Cuando Pere Aragonès puso sobre la mesa la iniciativa del acuerdo de claridad, lo cierto es que me quedé pasmado. Perplejo. Lo que más me extrañó entonces es que se utilizara como referente directo la ley de Claridad aprobada por el Parlamento canadiense en 2000. Aquella ley, llamada de claridad, justamente de clara no tiene nada. Contiene un cúmulo de ambigüedades y salvedades destinadas no a facilitar un referéndum, sino a todo lo contrario: a dotar al Estado canadiense de una herramienta para dificultar y, en última instancia, impedir la independencia del Quebec. Recordemos un par más de datos significativos: la ley se impulsó después de los dos referéndums (1980 y 1995) celebrados en el Quebec, no antes (justamente para evitar un tercero). El nacionalismo quebequés siempre ha rechazado aquella ley. No es de extrañar, por lo tanto, que quien primero lanzó la idea de una ley de claridad española —al menos que yo recuerde— fue Miquel Iceta en 2016, el año anterior al 1-O. Iceta sabía perfectamente de qué hablaba. El socialista no se olvidó de añadir, en la línea canadiense, que si a pesar de todo el independentismo ganaba la votación, entonces le tocaría todavía negociar con España, y que era posible que de estas negociaciones no acabara saliendo una Catalunya independiente.

Pero no fue solo la primera vez que oí al president Aragonès hablar del acuerdo de claridad que me poseyó la perplejidad. Me ha vuelto a ocurrir ahora, cuando parece que ERC pretende, efectivamente, poner en marcha un proceso a fin de que Catalunya acabe haciendo una propuesta a España sobre un posible referéndum. El motivo de la perplejidad, sin embargo, es diferente. Lo que me ha descolocado, al constatar que se insiste en ello, es que la cuestión del acuerdo de claridad supone una ruptura, una fractura, del relato adoptado por ERC justo después de la independencia fallida de octubre de 2017. ¿No habíamos quedado en que lo que hace falta, ahora que Catalunya se ha estrellado contra la pared, es volver a trabajar, volver a construir, sumar y ampliar el consenso independentista en el seno de la sociedad catalana? ¿No habíamos dicho que lo importante es la gente del país, nuestra gente? ¿Hacer las cosas bien, en las instituciones y fuera de ellas, para, en el futuro, disponer de una relación de fuerzas favorable, de una oportunidad? ¿En qué quedamos? Si, como ha defendido ERC hasta hacerse pesada, el problema es que en 2017 el independentismo no tenía suficiente fuerza, era demasiado débil, ¿por qué liarse y liar al país a componer una propuesta de referéndum?

Estamos ante un cebo, un cebo que bebe de la más pura tradición procesista. Si esto del acuerdo de claridad fuera de veras, seriamente, y no fuera una maniobra meramente electoralista, el asunto sería mucho más preocupante

He tenido la sensación de estar ante un enorme problema de raccord o continuidad. El error de raccord se produce, en cine, cuando en una película hay un desajuste evidente entre un plano y otro de la misma secuencia. Por ejemplo, cuando en un plano la botella de güisqui aparece casi vacía y en el plano siguiente vuelve a estar milagrosamente casi llena. Una cosa parecida es lo que le está sucediendo al relato de ERC. Después de vender tanto como deseaban la ampliación de la base y el diálogo pragmático con el Gobierno, ahora vuelve de golpe, abruptamente, al pasado, a los tiempos del llamado procés. Se quiere hacer, nos dicen, una propuesta de referéndum al PSOE. Pero, en el actual contexto histórico y político, el PSOE nunca, nunca, nunca querrá —ni podría, aunque quisiera— aceptar un referéndum con Catalunya. Y cuando digo "nunca, nunca, nunca" quiero decir que el PSOE rechazará hablar de un referéndum también en el caso de que negarse a ello significara perder el gobierno de España (por no hablar de la grave equivocación estratégica y de país que supondría enseñar las cartas antes de empezar la partida, que es lo que pasará si la propuesta catalana de referéndum finalmente viera la luz).

Si es incoherente con el relato de ERC y es imposible que prospere en el contexto —español, pero también catalán— en que estamos viviendo, entonces ¿por qué, a pesar de todo, Aragonès y los suyos deciden montar la jarana que parece que pretende montar? ¿Por qué decide poner ahora el carro delante de los bueyes? Solo puedo interpretarlo como un intento de movilizar a un electorado al cual ni la idea de que la independencia va para largo ni la coreografía de la mesa de diálogo lo hace vibrar, por decirlo diplomáticamente. Sí, exacto: hablo de electoralismo. Estamos ante un cebo, un cebo que bebe de la más pura tradición procesista (por eso, también, es un error de 'raccord'). Espuma del viento, por lo tanto. Hay que decir, querido lector, que esta, la del electoralismo, es una hipótesis benevolente, generosa.

Si esto del acuerdo de claridad fuera de veras, seriamente, y no fuera una maniobra meramente electoralista, el asunto sería mucho más preocupante.