Basta con ver las instantáneas y los vídeos de la reunión de ayer en Bruselas entre Salvador Illa y Carles Puigdemont para manifestar cómo el actual president 133 se mostraba bien alegre mientras que el 130 no paraba de intentar reír con incomodidad. Antes de ocurrir el meeting, la propaganda juntista-puigdemontista se apresuraba a decir que Illa llegaba tarde a despachar con el único antecesor con quien todavía no había coincidido públicamente y que el encuentro en cuestión era solo un encargo oportunista de Pedro Sánchez con el fin de ablandar a @KRLS de cara a la aprobación de los presupuestos españoles. La realidad, como es fácil de ver y por motivos obvios, es diametralmente opuesta; de hecho, desde que fue investido y por mucho que la ley de amnistía no se aprobara constitucionalmente hasta el pasado junio, el president Illa tenía muchas menos reservas para encontrarse con Carles Puigdemont que al revés.
Analizar la política catalana a menudo requiere ideas muy simples, pero que todo el mundo obvia con el fin de continuar con la comedia; y la realidad nos dice que al president Illa le va la mar de bien que Puigdemont —quien hace no tanto prometió que negaría la palabra a todo aquel que hubiera aprobado el régimen del 155, añadiendo que nunca pactaría con Sánchez, un hombre "a quien no le compraría ni un coche de segunda mano"— entre a formar parte del baile de la autonomía partidocrática. De aferrarse a su pálpito de Waterloo y poder convertirse en un verso libre dentro de la política europea, Puigdemont ya hace tiempo que hipotecó su futuro a los pactos con el PSOE, siguiendo punto por punto el manual de la nueva Convergència. De hecho, el president 130 ya había perdido toda la credibilidad cuando suspendió la declaración de independencia y renunció a aquello que antes llamábamos "el control del territorio" para buscar cobijo en los tribunales de la Europa más civilizada.
A Illa le va la mar de bien que Puigdemont entre a formar parte del baile de la autonomía partidocrática. De aferrarse a su púlpito de Waterloo y poder convertirse en un verso libre dentro de la política europea, Puigdemont ya hace tiempo que hipotecó su futuro a los pactos con el PSOE
Con un apoyo electoral bastante escaso pero con el tiempo de cara, Salvador Illa solo ha tenido que esperar a que los jueces del PSOE avalen la amnistía para viajar a Bruselas y departir con Puigdemont sobre asuntos de política interna. Desconozco el contenido de la conversación entre los dos presidents, pero lo importante del caso es que —hoy por hoy— tampoco tienen mucha cosa a decirse, porque Illa solo ha tenido que chocar con una figura casi arrodillada para decapitarla sin mucho esfuerzo. Hace poco más de un año, el president 133 ya había sobrevivido a la performance de Puigdemont en el Arco de Triunfo barcelonés; pues bien, ahora solo le ha tenido que hacer buena cara e incluso ser un poco magnánimo para reunirse con un político a quien sus propios electores siempre han relegado a quedar en segundo lugar cuando se celebran elecciones en el Parlament. En todo esto, como imaginaréis, Pedro Sánchez no tiene nada que hacer; ni está ni se lo espera.
Los amantes de la ficción política hoy dirán que, finalmente, el PSC y el mismo Illa han acabado cediendo al poder omnívoro del exilio. Pero, de nuevo, la realidad nos cuenta que la amnistía ha sido el precio político que Puigdemont y los otros líderes catalanes aceptaron para vivir libres pero bajo vigilancia de Madrit. Hoy por hoy, y más todavía si pensamos en la competencia política que Junts tiene por el ala derecha, el retorno del president Puigdemont no representa ningún tipo de problema para las estructuras ideológicas del Estado. Todo lo contrario, que Puigdemont pueda pisar el Estado (a pesar de los intentos espantosos de pucherazo de algún juez) es lo que permitirá a Pedro Sánchez presentarse ante Europa como un líder tolerante y generoso. De hecho, la amnistía ha sido sobre todo un proyecto europeo que PSOE y PP han acabado abrazando por oportunismo o, simplemente, porque España no puede vivir sin virreyes catalanes.
A menudo las noticias más ruidosas, por mucha pachanga que provoquen, son interesantes por el silencio que comportan. Y ayer, en la reunión de Bruselas, el detalle más importante a tener en cuenta es que no pasó mucha cosa. Antes del encuentro, Puigdemont se había reunido con el Abad de Montserrat, Manel Gasch, con ocasión de una exposición sobre nuestro mausoleo nacional en el Parlamento Europeo. Este debió ser un encuentro mucho más interesante, y confío en que Vuestra Reverencia tomara confesión al president 130, recordándole que mentir es algo muy feo, aunque todavía no está tipificado como pecado; afortunadamente, en el caso que nos ocupa.