Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es considerado por la revista francesa Le Nouvel Observateur uno de los 25 grandes pensadores del mundo. Catedrático de filosofía política, investigador en la Universidad del País Vasco y profesor en universidades de todo el mundo, ha escrito multitud de obras tomando el pulso al estado de la democracia. La última, Una teoría de la democracia compleja (2020), seguramente no contaba con la crisis del coronavirus, que le ha acabado dando la razón. El filósofo vasco atiende ElNacional.cat en pleno confinamiento, mientras ultima un nuevo libro de urgencia: Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus. Será publicado en mayo.

Teníamos cierta sensación de que nos iba todo muy bien, y, de repente, llegó un virus y puso patas para arriba el sistema político, la actividad económica...
Nuestros sistemas de alerta, prevención y estrategia vienen fallando estrepitosamente desde hace tiempo. Estamos asistiendo a una sucesión de accidentes a los que no sabemos cómo hacer frente. Tal vez sea esta una de las primeras lecciones de esta crisis sanitaria: hemos de ocuparnos menos del presente y más del futuro, por así decirlo.

¿Cómo valora la gestión que están haciendo los distintos gobiernos?
Ha sido mejorable desde todos los puntos de vista. En cualquier caso, como casi todos los partidos tienen responsabilidad en alguna institución, creo que vamos a tener que soportar en las próximas semanas y meses un reproche mutuo, que es de las cosas menos útiles en medio de una pandemia todavía no controlada. No sé cómo se inyecta la modestia en un espacio tan competitivo como la política, pero puede que sea aconsejable ese ejercicio. Y seguro que la ciudadanía la entendería mejor de lo que creen unos políticos puestos en modo pánico.

Hay varios elementos cuestionables y cuestionados. Uno de ellos, la recentralización, una crítica que ha aunado a gobernantes de todos los colores.
Es, sobre todo, un gran error. En un estado compuesto, con una sociedad que llamamos de inteligencia distribuida, la información y el conocimiento están dispersos. Y la centralización forzada es más fuente de errores que de aciertos. La necesaria coordinación no anula la diversidad de criterios y puntos de vista. Incluso en tiempos tan excepcionales como este el pluralismo sigue siendo una buena idea. Las competencias que un nivel de gobierno tiene no son solamente una cuestión de soberanía sino de capacidad.

¿Cree que realmente se hizo por eficiencia, o fue un tic centralista del PSOE en un momento de pánico?
Estamos viviendo un momento de estatalidad que nos puede llevar a engaño. Se cierran las fronteras, se adoptan decisiones keynesianas, se escenifica una cierta militarización, la Unión Europea se fragiliza… Pero eso no significa un retorno del Estado. Porque ese Estado que vuelve no dispone de los recursos para mantener esta situación mucho tiempo, no tiene la capacidad económica, comparte el poder hacia dentro y hacia fuera, depende de una sociedad civil donde se generan los datos gracias a los cuales hacemos un buen diagnóstico de la situación, y el sistema científico coopera transnacionalmente para encontrar una vacuna.

¿El mando único puede entenderse como un repliegue autoritario?
Es una concentración instintiva, similar a la que se está produciendo en mucho lugares del mundo ante este tipo de emergencias. Pero lo que vendrá después es un enorme debate acerca de qué niveles de gobierno y producción son más adecuados para prevenir crisis futuras. Tanto en lo que se refiere a la autoridad política como a la fabricación de ciertos artefactos sanitarios que habíamos deslocalizado (mascarillas y respiradores, por ejemplo) y se han revelado como una cuestión estratégica.

La centralización forzada es más fuente de errores que de aciertos

Otro elemento muy cuestionado es la militarización de la crisis. ¿Era necesaria?
El Estado moderno se construye en torno al hecho militar, y de momento no sabe celebrase más que con desfiles militares. Una de las reflexiones que deberíamos hacer es qué nos representa como comunidad, qué grupos profesionales y qué tipo de performances expresan mejor lo que son las comunidades postnacionales del siglo XXI. ¿Por qué no un homenaje al personal sanitario o a quienes cuidan?

