Cada vez que Salvador Illa aparece en la televisión, no puedo evitar pensar en la salvaje destrucción de Gaza. Cualquiera que haya visto fotografías de la Catalunya anterior a los años 60, sabe hasta qué punto los catalanes han sido convertidos en figurantes de un paisaje despersonalizado, exprimido con el apoyo moral y militar del capitalismo norteamericano. De hecho, toda la costa de los Países Catalanes fue transformada, ya hace años, en un gran conglomerado de servicios turísticos y comerciales, desvinculado del territorio, para preservar la paz de España y los equilibrios de la Guerra Fría. La destrucción ha sido tan profunda que ninguno de los artistas de fama mundial que Catalunya ha dado en el último siglo se puede explicar a través del paisaje que inspiró su obra.

Gaza, se dirá, ha estado del todo aniquilada. Y, por otra parte, los catalanes no mataban a sus vecinos, ni dieron apoyo, como nación, a los nazis y a los fascistas italianos, como sí que hicieron los palestinos o los castellanos. Pero todo eso es poco relevante, si no es para entender cómo se explota el victimismo en Catalunya. O para comprobar hasta qué punto los catalanes han colaborado y siguen participando en su propia destrucción, mientras se indignan porque el gobierno de Donald Trump quiere convertir Gaza en un casino. La mayoría de los catalanes han sentido, históricamente, una simpatía natural por Israel, pero una gran parte también han dejado que se despotrique o han utilizado su ejemplo para dar lecciones morales, porque Israel recuerda demasiado bien la fuerza que los judíos han tenido que hacer —y el precio que han pagado— para sobrevivir.

Con Israel pasa un poco lo mismo que pasa con Sílvia Orriols en los discursos públicos y oficiales. La alcaldesa de Ripoll es la única figura electa que se ha opuesto frontalmente a las políticas que se han aplicado a Catalunya desde el intento de referéndum del año 2017. Su caso es un fenómeno tan exótico que ni siquiera se puede explicar a través de su partido —sin el cual, sin embargo, tampoco habría podido sobrevivir. Orriols ha subsistido entre las costuras del sistema, por una serie de errores de la misma red de intereses políticos y comerciales que compró a los catalanes y los hizo cómplices de la destrucción de su territorio en la segunda mitad del siglo XX. La verdad es que da un poco de repelús ver cómo los indígenas con barretina que la insultan a menudo se lamentan de la pérdida de unos paisajes que no hicieron nada por proteger, cuando su destrucción avanzaba a todo trapo.

Catalunya se encuentra en una fase de destrucción ya puramente espiritual

Hasta cierto punto es lógico que Orriols sea la única diputada que se opone frontalmente a las bases de la nueva pacificación promovida por el presidente Illa. A diferencia de la mayoría de los catalanes, su sensibilidad no bebe de los discursos de los partidos que aceptaron la destrucción del paisaje catalán a cambio de evitar el conflicto con España, después de la muerte de Franco. También es lógico que los partidos que vienen de la Transición la traten de fascista. Al fin y al cabo, este es el insulto que el imperialismo soviético y norteamericano, y después el globalismo, han utilizado para imponer su agenda en Europa, desde los tiempos de la Guerra Fría. Si Orriols empieza a tener cada día más adeptos es porque la pandemia de 2020 y las limitaciones mostradas por el ejército ruso en Ucrania han dado el golpe de gracia al orden de la posguerra.

Con respecto a Gaza, su destino nos puede impresionar, y nos puede saber muy mal, pero el proceso de autodestrucción está más avanzado entre los catalanes que entre los palestinos, aunque no se vea a primera vista. La Gaza actual recuerda al Berlín de 1945. Los palestinos están pagando la destrucción material de una derrota militar a un precio altísimo, casi apocalíptico. Pero los catalanes estamos muy lejos de nuestra hora cero, y hemos perdido muchas ocasiones de reponernos de los errores de la guerra civil y la derrota de 1939. Catalunya se encuentra en una fase de destrucción ya puramente espiritual. Los catalanes no solo intentamos sacar partido de la destrucción material del país vencido por Franco, en nombre de un progreso y de una democracia que nunca contaron con nosotros. Además, hace años que tenemos un sistema de partidos que trabaja para banalizar lo que queda del país, y que engaña a los electores, cuando no los desprecia en la cara sin escrúpulos.

Una de las experiencias más impactantes de mi vida ha sido ver hasta qué punto Catalunya se ha mostrado incapaz de defenderse después de la engañifa del procés. Primero fallaron los políticos, pero después fue la gente —la mayoría de gente que conozco— que fue allanando el camino del infierno con sus prejuicios ideológicos, su cansancio y, a veces, su cinismo cósmico. Ahora que la rendición moral de los catalanes parece consolidada, el presidente Illa acabará de reintegrar el país al orden español a base de coserlo a impuestos. Si la vieja inmigración sirvió para justificar la especulación urbanística y comercial —y salvar a España de la miseria a base de dinero negro—, la nueva inmigración servirá para justificar el empobrecimiento de la clase media del país que hizo cuatro duros con la prostitución del territorio. Esta vez, el ruido de sables lo hará Hacienda.

No es casualidad, pues, que Orriols sea presentada como el demonio, en el parlamento y en los medios de comunicación que viven del presupuesto público. Cinco años después del 155, es la única figura electa que todavía tiene credibilidad para tratar Salvador Illa como lo que es: el nuevo recaudador de impuestos de la colonia, el hombre que tiene que hacer inútiles los sacrificios y los juegos de manos que los catalanes hicieron para adaptarse al franquismo y a la Transición, y tratar de sacar aunque fuera algún provecho, como premio a la sumisión. El hecho de que Orriols viva atrincherada en Ripoll no es casualidad. Cuando acabó el procés, nadie creyó que de aquella ciudad decadente pudiera salir una figura que los diarios y los partidos no pudieran destruir. Los independentistas hicieron, en general, lo que ya habían hecho la mayoría de los catalanes hace medio siglo: adaptaron sus discursos patrióticos en el marco español para no parecer demasiado nacionalistas.

Tan nacionalistas como lo es la Orriols o como lo había sido siempre la clase política de Israel, que ahora parece que ha perdido la independencia (y la medida) ante las nuevas lógicas imperialistas que se disputan el mundo.