Víspera de la Diada 2025: el TSJC anula los elementos clave del decreto lingüístico educativo de la Generalitat, que establecían el catalán y el aranés como lenguas principales de enseñanza, gestión administrativa y relación con las familias, así como en materiales y evaluaciones escolares (y única lengua de acogida para alumnos recién llegados). Es decir: 300 años después de 1714, todavía no podemos decidir por nosotros mismos cómo queremos organizar nuestra enseñanza y cómo queremos regular el uso de nuestra lengua propia. 300 años después, lo que hemos conseguido es que nos permitan “existir”, y apenas. Existir de forma mutilada, discapacitada, condicionada, vigilada. Existir para no molestar. Y, como recordatorio, una sentencia calculadamente oportuna. “Felices vísperas, catalanes”.
El cansancio y la decepción son más que legítimos, por supuesto. Pero tienen que estar hoy en la calle. Que las cosas han ido demasiado mal, que ha habido engaños y desengaños, que los partidos no están a la altura o que las energías parecen agotarse, son cosas que se pueden y se deben decir: pero que se digan hoy en la calle. El referéndum es hoy, es cada día, es a pesar de todo. El referéndum es constante, el plebiscito es diario y su expresión anual debería ser vistosa. El 11 de septiembre es el día del “a pesar de todo”. Así ha sido, de hecho, desde el día en que se instauró como Diada Nacional: a pesar de todo, aquí estamos. A pesar de las derrotas y a pesar de nuestras propias incapacidades, a pesar de no salirnos con la nuestra ni con autonomía ni con confrontación, a pesar de tantos incumplimientos y tantos engaños, a pesar de tanta paciencia, tanta perseverancia, tanta perspectiva, el 11 de septiembre, a pesar de todo eso, aquí estamos. Hace 300 años, y hace 200, y 100, siempre a pesar de todo. A pesar de ellos, a pesar de nosotros, de mala gana. De hecho, el mismo sentido de haber escogido esta fecha, y no la de Sant Jordi como querrían los cursis y los cínicos, es este “a pesar de todo”. “Je me souviens”, como dicen las matrículas de los coches en Quebec. “No nos haréis españoles”, sería el lema encubierto en cada manifestación del día 11. “Eppur si muove”, en definitiva.
Constitución y Estatut son hoy decretos de Nueva Planta “soft”, máquinas de respiración asistida para que esta batería humana de 8 millones siga alimentando la falsa Matrix de la democracia española
Todo esto va aparte de la política institucional. La política acierta o falla, o cambia como un calcetín, o a veces incluso descansa, pero la política institucional no somos nosotros. Nosotros podemos hacerla, condicionarla, criticarla e incluso tomar las riendas, pero su gestión no nos define. No define una Diada. La Diada va más allá, es el recordatorio anual, el aviso, la notificación formal para quien lo sepa escuchar, de que desde hace 300 años (o incluso más, diría Aleix Sarri) no hay contrato válido entre Catalunya y España. Después del 1 de octubre de 2017 esto es más evidente que nunca. Illa puede gobernar la Generalitat, y los partidos pueden pactar entre ellos en el Parlament o en el Congreso, pero Catalunya ya no tiene ningún pacto formal con España. El Estatut autonómico recortado puede estar vigente, pero ya no es ningún pacto de mutuo acuerdo. Constitución y Estatut son hoy decretos de Nueva Planta “soft”, máquinas de respiración asistida para que esta batería humana de 8 millones siga alimentando la falsa Matrix de la democracia española. Todo el mundo que quiera darse cuenta sabe perfectamente que, si hoy pertenecemos al Estado español, no es por decisión propia. Es más: la carga policial contra el referéndum (celebrado y ganado), la represión judicial y la suspensión del autogobierno certificaron que estamos en España sin haberlo elegido y en contra de nuestra voluntad. A pesar de todo, otra vez. De mala gana. De muy mala gana.
Por tanto, en 2017 no se consiguió la independencia, pero al menos se certificó la ausencia de acuerdo voluntario. Lo certifican también cada día esas múltiples medidas judiciales o administrativas que nos limitan el autogobierno y que nos humillan, ya sea en asuntos lingüísticos, culturales, sociales o económicos. No, el TSJC no sorprende con su sentencia. Es la enésima, y enésimos son los incumplimientos estatales, y enésimos los expolios, y enésima la voluntad de hacernos desaparecer aunque sea lentamente, institucionalmente, poco a poco y “sin que se note el cuidado”. Da igual que el president Illa diga que quiere presentar un recurso, haciéndose el Casanova, como si nuestro conflicto pudiera resolverse con una demanda judicial. El problema de Salvador Illa es que, a pesar de tanta gesticulación en pro de la convivencia, su “cuidado” se nota. Se nota, y mucho. Cada día.
Hoy, como cada 11 de septiembre, todo el mundo a la calle. Ya sea para quejarse, para lamentarse, para celebrar, para conmemorar, para compartir, para lanzar tomates, para coger la pancarta, para gritar, para hacer discursos, para renegar, para calcular, para replicar, para recordar: todos estos verbos tienen que ver con el hecho de existir. El ineludible hecho, y el ineludible deber, de existir. El 1 de octubre no fue ninguna anécdota, ni ninguna excepción en nuestra historia. Fue un recordatorio. Un aviso.