¿Realmente no podían estar preparados ante una amenaza así?
La magnitud de la crisis era difícil de anticipar. Pero había advertencias sanitarias que no han sido tenidas suficientemente en cuenta y, sobre todo, las diversas crisis de estos primeros veinte años del siglo XXI (terrorismo, crisis climática, migratoria, económica) lanzan unas advertencias que tiene como hilo conductor la realidad de un mundo común. Seguimos pensando en un mundo compuesto de elementos autosuficientes y no entendemos ni gobernamos bien un mundo que forma un sistema unificado. La común amenaza de los riesgos y la debilidad de los procedimientos clásicos de protección nos hablan de ello.

Seguimos pensando en un mundo compuesto de elementos autosuficientes y no entendemos ni gobernamos bien un mundo que forma un sistema unificado

Ahora vuelven los Pactos de la Moncloa. ¿Tiene sentido volver al esquema del 77?
Este sistema político tiene mucho desgaste. Una de sus manifestaciones más disfuncionales es que la desconfianza y la competitividad entre sus actores ha alcanzado unas dimensiones que nos impiden abordar cualquier cuestión que requeriría acuerdos y cooperación. Me parece indudable que habría que ir a ese tipo de escenario. Ahora bien, las cosas han cambiado mucho desde entonces y para hacerlo deberíamos hacer una reflexión sobre los actores y la metodología. Siete hombres reunidos en la bodeguilla no son ni representativos ni capaces de generar la movilización colectiva que se necesitaría para ello. Mi primer consejo sería que se aumente el número de actores a los que se invita a participar, como reflejo de la naturaleza compuesta del estado y su grado de diversidad. Y mi segunda prevención es que serán imposibles mientras sus participantes vean en ello una ocasión para sacar un beneficio particular. 

¿A qué lo atribuye?
A que se ha hecho cada vez más insoportable la idea de que no podemos hacer nada ante amenazas que afectan a todos. Hay un reconocimiento implícito de nuestra impotencia. Existen ciertos asuntos que podríamos llamar de estado que no los arregla este gobierno, pero tampoco otro.

¿Habrá que replantear el papel de lo público?
Me encantaría que el papel de lo público, de lo común, volviera a la agenda política como un tema fundamental. Pero soy un poco escéptico frente a las promesas de que una catástrofe como esta nos vuelva a todos razonables de la noche a la mañana. Veo a una derecha que está encantada con la idea de que los contribuyentes sean sustituidos por los donantes. Y esto es el liberalismo de toda la vida dulcificado por la generosidad de unos pocos.

daniel innerarity efe

El Estado moderno se construye en torno al hecho militar y de momento no sabe celebrase más que con desfiles militares. ¿Por qué no un homenaje al personal sanitario o a quienes cuidan?

También vuelve el dilema libertad-seguridad
Esa tensión ha estado y seguirá estando en el centro de nuestras discusiones porque además es el eje desde el que se construyen muchos de nuestros antagonismos. Vamos a entrar en un terreno desconocido, que es el de los datos y la inteligencia artificial al servicio de nuestra seguridad sanitaria. Y hay tantas promesas como riesgos frente a los que habrá que llevar a cabo un gran debate y un nuevo pacto social.

¿Es un cambio de paradigma respecto la crisis de 2008?
Esta crisis es más simétrica (nos afecta casi por igual a todos) que la de 2008 y por eso las soluciones en Europa han sido más fáciles de acordar, pese a que los halcones del norte querían interpretarla como si fuera una crisis de aquel estilo. Su rechazo a mancomunar la deuda se debía a esa interpretación, no sé si producto del desconocimiento o del interés (seguramente de las dos cosas).

¿También pone en cuestión los cimientos de la Unión Europea?
En 2008 criticamos que la Unión Europea interviniera demasiado y en esta ocasión que no haya intervenido suficientemente. De todas maneras conviene tener en cuenta que si la Unión carece prácticamente de competencias en materia de sanidad es porque los estados así lo han querido. Y que si las mascarillas no llegaron rápidamente a Italia es porque Alemania no se las facilitó (no la Unión). Hacemos culpable a Europa cuando no hemos querido dotarla del nivel de integración que sería necesario para hacer frente a crisis como esta.

