Comienzo esta reflexión avisando: no voy a hacer aquí un análisis sobre la nación catalana, aunque en el título así se mencione. No voy a exponer los análisis de historiadores, politólogos, sociólogos, expertos en estructura de Estado que han explicado en diversos trabajos sus puntos de vista al respecto. Estas líneas pretenden enfocar a las declaraciones de Feijóo realizadas esta semana, donde afirmaba que "la nacionalidad catalana debe recuperar su liderazgo". Lo dijo ante el Cercle d'Economia y fue muy aplaudido por los presentes. Lo dijo en Barcelona frente al empresariado catalán. Y cabreó a Vox. Estas palabras, que me parecen rompedoras respecto al discurso mantenido por el Partido Popular durante los últimos años, en mi opinión vienen a plantear una realidad muy diferente a la que hemos venido sufriendo desde una perspectiva democrática.
Porque, en primer lugar, aquellos que tanto se han llenado la boca de "constitucionalismo" se han querido olvidar del artículo 2 de la norma suprema, donde ya se establece precisamente el reconocimiento y la garantía del derecho de autonomía de las nacionalidades y regiones que integran España, así como la solidaridad entre todas ellas. El propio Estatut catalán también recoge la nación catalana, aunque el Constitucional se encargó de subrayar que esto no desplegaría ningún tipo de efecto jurídico. Lo asombroso ha sido negar la mayor durante estos últimos años, machacar la identidad catalana, perseguir su lengua, demonizar su cultura, humillar a quienes se sienten catalanes y reconocen en ello una identidad propia.
Lo triste ha sido observar cómo se ha perdido la oportunidad de poner en valor, precisamente, lo realmente interesante de España, que no es otra cosa que su heterogeneidad. La idea nacionalista española, que en mi opinión no deja de ser un artificio, supone socavar los propios cimientos de la estructura del Estado. Lo he pensado siempre y ahora interpreto que quienes manejan los hilos también lo valoran desde esta perspectiva. Después del intento más que fallido de intentar imponer esa España una, grande y libre, quienes mueven los hilos más allá de las siglas políticas se han dado cuenta de que por ahí no se puede continuar si se quiere que España remonte del barrizal en el que se sumerge a una velocidad imparable. Negar la nacionalidad catalana, como las demás existentes, es un ataque a la propia razón de ser de la estructura territorial.
Lo triste ha sido observar cómo se ha perdido la oportunidad de poner en valor, precisamente, lo realmente interesante de España, que no es otra cosa que su heterogeneidad. La idea nacionalista española, que en mi opinión no deja de ser un artificio, supone socavar los propios cimientos de la estructura del Estado.
Además, reforzar el centralismo español ha sido lo más torpe que se podía hacer. A los hechos me remito. Porque reconociendo y poniendo en valor la riqueza cultural, la riqueza económica, la riqueza en múltiples sentidos que deviene del reconocimiento y cuidado de las nacionalidades, estoy segura de que muchas tensiones habrían quedado resueltas. No hablo solamente del beneficio que esto supondría para todo el conjunto de territorios de España, que se verían beneficiados al ser reconocidos como lo que son: realidades bien distintas, con sus propias culturas en muchos casos, con su propia historia y con su propia lengua. Hablo también de que se beneficia España como realidad multicultural, diversa y rica en matices. ¿Qué otra cosa es, si no, el Estado español?
La nación de naciones, que carece de identidad propia si se le quitan sus distintas partes. Esa es España. Y si vamos más allá, algunos plantean que España es un Estado sin nación en comparación con Catalunya, que habría venido siendo una nación sin Estado. Entiendo que este punto pueda dar lugar a debates, pero desde mi punto de vista, creo que podemos estar de acuerdo en que España es una nación de nacionalidades. Es una realidad y negarlo es una ofensa. Y precisamente ofender es lo que se ha venido haciendo no solo por parte del Partido Popular, sino por parte de todos aquellos que se han comportado, de facto, tratando a Catalunya como si no fuera España porque entendían que España solamente tenía una manera de interpretarse. A la vista está que negar la realidad es equivocarse. Y las derechas, así como el PSOE de los últimos tiempos, se han equivocado una y otra vez. Las palabras de Feijóo vienen a decir más o menos lo que en su día dijo Zapatero. Ni más ni menos. Y yo personalmente me alegro de que así sea: que por fin vayamos poniendo en valor la diversidad que es España.
Ahora bien: evidentemente, que esta línea la haya tomado el PP es una oportunidad perdida para Sánchez, que ha jugado a todas las posturas habidas y por haber. Que ha dicho esto, pero al mismo tiempo no ha actuado con contundencia, quizás esperando a que ventilasen a Casado y se pudieran plantear las cosas de otro modo. Puede ser, y de hecho creo que por ahí van los tiros. El movimiento de eliminar a Casado de la ecuación y aparecer ahora con un PP nacionalista-regionalista pone en marcha, a mi parecer, el camino hacia la gran coalición que pronto se dará. Y vislumbro que Europa intentará mimar ahora a Catalunya, tal y como la señora Von der Leyen apuntaba alabando el potencial catalán, al tiempo que desde el Gobierno se intentará mimar también a las nacionalidades para desarticular al independentismo. Aquello del peix al cove de Pujol tiene pinta de volver a suceder, muy posiblemente ante una crisis económica que va a suponer una enorme sacudida.
Curiosamente, las palabras de Zapatero sobre la nacionalidad catalana se producían justo antes de llegar la crisis de 2008. Ahora estamos entrando en una nueva crisis y se vuelve a mimar la identidad catalana. ¿Casualidad? No lo creo.