Es significativo que el líder de Vox, Santiago Abascal, interprete el preanuncio de ruptura entre Junts y el PSOE, que los de Carles Puigdemont sustanciarán este lunes en Perpinyà si nada cambia, como un movimiento forzado por la presión de otras fuerzas catalanas que rechazan "la inmigración masiva" y que amenazan las bases electorales de los posconvergentes. Y lo es porque desde los entornos de Aliança Catalana (AC), la formación a la que se refería el líder de la derecha neofranquista española, —uso la etiqueta que con acierto le ha adjudicado Francesc-Marc Álvaro en el muy recomendable El franquismo en temps de Trump (Pòrtic)—, se hacía y se hará exactamente el mismo análisis. A veces da la impresión de que Vox y Aliança se han repartido el electorado que flirtea con el extremo derecho del patio político: el área metropolitana, mayoritariamente castellanohablante, para los de Abascal, y el resto del país, mayoritariamente catalanohablante, para los de Orriols.

Sea como sea, Vox y AC estarán hoy muy pendientes de lo que pase en Perpinyà porque de la decisión de Junts puede depender también su futuro. Los de Abascal, porque si el PP fracasa en su objetivo de tumbar a Sánchez a pesar de que Junts le retire el apoyo, estarán más cerca de hacer el sorpasso a Feijóo. Como expone Álvaro, periodista brillante que analiza ahora la política española desde la trinchera, en el escaño que ocupa en el Congreso por ERC, la estrategia de Vox “no es ser el socio preferente, el complemento, el aliado o la muleta oportuna del PP” sino sustituir a los populares, “la derechita cobarde”, como referente de toda la derecha. Esto explicaría que Abascal rechace con firmeza implicarse con Junts en una moción de censura instrumental contra Sánchez para convocar elecciones. El sueño del ungido español de Donald Trump, desplazar al PP, necesita más tiempo. Por lo que se refiere a AC, el viento que viene de Perpinyà le hace cosquillas. Porque si Junts no consuma la amenaza, o lo hace a medias, podrá decir que Puigdemont se ha vendido al 155, lo cual refuerza el discurso de la traición de los líderes del procés; y si lo hace, porque fácilmente lo atribuirá al miedo a que AC liquide a Junts en las urnas, la primera cita con las cuales será en las elecciones municipales de 2027. Orriols, que, con dos diputados en el Parlament y la alcaldía de Ripoll, ha conseguido hacer ver que cabalga un tsunami de cambio, ha dicho estos últimos días que su partido no necesita las (repugnantes) imágenes en que aparece encima de un Puigdemont abatido como una pieza de caza o directamente lo fulmina de un tiro... para imponerse electoralmente a los juntaires.

Mientras Abascal y Orriols salivan esperando el desenlace final de la cita de la cúpula de Junts en la capital del Rosselló, Sánchez, en la Moncloa, cruza los dedos para que, como esperan sus colaboradores, la decisión de los independentistas mute en tiempo de descuento en una especie de último ultimátum. El equipo del líder del PSOE ha preparado este escenario forzando en las últimas horas un movimiento del canciller alemán, el conservador Friedrich Merz, que parece aceptar una negociación sobre la oficialidad del catalán, el vasco y el gallego en la UE, si  hay que hacer caso a la declaración de la Moncloa. El gobierno alemán ha negado después un cambio de posición (en contra). Pero el embrollo remite a una línea de fondo que hay que conectar no tanto con el futuro de la lengua catalana en las instituciones comunitarias —uno de los incumplimientos, junto al traspaso no exitoso de las políticas de inmigración y la amnistía definitiva a Puigdemont que alega Junts como memorial de agravios con el PSOE— sino con la habitual preocupación del primer motor de Europa por la estabilidad política de España. Y, más específicamente, ante la hipótesis de un giro hacia la derecha extrema en las próximas elecciones generales. ¿Por qué?

La caída de Sánchez, que es un zombi político aguantado con alambre por la aritmética parlamentaria, solo puede acelerar la llegada al poder de un PP sometido al dictado de los neofranquistas de Vox o quién sabe si, directamente, de un presidente ultra en la Moncloa. Este escenario en España, una de las cinco grandes economías europeas, puede influir, a su vez, en un triunfo de la extrema derecha en Francia, con un Macron contra las cuerdas. Si se desata la tormenta por el sur, la tercera carta del castillo en caer sería la propia Alemania, en la que los ultras y neonazis de la AfD, por cierto referentes de una parte de los dirigentes de Alianza Catalana, pueden superar a la CDU-CSU, el partido del canciller Merz. No hace falta decir que la italiana Meloni vería entonces el campo abierto para rescatar sus fracasadas políticas de deportació de immigrantes a campos de reclusión a Albania. 

Lo peor de la partida, el drama subyacente a la decisión de Junts, es que el margen que tiene es cero: desconecte o mantenga la respiración asistida a Sánchez, nadie les reconocerá nada

La partida de Perpinyà es una partida también europea. Con los nuevos bárbaros llamando a la puerta en Catalunya, en España y en toda Europa. El impacto de la decisión que tome la cúpula de Puigdemont puede ir más allá de lo que supone el incumplimiento del Acuerdo de Bruselas, que el PSOE atribuye a motivos ajenos a su voluntad (los socios de la UE, Podemos o los jueces del Supremo). Lo peor de la partida, sin embargo, el drama subyacente a la decisión de Junts, es que el margen que tiene es cero: desconecte o mantenga la respiración asistida a Sánchez para ganar tiempo ante el empuje de los bárbaros, nadie les reconocerá nada. Ni los electores que ya le han abandonado porque el procés ha muerto, ni Sánchez, ni Merz (ni Macron), en una Europa al borde del abismo. De hecho, algún día se tendrá que escribir que, con su desprecio atávico a las demandas democráticas del catalanismo, fue la izquierda española quien primero abandonó el frente antifascista.