Muchos gobiernos autonómicos han ido por delante del Gobierno central. ¿Ha servido para poner en cuestión el modelo territorial?
Que hayan ido por delante significa que el modelo de poder distribuido funciona mejor que el de poder momentáneamente concentrado. De hecho, a una primera fase en la que Sánchez comunicaba sus decisiones la víspera de reunirse con los presidentes autonómicos en las que supuestamente debían ser discutidas esas medidas, la ha sucedido otra en la que hay algo más de deliberación y horizontalidad.

¿Qué consecuencias puede tener sobre el modelo territorial?
Habrá quien en ese reparto de culpas defenderá que una recuperación de competencias resulta más funcional. Tiene dos problemas: que podría valer para situaciones de alarma y que de hecho tampoco en situaciones de alarma funciona.

Hacemos culpable a Europa cuando no hemos querido dotarla del nivel de integración que sería necesario

Se dice mucho que esto supondrá un antes y un después... ¿Cree que realmente será así?
Sí, pero que el cambio sea en una dirección u otra, a peor o a mejor, eso depende de nuestras decisiones libres. La naturaleza no da lecciones inequívocas ante las que no quepa más que rendirse, sino golpes que debemos interpretar correctamente dentro de nuestro habitual pluralismo. Veo a muchos representantes de la naturaleza señalando como lecciones unas determinadas opciones políticas que casualmente coinciden con las suyas… Nadie debe arrogarse la representación de la catástrofe, como tampoco dejamos que nadie represente monopolísticamente al pueblo, a las mujeres o a la clase trabajadora. En una democracia no se obedece ni siquiera a una supuesta orden natural, sino que se decide.

¿Cree que el Gobierno Sánchez-Iglesias puede sobrevivir a esta crisis?
A una crisis sanitaria de estas dimensiones debe seguirle una crisis económica y después una política. Eso no quiere decir necesariamente un cambio de gobierno sino algo más radical: una modificación de las agendas y las prioridades, así como un cambio también de las relaciones entre los actores políticos y de la ciudadanía hacia sus representantes. La primera relación, la de los políticos entre sí, puede ser de búsqueda de acuerdos o de mayor polarización; la segunda, entre la gente y sus representantes, una generación de confianza o una mayor desafección. Que las cosas vayan en una u otra dirección depende del éxito de la gestión de la crisis y de unas decisiones posteriores que no soy capaz de adivinar.

A veces parece que responden mejor los ciudadanos que los políticos...
En estos momentos las decisiones de los ciudadanos se reducen a optar entre quedarse en casa leyendo o quedarse en casa cocinando. No es muy complicado. Las decisiones de los políticos, en cambio, son dramáticas: la salud o la economía y en qué grado de relación se encuentran ambos valores, teniendo en cuenta que la economía también significa vidas humanas en juego. No me gustaría estar en su pellejo y no me parece honesto contraponer una supuesta inocencia del pueblo a una demostrada perversión de sus representantes.

¿Cómo queda la democracia española después de todo esto?
Se nos vuelve a dar a todos una oportunidad de volver a pensar y decidir qué queremos hacer con nosotros mismos. Es nada más que una oportunidad de reflexión. Que esta crisis nos lleve a una mejora o a un deterioro depende de nosotros. 

¿La democracia será aún más compleja?
Como he señalado al hablar de unos posibles pactos, esta crisis pone de manifiesto que hay ciertos problemas y transiciones que hemos de llevar a cabo y para los que un gobierno (este u otro alternativo) es impotente. Implicar a más actores en esa empresa y con un tipo de relación entre todos menos jerárquica y más cooperativa es avanzar en la línea de una democracia más compleja, el modo de hacer mejor a la democracia, como vengo defendiendo desde hace años.

¿Están ganando las tesis de las derechas populistas?
Eso está por ver. La gestión de la crisis que han hecho Trump, Bolsonaro o Johnson deja mucho que desear. El problema es que donde hay líderes populistas suele haber votantes que también lo son y a los que las evidencias no les resultan un motivo suficiente para cambiar de voto.