El 27 de enero de 1939, la aviación fascista italiana bombardeaba con persistencia y sin piedad la población de La Garriga (Vallès Oriental). Las carreras de los civiles para llegar al refugio antiaéreo de la estación no evitaron la quincena de muertos inocentes. Una injerencia fascista, causa de un intenso dolor que se ha perpetuado durante décadas. Ahora es la hora de recordarlo.

Ochenta años después, este frío domingo de enero quedaba invadido por la tierna e incisiva voz de la cantautora Marina Rossell, quien con la musicalidad de bonitas palabras atravesaba los corazones de los centenares de presentes, como aquellas bombas que tantas y tantas vidas cercenaron. La conmemoración del 80º aniversario de los bombardeos en la población llenaba la plaza de la Doma de garriguenses, autoridades, familiares y víctimas venidas de todas partes, y hacía que la plaza se quedara pequeña.

La Garriga es el ejemplo manifiesto de lo que significa el trabajo desde el municipalismo para el fomento de la recuperación y la divulgación de la memoria histórica.

Los testimonios impresionantes de los Rovira, los Mateu y los Guasch, tres familias que perdieron a sus seres amados en los bombardeos, rompían el silencio y la solemnidad del acto. Palabras de recuerdo, desde la máxima intimidad, que producían un nudo en la garganta y el inicio de la lágrima en los ojos. "No tenemos odio, pero ni perdón, ni olvido", la afirmación contundente de los hermanos Guasch. Ellos perdieron a su abuelo y a dos hermanos.

La Doma acoge la iglesia parroquial románico-gótica de Sant Esteve de la Garriga, la casa parroquial y el cementerio viejo. Un espacio donde el año 2009 se localizaba y se identificaba una fosa común con el nombre de 67 personas, documentadas, una a una, por el historiador local Joan Garriga.

El 9 de diciembre de 2014, la violencia del temporal afectaba de lleno al Vallès Oriental: centenares de árboles caídos, el bloqueo ferroviario y la caída del ciprés centenario de la Doma, hecho que hacía aflorar los restos humanos enterrados bajo la plaza, con la presunción inicial de que pertenecían al periodo de la Guerra Civil.

La esperanza de recuperar del anonimato a esas personas olvidadas y encontrarles un destino quedaba parada por el estudio arqueológico y antropológico: los restos correspondían al periodo comprendido entre los siglos XVIII y XIX. No fue uno derrota, fue el inicio de la evidencia de que hacía falta trabajar por la recuperación de la memoria y la lucha contra el olvido.

El Ayuntamiento de La Garriga hizo de este agravio su lucha, y en abril de 2016 se convertía en el primer consistorio de Catalunya que costeaba la extracción de las muestras de ADN de sus conciudadanos.

El conseller Raül Romeva trasladaba esta demanda al ámbito institucional y, con la creación del Projecte d’Identificació Genètica, tomaba el relevo del trabajo ingente hecho por los familiares de desaparecidos y las entidades. Se trataba de solucionar desde el ámbito público lo que muchos habían dejado escondido en un cajón, haciendo evidente el espíritu de un gobierno, con el compromiso de que la recuperación y la identificación de los desaparecidos es un deber y obligación para un país.

La normalización de la apertura de fosas tendría que ser un principio de Estado de todo aquel que quisiera parecerse a algo comparable a lo que se llama democrático. Sin embargo, como sabemos, la violación de los derechos humanos en el Estado español es el deporte que ha perdurado durante décadas, perpetuado por el franquismo escondido y que se ha hecho patente con la inexistencia del compromiso para recuperar la memoria y la promoción del olvido.

Como dice el periodista Jordi Margarit en Rac1, "Catalunya, haz tu camino". También el 27 de enero pasado, el día que se conmemoraba el 74º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau por el ejército soviético (Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto), la Generalitat de Catalunya seguía actuando como un verdadero país, ahora en manos de la consellera de Justícia, Ester Capella.

En el cementerio de El Soleràs (Segrià), después de vaciar la mayor fosa abierta hasta ahora en Catalunya, con 146 esqueletos, se celebraba el acto de entrega de los restos de cuatro republicanos a sus familias. Maria Teresa Mir, Ramón Jové y Leandro Preixens, vecinos del Soleràs y muertos en diciembre de 1938 a causa de los bombardeos franquistas, ya descansan en los nichos familiares. Y Josep Morales, vecino de Vimbodí (Conca de Barberà), combatiente republicano en el frente del Segre y también desaparecido en diciembre de 1938, ya está en manos de su familia. Es la primera identificación genética que se hace en el banco de ADN catalán y que ha permitido cerrar el ciclo del duelo a cuatro familias.

Y este caso reafirma que nunca se debe perder la esperanza de recuperar a los familiares desaparecidos, el derecho que tiene toda persona a dar sepultura a sus seres amados. Estas son las palabras que me repite, una y una otra vez, mi abuela Roser, quien espera el regreso a casa de su padre, Jaume Guinau, desaparecido en la batalla del Ebro. Pero parece que en la España de los ínclitos socialistas de derechas no hay nadie que entienda este derecho tan básico de la condición humana.

Las políticas públicas de memoria tienen que ser un pilar transversal para recuperar la identidad de Catalunya. Y ahora más que nunca, a las puertas del juicio político contra el pueblo de Catalunya. Los presidents Francesc Macià y Lluís Companys también fueron perseguidos y procesados por motivos políticos. El president Companys pagó con su vida la defensa de su anhelo.

Pero no olvidemos, como he dicho tantas y tantas veces, que el éxito de las políticas de memoria democráticas radica en la colaboración y la cooperación entre los diferentes actores, desde la Administración local, las entidades y la ciudadanía, hasta el indispensable conocimiento y experiencia de los expertos profesionales de este país. Si no es así, el resultado será cometer los eternos errores del pasado.

Mientras tanto, la letra de la canción Paisatge de l'Ebre de la cantautora Teresa Rebull nos recuerda que los zapatos de Jaume esperan en una cueva de la sierra de Pàndols. Exactamente podrían ser los de mi bisabuelo. ¡No perderemos nunca la esperanza de recuperarlo!