políticos, aunque bastante trabajo tienen con lo suyo, pues la justicia lleva paralizada un mes porque la digitalización nunca hizo y no hay quien teletrabaje. Las autonomías tienen suspendidas de hecho —y casi de derecho— sus competencias.

Todo eso, dicho así, parece el fin del mundo. No lo es. Pero es real y puede documentarse punto por punto con numerosos casos concretos, nada anecdóticos. Las portadas de hoy de La Razón y de El Mundo, por ejemplo, llevan alguno. En fin, que si sumas las primeras páginas de los últimos quince días, se le ven las costuras a la única autoridad competente que gestiona la pandemia. Lo reconoce en El País Pedro Duque, el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades: "No teníamos planes concretos y operativos para una pandemia". No dirán que no estaban avisados, cuando menos desde 2015.

Encima, la UE no se pone de acuerdo en cómo instrumentar el plan de reconstrucción económica de un billón y medio de euros. Los diarios, en un ejercicio de voluntarismo, la ven medio llena, y destacan que los Estados se han puesto de acuerdo en que tienen que ponerse de acuerdo en cómo se gasta el dinero. Pero el acuerdo aun no está y no se le espera hasta mediados de mayo.

En vista de que pintan bastos, el Gobierno quería vestir a la novia con la narrativa quijotesca que resumía el titular de El País de hace dos días ("España y Alemania abren paso a un pacto anticrisis en la UE"). Dado que hoy este relato ya no se sostiene, por más que se esfuerce la ministra de Exteriores, han comenzado a mover otro, que es el que aparece simultáneamente, pequeñito, en las portadas de El País y La Vanguardia. El PSOE, explican, busca acuerdos de abajo arriba, desde los ayuntamientos y las autonomías, para sostenerse de una manera más cooperativa, más inclusiva. Las dos portadas hablan de "pactos" y "acuerdos", dos conceptos que para esos dos diarios son como la campana del perro de Pávlov: sólo con escucharlos, salivan, con la esperanza de que las cosas sean "como antes". Los próximos días oirás hablar mucho de todo esto.

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