"Siguen sin entender nada. Están obcecados en leer lo que pasa en Junts como si fuera la antigua Convergència. Y así, no aciertan ni una". Me lo comenta una voz que habita en el vientre de la bestia poco después de las primeras reacciones —algunas, entre agrias y francamente descolocadas— al anuncio que el periodista y ex alto directivo de la Caixa, Repsol y Gas Natural, Jaume Giró, será el conseller de Economia i Finances del govern de Pere Aragonès a propuesta de Junts. Es decir: el partido radical y ultramontano de Carles Puigdemont aportará al nuevo Ejecutivo alguien tan independentista —se opuso al traslado de las sedes de La Caixa en el otoño del 2017 a València y Palma y lo pagó con el cargo— como relacionado por motivos obvios con los más altos poderes empresariales, mediáticos, políticos e institucionales del estado español, incluida la Corona.

Pero, ¿acaso no se trataba de rehacer puentes? ¿Acaso no se añoraba el retorno a la gestión para enterrar la gesticulación? ¿Acaso no se trataba de centrar la agenda política de la nueva etapa pospandemia en la reconstrucción económica del país? ¿Y no ayudará a ello que Giró haya dirigido la obra social de la principal fundación bancaria de Europa? ¿Y, entonces? Mientras algunos han estado durante tres meses vigilando si Junts enviaba a un Canadell al Consell Executiu de Aragonès, les han colado un Giró por la escuadra y sin permiso de la CUP —el socio anticapitalista del Govern.

Mientras algunos han estado durante tres meses vigilando si Junts enviaba a un Canadell al Consell Executiu, les han colado un Giró por la escuadra y sin permiso de la CUP

Hace unas semanas planteé aquí el interrogante de si nos hallábamos ante el final del procés tal y como lo hemos conocido y se multiplican los indicios de ello. Empieza un nuevo tiempo. El final —crucemos los dedos— de la pesadilla del virus también contribuye a ello. Y muchos guiones, muchos prejuicios, muchas hojas de ruta para volver al recto camino, van a quedar hechos añicos. Así, de tanto mirar hacia Waterloo muchos tampoco repararon en que el pacto que iba a llevar a la presidencia de la Generalitat a Pere Aragonès, a quien aprovecho desde aquí para felicitar y desearle los mayores éxitos, no pasaba por la Casa de la República sino por la celda de Jordi Sànchez en Lledoners, que es desde donde hoy se dirige toda la política interior de Junts. Y fueron Aragonès y Sànchez y nadie más quienes rubricaron hace unas semanas, casi contra pronóstico, el pacte de les masies.

Con todo, siguen cegados con Puigdemont. Una vez evidenciado el pas al costat del president exiliado en las negociaciones ERC-Junts, lo crucifican porque no ha celebrado el pacto. Son los mismos que pasan por alto que tampoco Junqueras ni su entorno celebraron el acuerdo en público. Y una vez se ha confirmado, con nombres independientes como los de Giró, o el del doctor Argimon, futuro conseller de Sanitat, y otros en ciernes, como el de Victòria Alsina para Exteriors, que Junts apuesta por gestores de primer nivel... entonces se pone en valor que el entorno de Puigdemont —a raíz de las renuncias de Artadi y Rius— queda fuera del Govern. ¿Pero entonces, en qué quedamos? ¿No se han vertido ríos de tinta y bilis para identificar a Puigdemont como el problema y el "enemigo público número uno"? ¿Ahora que está menos, ya se le echa en falta?

El papel lo aguanta todo hasta que se moja. ¿No será que se ha roto el guion que solo ERC podía representar en la nueva etapa el papel de partido serio y ordenado? Algunos, presos de la indignación ante la perspectiva de que gentes responsables propuestas por Junts copen muchas de las conselleries clave del nuevo Govern, han disparado auténticos trabucazos en las redes sociales que tanto censuran como fuentes de ruido y antipolítica: ahora resulta que es “el régimen del 78” ¡el que se sentará en el Consell Executiu de la mano de Junts! La vieja dialéctica del amo y del esclavo pero al revés. Algunos, en la política, en los centros de poder, en los medios, descubrirán pronto que contra Puigdemont vivían mejor. 

Algunos, en la política, en los centros de poder, en los medios, descubrirán pronto que contra Puigdemont vivían mejor

Este lunes, en la toma de posesión como president de Aragonès, coincidirán Miquel Iceta y Oriol Junqueras. El primer secretario del PSC comparecerá en su calidad de ministro de Política Territorial, en lo que supone recuperar la “normalidad” de la presencia de un representante del gobierno español en la toma de posesión del president de la Generalitat suspendida con Quim Torra. El presidente de ERC, por su parte, lo hará, gracias a un permiso penitenciario, para arropar a Aragonès, a quien designó su sucesor. Si no hubiera sido condenado e inhabilitado por el 1-O, Junqueras hubiera podido ser el primer president de ERC desde 1980 y el primero investido por el Parlament desde los años treinta, como lo será Aragonès. Iceta se ha negado a visitar a Junqueras en la prisión de Lledoners pese a que sin el voto de ERC a Pedro Sánchez no sería ministro. Hoy estarán juntos Iceta y Junqueras en el Palau de la Generalitat. ¿Se darán la mano? El mensaje es claro: dentro del marco, autonómico, (casi) todo es posible. Lo que no significa que sea justo. Ni que, contrariamente a lo que se proclama, todos seamos igualmente libres, en tan sacrosanto marco. Algunos guiones son auténticas tablas de la ley, duros como las piedras: solo se pueden romper a mazazos. El procés se ha acabado, por lo menos, como lo hemos conocido hasta ahora.