Las tensiones políticas y culturales se han encendido de nuevo, como los incendios en España, siempre con ese sotobosque tan propicio. El clímax llega al espacio público con una facilidad sorprendente: una mujer afectada por un incendio en León denuncia en antena que “pagamos impuestos igual que los catalanes” y exige las mismas ayudas, denunciando “ciudadanos de primera y de segunda”. Este discurso, replicado después por altavoces ultraderechistas, transforma la dolorosa experiencia de perderlo todo en una reivindicación de unos “españoles castigados” por supuestos favores a Catalunya. Ya sabemos cómo empieza esto de adjudicar todos los males a un grupo humano (a un “grupo objetivamente identificable de personas”), y lamentablemente también sabemos cómo acaba.
En paralelo, casos más próximos también supuran odio y fobia indisimulables, como el episodio de una heladería en Gràcia que se dedica a insultar a clientes catalanohablantes. El establecimiento ha acabado con pintadas y pegatinas en la fachada, y una oportuna referencia al fascismo. Los barceloneses catalanohablantes se encuentran en pie de batalla para luchar por sus derechos establecimiento por establecimiento, y es la mejor noticia de los últimos años en términos de recuperación de la dignidad: ya dijimos que, si no se vehiculaba el conflicto a través de las urnas refrendarias, se vehicularía a través del mal humor cotidiano. Hace falta que los partidos políticos se posicionen y actúen: nunca sabremos valorar lo suficiente el día en que se convirtió en ley rotular, tener el menú o entender el catalán en los comercios. Por lo tanto, ahora la ley nos acompaña y la gente espera no encontrarse sola ante los ataques y los incumplimientos. Si el Govern Illa no actúa con medios y con dureza, que lo haga la oposición. Y, si no, lo harán otros. No costaba tanto verlo: el catalán enfadado con el desenlace del procés quiere salvar la dignidad, y lo empieza a través de la lucha lingüística. Es bien natural, previsible e higiénico. Todos deberían sumarse a ello, como con el CAT en las matrículas. También en Quebec la remontada del independentismo ha empezado por la vertiente cultural.
Sea por razones demográficas, o de imposición gubernamental, o de simple odio, o reaccionamos o ya no podremos hacernos respetar en nuestra casa
En el escenario político, el discurso contra las demandas catalanas de financiación de la Generalitat ha vuelto a basarse en los supuestos “privilegios” y en las seculares acusaciones de insolidaridad (de nuevo, el GOIP). Mientras tanto, en el País Valenciano, el PP y Vox han colaborado en la moción para que Alicante deje de ser territorio de predominancia lingüística valenciana (lo que implicaría recortar la enseñanza en valenciano) y han hecho la payasada de cambiar el acento de València, alegando que ellos lo pronuncian así, que es tanto como decir que los gerundenses deberían poder escribir “independéncia” o “preséncia”. Además, en los Presupuestos de 2025 la Acadèmia Valenciana de la Llengua ha sufrido un recorte dramático de hasta el 50%. Vox ha llegado a calificar las ayudas al catalán como gastar dinero en “putas y cocaína”. Una Transición modélica y convivencial, sí señor. La reunión ha ido muy bien, presidente Tarradellas.
No hace falta recordar el debate de los últimos años sobre el patrimonio: el asunto de Sijena se ha convertido en un nuevo ámbito de confrontación simbólica, donde se cuestiona la “legitimidad” de la existencia catalana como sujeto patrimonial y se llega a poner en peligro unos murales históricos por pura rabieta administrativista: hasta en Andorra saben que las fronteras parroquiales configuran una comunidad histórica. De hecho, Andorra se erige hoy como referente: un territorio donde la normativa lingüística rígida, con el catalán como lengua oficial y de uso exclusivo en la administración, demuestra que es posible defender la propia identidad sin ambigüedades. A pesar de la estéril protesta de algunos entrañables (y desorientados) youtubers.
La dicotomía ha pasado de ser política a existencial, como ya lo era antes del referéndum: “o independencia, o asimilación”. La plurinacionalidad o federalización socialista ni está, ni se la espera, y las herramientas de las que dispone Catalunya para autogobernarse como quiera se vuelven cada día más raquíticas. La buena noticia es que aquí hemos detectado claramente la urgencia: ya sea por razones demográficas, o de imposición gubernamental, o de simple odio, o reaccionamos o ya no podremos hacernos respetar en nuestra casa. Cuando se retoman las olas populares, ya hemos aprendido que cuesta mucho reconducirlas en nombre del “seny” o del “ahora no toca”. Ahora vuelve a tocar hacer surf, señores. Toca encabezar la ola, o bien ahogarse. Esto solo acaba de empezar.