En la UIC celebrábamos el lunes una nueva edición del Global Meeting de Alumni, la asociación donde reunimos a todas aquellas personas que comparten haber egresado de nuestras aulas en alguna de las diversas titulaciones de grado y máster que en estos 28 años han ido configurando la oferta formativa. Una oferta que navega entre la prudencia necesaria en una universidad privada y la ambición de competir en excelencia con las grandes de nuestro país. Ni fácil, ni para mañana, pero el camino es ese. Para intentarlo, aprender de quienes saben es imprescindible, y el pasado lunes tuvimos ocasión de escuchar en directo a Mario Alonso Puig. Con su currículum de infarto en el ámbito de la cirugía y las emergencias médicas, su mensaje no pudo ser más esperanzador: la ciencia ha confirmado que el amor cura, que restaura telómeros en nuestro a ADN, que desbloquea genes imperfectos, que hace de nosotros algo mucho mejor cuando cooperamos, compartimos o servimos. Curiosamente, eso lo tenemos en común con una parte muy importante del mundo animal, y, por no ir más lejos ni parecer esotéricos, está también escrito en todos los textos sagrados.
Que nos amemos significa que busquemos en quienes tenemos delante a ese individuo único y precioso que es
Para alguien que preste atención a la vida y a su propio desarrollo existencial, lo que afirma Alonso es una realidad contrastable y siempre así. En mi entorno cercano, y aunque este año ya ha iniciado el camino de la jubilación, una mujer ha brillado más en cada nuevo día. Ella quizá no lo sabe, pero a medida que su pelo se descubría en blanco argénteo, su belleza emergía como nunca antes de que el tiempo surcase su cara. Carmen es un caso especial, aunque no único, de personas que, de forma imperceptible pero consistente, se dedican a hacer mejor la vida de quienes la rodean. Carmen también habría podido decir lo que nos dijo Mario, sí, pero Mario tiene para explicarlo unos talentos especiales que —consciente de la responsabilidad que con el don contrae de intentar ejercerlos bien— le empujan a subir a cuántos escenarios lo reclamen para expresar un mensaje eterno e infalible, sepultado entre nuestros pecados capitales y los miedos que en el fondo son su abono fundamental: que nos amemos significa que busquemos en quienes tenemos delante a ese individuo único y precioso que es, y que entendamos que tiene tantos defectos como quien lo mira, pero que tiene también algo valioso, a veces escondido entre traumas y heridas y que por esa razón, por esa dignidad innata, concedida y eterna nos deberíamos inhibir de juzgar. Menos juicio, más atención al otro, decía Mario.
Esto que Mario dice, que Carmen practica cada día, en ningún modo nos debe arrastrar a comprar el buenismo de cierta izquierda, donde parece que solo haya malos de verdad si son machos violadores; como no debe arrastrarnos a aceptar sin límites el individualismo inmisericorde de cierto mensaje liberal, o la intransigencia monolítica de una parte del conservadurismo. Sabiduría y compasión significa que, en su justa medida, de cada uno de nosotros se requiera el esfuerzo y que, por tanto, de no hacerlo con los que son nuestros deberes fundamentales, quepa corregir y sancionar. Y antes, prevenir. Porque aunque Mario Alonso nos recordó que la confianza es clave para la cooperación y esta es absolutamente necesaria para la innovación, ni todo lo nuevo es bueno, ni todos los llamados escuchan de igual modo.
La conclusión, al menos, para mí: el universo es un corazón infinito latiendo en sístole y diástole sagradas y eternas, encogido en cada error y expandido en cada cierto de nuestra conexión con ese Dios del mandamiento nuevo, tan simple como, por lo que parece, difícil de cumplir. Gracias, Mario Alonso, por venir a decirlo a la UIC. Gracias, Carmen.