A sus 88 años, sor Bernadette, una religiosa agustina austriaca, ha decidido huir de la residencia donde vivía con otras dos monjas y volver a su convento en Goldenstein, un nombre tan sugerente en alemán como 'piedra dorada'. Los titulares de los periódicos lo han difundido a diestro y siniestro: “Tres monjas ancianas huyen de una residencia y ocupan su exconvento”. Sor Regina, de 86 años, y sor Rita, de 82, han desafiado a las autoridades eclesiásticas, que habían decidido que era mejor que las religiosas estuvieran atendidas en un centro de cuidados, y no solas en su exconvento destartalado y poco preparado.
Sor Bernadette había estudiado con Romy Schneider en la escuela. Acumula vida: se acerca a los 90 años y no está para tonterías. Hacía dos años que ella y las dos únicas compañeras más de la comunidad habían tenido que abandonar su lugar de toda la vida.
La noticia de las monjas rebeldes habría sido una curiosidad local y nada más si no fuera porque un comisario papal, Markus Grasl, ya se había reunido con ellas para intentar que recapacitaran, y porque la proeza ha llegado a medios de comunicación de todo el mundo.
Las ancianas religiosas ya han ocupado su propio convento (del siglo XVI, una fortaleza cerca de Salzburgo), aunque la Conferencia de órdenes religiosas de Austria había apoyado su traslado, ya que constataron que el convento no reunía las condiciones necesarias para la vida asistida que requerían las tres mujeres rebeldes. O sea, que la federación que integra a las religiosas del país ya se había pronunciado, también. Pero ellas, testarudas, han ejercido la libertad a su manera. Volviendo a su convento, ocupando literalmente su exdomicilio.
El caso tiene interés por su rebeldía hacia la autoridad y por la obstinación al negarse a vivir en un lugar con condiciones adecuadas, pero sin “corazón”
No se hace ninguna revolución sin cómplices: las monjas han contado con la ayuda del personal de la escuela que ahora ocupa su antiguo refugio. El caso tiene interés por su rebeldía hacia la autoridad y por la obstinación al negarse a vivir en un lugar con condiciones adecuadas, pero sin “corazón”. Esta nostalgia de las monjas, arraigadas a su hábitat natural, no es un capricho. Ellas apelan al voto de estabilidad: las contemplativas han hecho votos y tienen derecho a morir en su monasterio. Han vivido allí 60 años.
Por ahora el tema está parado: ellas, traviesas, van colgando vídeos en las redes para demostrar que son autosuficientes y que pueden vivir sin asistencia médica. La lógica nos impele a entender su deseo, pero como ellas, tantas religiosas de todo el mundo, y en Catalunya pasa cada año, deben cerrar el lugar donde vivían y trasladarse a otra comunidad más grande. El punto de obstinación de las monjas austríacas persiste. Como diría aquel, que Dios haga más que nosotros.