El presidente del Gobierno no pudo decirlo más alto ni más claro. Desencadenado de la presión de aprobar los presupuestos, no sólo no se va, sino que aspira a completar la legislatura. Quien quiera sacarlo de la Moncloa va a tener que ir a hacerlo personalmente y más le vale ir preparado para una buena pelea, porque se va a encontrar al Rajoy combativo y rocoso que compareció el viernes en la sala de prensa de presidencia del Gobierno.

En la lógica de Mariano Rajoy, después de todo cuanto ha pasado y soportado, la devastadora sentencia de la Gürtel no cambia casi nada. De hecho, no le falta algo de razón. Los que ahora mismo quieren desalojarle en nombre de la corrupción han desaprovechado hasta tres ocasiones para hacerlo —dos elecciones y una moción de censura— y en todas ellas Gürtel, Luis Bárcenas o Francisco Correa ya estaban aquí y ya sabíamos todos qué significaban.

Todos han acudido en tropel al olor de la sangre política de Mariano Rajoy. Nadie ha querido salir en la foto como un posible apoyo del gobierno popular. Todos han querido colocarse bien en la foto de quienes están dispuestos a derribarlo en nombre de la decencia y la democracia. Pero son solo eso, fotos.

Hay tanta letra pequeña detrás de los fulminantes anuncios que está por ver si, como sostiene Rajoy, todas las contradicciones que impedían a la oposición sumar para tumbarle siguen vivas y coleando y nada ha cambiado o, como sostienen todos los demás, las cosas han cambiado radicalmente y ahora todos pueden votar con todos y por todos con inusitada alegría y noble camaradería.

Rajoy ha optado por lo más prudente: aguantar impertérrito y tomarse su tiempo mientras todos los demás corren de un lado a otro comprometiendo cosas que no está nada claro que puedan cumplir

Todos quieren que la moción se presente para convocar elecciones inmediatamente. Pero Pedro Sánchez ya ha dicho que la presenta para convocar elecciones, gestionar una agenda social, regenerar la democracia y defender la Constitución. Algo no cuadra. O convoca elecciones o gobierna el PSOE, las dos cosas a la vez no pueden ser.

Si pretende gobernar, habrá de pactar un programa de gobierno que, por ejemplo, Pablo Iglesias querrá negociar y ya sabemos que ahí ya han encallado unas cuantas veces. Habrá que ver, además, si el PDeCAT y ERC votan con tanto entusiasmo a un candidato que se presenta con ese programa tan constitucional y constitucionalista. El PNV ha puesto como condición que se aprueben los presupuestos ya cerrados con el PP, será interesante ver cómo gestiona el presidente Pedro Sánchez su agenda social con los antisociales presupuestos que le deja Rajoy.

El caso de Ciudadanos resulta, una vez más, incluso más desconcertante. Los naranjas quieren lograr la auténtica cuadratura del círculo. Le piden a Rajoy que convoque elecciones, algo que no puede hacer dado que ya hay una moción de censura en marcha, y a Pedro Sánchez lo avisan de que apoyarán su moción siempre que no la haga con los votos de nacionalistas y populistas, con lo cual ya no darían los números para echar a Rajoy; para acabar de arreglarlo, Cs no tiene diputados para presentar su propia moción. 

Hay tanta letra pequeña en las posiciones de unos y otros que no es de extrañar que Rajoy haya optado por lo más prudente: aguantar impertérrito y tomarse su tiempo para leérsela con calma mientras todos los demás corren de un lado a otro comprometiendo cosas que no está nada claro que puedan cumplir. Pero no nos engañemos, la cosa es tan seria que Mariano Rajoy ha decidido no acudir a la final de la Champions en Kiev a apoyar al Real Madrid.