El crecimiento brutal y notoriamente previsible que el último CEO ha regalado a Aliança Catalana, con los titulares predecibles sobre la debacle de Junts (las municipales evidenciarán que la sangría también acabará llegando a Esquerra), debería hacer reflexionar a Sílvia Orriols y a su cenáculo sobre los peligros que comporta un éxito tan pasmoso. Primero, a efectos prácticos, Aliança será el ejemplo de una fuerza casi inédita en el país —formada por no-profesionales de lo público— que, muy pronto, podrá tocar cierto poder sin una estructura de partido bien definida ni suficientes efectivos para ensuciarse en el día a día de la gestión. Esto tiene un lado bueno; a saber, que los de Orriols podrán estructurarse desde una base genuina que no sea deudora de inventos y sopas mezcladas de antemano, con las consiguientes hipotecas políticas y económicas. Por otra parte, habría que enmendar esta falta de ejército territorial cagando leches.

Para poner un ejemplo clarificador de lo que escribo, resulta muy sintomático que —aparte de su amazona de Ripoll— Aliança todavía no tenga una cara visible en la capital del país. Uno puede pensar que para las municipales barcelonesas falta mucho tiempo, pero fabricar (¡y hacer visible!) un candidato para Barcelona resulta más complicado que buscar un capataz para Manlleu o Banyoles. Como ya dije a los enfants del partido que velan el jardín romántico del Ateneu, yo de ellos empezaría a buscar un joven candidato de unos treinta y cinco años —encorbatado sin convergenciar, en relación con la élite ciudadana, pero lo bastante punky para conocer las coctelerías de Ciutat Vella— y lo pasearía compulsivamente por todos los barrios de la ciudad reclamando el retorno de las tocinerías de siempre y cambiando la alergia esta tan absurda que tienen contra los moros por una xenofobia mucho más cuqui dirigida a los expatriados.

Habría que decirles que lo de bajar a la arena de la política no solo sirve para dibujar los marcos mentales; también habrá que mandar

De entre todas las atribuciones del futuro candidato aplicables al partido, habría que centrarse sobre todo en el hecho de no aprovechar la agonía de Junts para dar vida a aquellos que querrían resucitar Convergència a través de Aliança. A estas alturas, ya se sabe que la futura base electoral del partido provendrá del voto de Junts, pero lo que no se sabe es que el directorio de los alianzados también proviene de jóvenes convergentes que lloran por un cierto retorno del pujolismo en versión indepe. Entre estos, se puede dar la tentación de concebir Aliança como un mero instrumento de advertencia a los partidos de siempre o, dicho de otra forma, un partido que vive más feliz alejado de la gestión, urdido para enmendar el procesismo por su tibieza nacional a la hora de acabar el trabajo del 1-O. Puedo entender la tentación, pero habría que decirles que lo de bajar a la arena de la política no solo sirve para dibujar los marcos mentales; también habrá que mandar

De hecho, el sueño húmedo de los convergentes es que Aliança sea un fenómeno efímero de voto prestado que puedan llegar a fagocitar cuando Puigdemont vuelva al país y sea capaz de abordar definitivamente el mando absoluto de Junts para convertirlo en un partido octubrista. En este sentido, yo, de los alianzados, me adelantaría al más que probable intento de fagocitarlos y advertiría que su auge en el Parlament también deberá comportar cambios en la orientación general del independentismo. Si Aliança, además de recibir votos de quienes reclaman orden en sus ayuntamientos, puede reorientar la cámara catalana hacia la radicalidad nacional, conseguirá sumar activos que quizás no están de acuerdo con su programa migratorio pero (justamente así pasó con Convergència) verán el partido de Orriols como el mejor defensor de sus intereses. Todo esto ya llegará; de momento, Convergència caca, pedo y riachuelo.

Si el país, como es previsible, acaba escindido entre votantes del PSC y del nuevo espacio abierto por Aliança, el efecto Orriols se notará en toda España. Si su lideresa es paciente y aguanta los cantos de sirena que vendrán del propio país, quizás consiga que la esquerrovergencia se vuelva a dejar de historias y también que gente como Gabriel Rufián se tenga que acabar afiliando al PSOE. Para todo esto, insisto, todavía falta mucho. De momento hay que centrarse en buscar un ejército y, sobre todo, pensar en la capital: si hacen bien el casting, Collboni quizás empezará a experimentar problemas de insomnio.