He pasado, como cada agosto, unos días en Andorra. Siempre intento combinar las actividades de ocio que comporta viajar con dos niñas con alguna visita de carácter cultural, y aprovechamos para explorar partes del país que todavía no hemos visto. Andorra es un país que debe conocerse, más allá de las pistas de esquí, su famoso centro termal y las áreas comerciales. Debajo de todo esto se esconde un país con una historia sorprendente y una sociedad con ganas de tener un país mejor. Andorra ha pasado de ser un país agrícola y ganadero, aislado y conservador a ser un Estado pujante, dinámico y abierto al mundo. Aunque a menudo se ha querido caricaturizar a la sociedad andorrana como una sociedad estamental y reaccionaria, lo cierto es que sus grupos dirigentes fueron capaces de alcanzar y pilotar una independencia política en medio de dos de los Estados más imperialistas del mundo: Francia y España. Y lo hicieron con más aciertos que errores, y con una inteligencia política que ya habríamos querido tener los catalanes. Aparte de banqueros, empresarios y comerciantes, Andorra tiene patriotas andorranos, que aman a su país como nadie. Por tanto, Andorra es un país que hay que mirar de cerca, porque podemos sacar muchas lecciones.

En este sentido, desde hace un tiempo, los andorranos han decidido una serie de cuestiones a seguir atentamente. De alguna manera, están poniendo el punto y final a una etapa y están empezando otra. Solo el tiempo dirá si este cambio es menor o es un giro estratégico, pero me parece muy relevante hacer algunas observaciones. Una cuestión primordial de este giro de la política andorrana es la situación de la lengua catalana, que es la única oficial, y su futuro. Estos días, en Andorra, he constatado de nuevo que el uso del catalán en los servicios de cara al público es muy precario. Había personas que casi ni me entendían y he oído a policías andorranos hablar castellano entre ellos durante el servicio, como ocurre aquí con muchos mossos d'Esquadra. El catalán mejora sensiblemente si los establecimientos comerciales tienen más valor añadido, como por ejemplo en las farmacias, y también mejora notablemente si nos alejamos de Andorra la Vella y viajamos por las parroquias más alejadas de la capital. Pero en un país donde los ciudadanos andorranos son menos de la mitad de la población, la salud del catalán no puede estar normalizada si no se toman medidas contundentes. Y esto es exactamente lo que ha hecho su gobierno, emparejando los permisos de residencia y trabajo al conocimiento de la lengua oficial del país. Debería ser una obviedad, pero hasta ahora no era así. De ahora en adelante, los establecimientos que no atiendan al público en catalán podrán ser multados. Una primera consecuencia de esta medida es que los extranjeros inscritos en cursos de catalán se han multiplicado, porque una lengua se defiende con leyes en el boletín oficial y no con flores en la mano. Algunos inmigrantes ya se han ido a causa de estos nuevos requerimientos. Buen viaje. No hace falta ser un genio para entender que detrás de la cuestión lingüística está el factor migratorio, que es una preocupación creciente de la población andorrana, según todos los sondeos.

Corresponde a los andorranos de hoy tomar nuevas decisiones valientes para garantizar la independencia y el progreso de su país, y nos corresponde a los catalanes tener un ojo puesto en ello para sacar algunos aprendizajes

Una segunda decisión tomada por las autoridades andorranas es la limitación de la construcción. Basta con pasearse por el país para ver nuevas promociones aferradas a las montañas, al borde de los abismos. O solo hay que detenerse frente a los escaparates de las inmobiliarias para constatar que los precios de las viviendas son prohibitivos para mucha gente, incluidas las clases medias que hasta ahora vivían muy bien. De hecho, la vivienda es, con mucha diferencia, la primera preocupación de la sociedad andorrana. Un modelo económico basado en buena parte en los servicios atendidos por inmigrantes de baja calificación y en la residencia de ricos extranjeros por motivos fiscales ha provocado una grave crisis habitacional, que ha motivado diversas manifestaciones en la calle, algo casi inédito en un país tan tranquilo como es Andorra. Por eso se ha dictado una moratoria en la construcción y no se dan más permisos hasta que se definan las líneas maestras de un nuevo plan urbanístico de país. El país deja atrás lentamente un modelo para abrazar a otro. El acuerdo de asociación de Andorra con la Unión Europea (UE), a debate actualmente en el país, va en esa dirección.

De algún modo, y sin ser ningún conocedor en profundidad de la realidad del Principado, tengo la percepción de que la sociedad andorrana, de forma generalizada, ha llegado a la siguiente conclusión; después de décadas de progreso, modernización y enriquecimiento evidente en todos los ámbitos, el modelo económico y social ha llegado a un punto en el que comienza a generar más problemas que ventajas y, por tanto, la calidad de vida de los andorranos comienza a declinar. ¿Pueden enriquecerse más si no cambian el modelo? Sin duda, pero el precio que pagarán será un país desdibujado, masificado, desnacionalizado y cuyo coste de vida será inasumible para muchos sectores de las clases medias andorranas. Diría que los andorranos están en este punto y ese es el debate que recorre los despachos y comedores de las clases dirigentes. Me jugaría una cena a que la quiebra del BPA y la injerencia chapucera del Estado español en este asunto han acelerado este cambio de mentalidad y ha hecho que los andorranos sean más conscientes que nunca de que el futuro de su país, a cien años vista, depende de las decisiones que tomen esta próxima década. En 1176 un total de 383 jefes de casa andorranos firmaron un acuerdo de concordia con el obispo de Urgell, que fijaba los derechos y deberes de unos y otros. Aquellos hombres rudos y trabajadores tenían la mirada larga y una conciencia colectiva de formar parte de algo diferente al resto de cosas. Aquellos hombres tomaron decisiones valientes y se enfrentaron a la inercia del momento. Corresponde a los andorranos de hoy tomar nuevas decisiones valientes para garantizar la independencia y el progreso de su país, y nos corresponde a los catalanes tener un ojo puesto en ello para sacar algunos aprendizajes.