La CUP, partido anticapitalista, es contraria a que los medios de producción estén básicamente en manos privadas y en los que el objetivo principal es obtener el máximo beneficio en un mercado libre y competitivo. Es decir, rechaza un sistema económico injusto en el que el ser humano explota a otras personas. Es un partido admirable en muchos aspectos, trabaja desde la base, todo el mundo tiene opinión y decisión y al mismo tiempo su ideario político es diáfano; así en el presente defensa que si la población catalana en referéndum votó —y defendió valientemente y valerosamente— la República catalana, de este punto no se mueven.

Otras veces en nuestra historia nos hemos encontrado en este callejón sin salida. La razón por una lado y la realidad de la fuerza por otro. Solo hay que recordar cómo Macià el 17 de abril de 1931 tuvo que renunciar a la República catalana —la que rompió el sistema monárquico borbónico español— por la presión intimidatoria de la neonata República española. De esta forma no fue República catalana sino Generalitat, reinstaurada o recuperada.

Vamos a analizar un pasado lejano que nos puede servir en este dilema para ayudar a la CUP y, lógicamente, al independentismo catalán, sometido a asedio desde que ganó las elecciones del día 21 de septiembre —recordamos que fueron impuestas por los partidos del 155: PP, PSOE y Cs—, y a una persecución política, judicial, ideológica y mediática propia del Maccarthismo. La de la caza de brujas contra el comunismo.

En 1891 la fundación de la Unió Catalanista era un peldaño necesario para consolidar el disperso catalanismo, pretendía unir a todos los catalanistas por encima de su forma de pensar y ver el mundo. Así, desde el provenientes del catalanismo histórico y el mundo más cultural de la revista La Renaixensa hasta los del catalanismo político en torno a un muy joven Prat de la Riba.

A lo largo de la historia de la Unió Catalanista encontramos a hombres que fueron los cimientos de lo que hoy somos como nación y como cultura, en los principios tenemos que citar a Domènech i Montaner, Pau Font de Rubinat, Joaquim Vayreda, Àngel Guimerà, Duran i Ventosa. En su evolución otros dirigentes fueron Antoni Suñol, Narcís Verdaguer i Callís, y un largo etcétera.

Cuando se produjo el desastre de 1898, la derrota total y pérdida de Cuba, junto con Puerto Rico y Filipinas, hubo quien siguió optando por ser un partido de pureza política que nunca entrara a ensuciarse las manos en la política menor de los pactos, de las negociaciones pequeñas o grandes, del comercio de intereses.

Era la lucha entre apoliticismo versus partidismo. El grupo más politizado encabezado por Prat de la Riba impulsaría acabar con aquel desbarajuste político y aquella hecatombe económica. Optó por el hecho democrático que conseguiría triunfar en Barcelona, hizo frente al pucherazo electoral y el fraude connatural y primigenio de la Restauración. Por esta actuación evitaron que votaran 30.000 muertos en Barcelona e realizaron una actuación parecida de lucha contra el fraude electoral y el caciquismo en el resto de Catalunya.

Ganaron de forma abrumadora, fue la Generación de 1901 de la que el historiador Vicens Vives le atribuía —a pesar del espíritu de clase— un papel fundamental en la Catalunya industrial, cosmopolita, progresista en el desarrollo económico, europeísta, que la situaría de lleno en el siglo XX, su influencia ayudaría a modernizar la arcaica sociedad española. Una España de definición mesetaria, aislada, nostálgica de los restos del imperio perdido, cerrada en ella misma, aislada, antieuropea y con el eslogan de taberna "Que inventen ellos", que dijo Unamuno en 1906, propio de la impotencia científica como actitud española contra la innovación.

Catalunya, sin embargo, empujaba y crecía, amplios sectores sociales luchaban por la modernidad, por el progreso, por los derechos sindicales y sociales, por la cultura. Pactaban y negociaban, se ensuciaban haciendo política.

El grupo puro, el del apoliticismo, nunca acabó de entender, aunque lo tenía delante de las narices, que había que fortalecer el catalanismo haciendo política. Comerciando y negociando. El caso paradigmático es del Dr. Martí Julià. Desde 1903 presidente de Unió Catalanista, lo orientó hacia la izquierda social y política pero perdía fuerza. Su prestigio y dignidad fue admirable, pero el partido iba languideciendo, incluso en el 1916 propuso su desaparición.

Al lado se había hecho política, ensuciándose a veces de forma lo bastante reprobable con gobiernos y dirigentes españoles que, como diría la CUP, están en la basura de la historia.

La CUP tiene todo el derecho del mundo a pensar lo que quiera, pero cuando tu estrategia coincide con la del PPSOECs, algo chirría

Se entiende el dilema de la CUP, pero el problema está en el purismo ideológico que de íntegro puede caer en el integrismo y acabar siendo un aliado involuntario de los propios enemigos.

La CUP tiene todo el derecho del mundo a pensar lo que quiera y a votar, o no, a quien crea, pero cuando tu estrategia coincide con la del PPSOECs, la troica represora del 155, algo chirría.

O se negocia para demostrar en Europa que el candidato Jordi Sànchez tiene los votos para ser presidente de la Generalitat, entonces la CUP tiene que negociar o pactar, o bien coincide con los parámetros represivos de los del 155, que Puigdemont y Comín renuncien a su acta de diputado.

El purismo cuando se aleja de la gente es elitista, lejos, muy lejos de la igualdad que tan bien defiende y por la cual lucha la CUP. Hacer política puede ser un trato sucio en el comercio de la vida social, ciertamente que sí, pero también puede ser la más digna actuación de un partido, grupo o colectividad para defender a otros. Desde el pueblo de Catalunya hasta los presos políticos, exiliados —entre ellos Anna Gabriel— o valores democráticos conculcados.

La CUP, tan honesta, sabe perfectamente que los ángeles asexuados no sirven para nada. Solo son relleno decorativo en la historia de la pintura.