Durante horas, este miércoles, una amplia franja del planeta contuvo la respiración. El fuerte terremoto de magnitud 8,8 que sacudió la península rusa de Kamchatka a primera hora de la mañana encendió las alarmas de tsunami en prácticamente todo el océano Pacífico: desde Japón hasta Chile, pasando por Hawái, California o Filipinas. Millones de personas fueron evacuadas de zonas costeras, se cancelaron centenares de vuelos y los servicios de emergencia se pusieron en alerta máxima. Pero el tsunami nunca llegó con la fuerza catastrófica que muchos temían. Ahora, un día después, los expertos y las autoridades respiran aliviados y coinciden en una valoración clave: el mundo podría haber vivido una tragedia de dimensiones globales, y solo una combinación de factores geológicos favorables y una respuesta coordinada y rápida han evitado una catástrofe.

Una de las incógnitas que más intriga a los expertos ahora mismo es por qué las olas fueron relativamente bajas a medida que se alejaban del epicentro del seísmo. Es cierto que las olas de tsunami pierden fuerza cuando se dispersan a gran escala, pero el precedente inmediato demuestra que eso no siempre es así: el terremoto de 1952, de una magnitud similar y registrado en la misma zona, provocó olas mucho más altas y causó daños más graves en sitios tan lejanos como Hawái. El contraste es todavía más evidente si se compara con el devastador seísmo del 2011 en Japón, que desplazó la tierra hasta 45 metros a lo largo de una falla de una longitud similar, generando olas de hasta 30 metros de altura. Aquel episodio acabó desencadenando una crisis nuclear y tuvo efectos devastadores en el país nipón, con más de 15.000 muertos y daños materiales que fueron millonarios.

Efectos del tsunami del 2011 en el Japón / Wikipedia
Efectos del tsunami del 2011 en Japón / Wikipedia

Ausencia de un gran desprendimiento submarino

En el caso más actual, una de las explicaciones más plausibles que han empezado a circular entre la comunidad científica es la ausencia de un gran desprendimiento submarino, un factor que habría podido amplificar de manera exponencial la fuerza del tsunami. Los movimientos repentinos de sedimentos o rocas bajo el mar pueden llegar a incrementar la energía de una ola hasta un 90%, según los expertos, aunque en este caso concreto todavía habrá que estudiar con detalle si se produjo algún fenómeno de este tipo. También se considera que el mismo terremoto, a pesar de ser de una magnitud muy elevada, podría haber contribuido a una oleada menos destructiva de lo que se esperaba.

Según las simulaciones del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), el seísmo habría provocado un desplazamiento del terreno de entre 6 y 9 metros a lo largo de una falla de cerca de 500 kilómetros. Este tipo de variaciones en el movimiento de la falla, ha apuntado Diego Melgar, director del Cascadia Region Earthquake Science Center de la Universidad de Oregón, en declaraciones a The Washington Post, pueden marcar la diferencia entre un tsunami de dimensiones moderadas y una catástrofe mayúscula.

Mejora de los sistemas de alerta

Otra clave para entender por qué el Pacífico ha esquivado una tragedia se encuentra en la mejora de los sistemas de alerta. Según los expertos, los centros de aviso de tsunami de Kamchatka y Sakhalin emitieron las alarmas con bastante antelación y de manera coordinada, hecho que permitió activar rápidamente los protocolos de evacuación. El balance provisional confirma la eficacia de la respuesta: ninguna víctima mortal y solo daños materiales puntuales, como la rotura de una pasarela en Crescent City, en California. Las autoridades reconocen que en esta ocasión el sistema funcionó con eficiencia, cosa que permitió desalojar zonas costeras, sacar embarcaciones de los puertos y preparar a la población con margen suficiente. Esta capacidad de reacción es especialmente relevante cuando el origen del seísmo se encuentra a miles de kilómetros de distancia, como en el caso de este miércoles, ya que proporciona unas horas cruciales para alertar y proteger a la ciudadanía.

De hecho, los actuales sistemas de alerta nacieron a raíz de catástrofes como las de 1946 y 1952, cuando dos potentes terremotos —uno en las islas Aleutianas de Alaska y otro cerca de Kamchatka— provocaron tsunamis que causaron numerosas víctimas y daños materiales en Hawái. Aquellas tragedias impulsaron la creación de los Centros de Alerta de Tsunamis de los Estados Unidos, ahora gestionados por la Administración Nacional de los Océanos y de la Atmósfera (NOAA). Ahora bien, hay veces en que los avisos no servirían para nada. Una ruptura en la falla de Cascadia, en la costa oeste de los Estados Unidos, podría generar un tsunami en cuestión de minutos y poner en riesgo millones de vidas sin margen de maniobra.