1. ESPAÑOLIZAR LA POLÍTICA CATALANA. Al cabo de una década soberanista, la política catalana se ha españolizado. Cualquier cosa que se debate en Catalunya está condicionada por la política española. La colonización mental es absoluta, tanto que la crisis institucional del Régimen del 78 no se aprovecha en clave nacional (catalana, aclaro). Al contrario. La culpa es, no hay duda, del giro federalista de Esquerra Republicana, una vez que sus dirigentes actuales han llegado a la conclusión que la independencia no será posible, ni ahora ni nunca. Quien está haciendo más daño al independentismo es el partido que hacía bandera de él, casi en solitario, en los años noventa y el avasallador ambiente de derrota que difunden los medios de comunicación subvencionados. Esquerra sigue el camino iniciado por Euskadiko Eskerra, partido que se integró en el PSE-PSOE en 1993, y que ahora reproduce EH Bildu. Esquerra, que siempre ha padecido el síndrome de la vasquitis, defiende en Catalunya lo que en el País Vasco quizás tiene sentido, porque fuera de España y sin los privilegios que tiene, este territorio foral es inviable como Estado independiente. Catalunya, en cambio, estaría mucho mejor separada del Estado sanguijuela al que está encadenada.

Esquerra Republicana ha agotado el crédito entre los independentistas. Con esto no quiero prefigurar que no se acaben imponiendo sus tesis. Mucha gente rema a favor de que esto sea así, incluso el sector de derechas de Junts por Catalunya, que ha conseguido colocar a Xavier Trias como candidato en Barcelona para las próximas elecciones municipales. Mucha gente “conspira” contra el independentismo con la intención de desmovilizarlo. Incluso Puigdemont parece que no sepa hacia dónde va, atrapado entre la fraseología rupturista del exilio y las vacilaciones constando sobre cómo actuar en el interior y quiénes tienen que liderar esta acción. Los tribunales españoles han conseguido señalar el ritmo de la política catalana. Esquerra ha usado la mesa de diálogo para resolver los problemas de “sus” presos (cosa que ha beneficiado colateralmente a los de Junts), mientras que la batalla legal de Puigdemont en Europa ha condicionado —y a veces paralizado— la acción política de Junts. En definitiva, que entre unos y otros, la reivindicación de la independencia ha pasado a ser secundaria. Ahora, en vez de aprovechar la crisis del régimen para marcharse, el objetivo es salvar la democracia española. La prioridad de Esquerra, como diría Rufián, es apuntalar al PSOE, por pura afinidad ideológica, prescindiendo de que, al hacerlo, está apuntalando el régimen del 78 y acaba con la posibilidad de independizarnos. Los independentistas anhelan la independencia y no, como defienden los teóricos de la derrota, reformar España para separarse de ella después.

2. LOS SOSTENEDORES DEL RÉGIMEN DEL 78. En 1930, Joaquín Maurín, que en aquel tiempo era, como escribió Paco Fernández Buey, el pensador marxista español más original, publicó Los hombres de la Dictadura. Era un libro duro, que en ese momento generó una gran polémica, y a la vez era una denuncia, con nombres y apellidos, de los políticos que estaban detrás —o que habían permitido— el golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923. A partir de un análisis histórico de la evolución de la política española desde la revolución de 1868, Maurín señalaba a los conservadores José Sánchez Guerra y Francesc Cambó, a los socialistas Pablo Iglesias y Francisco Largo Caballero y a los republicanos Alejandro Lerroux y Melquíades Álvarez como los responsables del desastre. Es evidente que entre esta media docena de nombres no estaban todos los responsables de la instauración de la dictadura, y que los seis no tuvieron la misma responsabilidad. No obstante, todos anhelaban volver al orden para acabar con el periodo revolucionario que había sometido Catalunya a un violento pistolerismo obrero y patronal.

Es imposible que hoy haya quien pudiera tener la osadía de escribir un libro como este para analizar qué está pasando en Catalunya (y en España, en cuanto que forma parte ella y sufre las consecuencias de pertenecer a ella). Dejando a un lado al monarca, a pesar de que ideológicamente no es neutral en absoluto, los hombres de la Dictadura actual también estarían repartidos entre los conservadores Mariano Rajoy y Jordi Sánchez, los socialistas Pedro Sánchez y Miquel Iceta y los republicanos Oriol Junqueras y Jaume Asens. En este caso, tampoco están todos los que son, ni son todos los que están. Las batallitas y los reproches que unos y otros se echan en cara en Catalunya son una cortina de humo que disimula el mar de fondo. Es una contradicción que Rufián reproche a Junts que haya pactado con el PSC en la Diputación de Barcelona si al mismo tiempo afirma que los partidos de “gobierno y transformación” pactan con quién haga falta, como ha quedado demostrado en el Ayuntamiento de Barcelona y la aprobación del presupuesto municipal. O como también está demostrando en la Cambra, sumándose a las patronales para desbancar a la independentista Mònica Roca de la presidencia. Ahora, como en los años treinta, el independentismo no sabe hacer otra cosa que librar pequeñas batallas. Antes de 1931, el único político que entendió hacia dónde soplaba el viento fue Francesc Macià. El establishment catalán del momento lo tenía por un loco senil, que, aun así, en 1932 defendía cosas tan actuales como esta: “El venidero de los pueblos, en este sentido, no es un simple reflejo de su pasado, sino que es su superación. No es el espíritu antiguo que se reproduce, es el espíritu antiguo que se renueva. El mismo, en el fondo, pero nuevo en cada momento, en la forma, según el tiempo y según la voluntad de los suyos. Esta fidelidad a la Catalunya de siempre es la que anhelo para la Catalunya de hoy.” Actualmente, por desgracia, no tenemos ningún Macià que nos oriente.

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Hoy es San Esteban y puesto que la semana que viene ya habremos entrado en el 2023, les deseo un buen año, que buena falta nos hace.