El Volkswagen ID.3 Pro S ha completado una exigente prueba de larga duración superando los 170.000 kilómetros, y los resultados confirman que su batería conserva gran parte de su capacidad original. Este dato es especialmente relevante considerando que la autonomía es uno de los factores más vigilados en los coches eléctricos, y que el desgaste por uso intensivo puede alterar significativamente las prestaciones. En este caso, la pérdida ha sido mínima, con solo 13 kilómetros menos de autonomía respecto a los valores iniciales.

El modelo evaluado, equipado con una batería de 77 kWh, partía con una autonomía oficial de 438 kilómetros. Tras cuatro años de uso continuo, sometido a múltiples ciclos de carga rápida y a condiciones climatológicas variables, la autonomía real medida se ha situado en 425 kilómetros. Esta variación representa apenas un 9 % de reducción, una cifra muy por debajo de los umbrales de garantía que establece el propio fabricante para este tipo de vehículos.

 

Llama especialmente la atención que, más allá del mantenimiento del rango de autonomía, el consumo energético también ha mejorado con el paso del tiempo. Mientras que al inicio de la prueba el coche registraba un consumo medio cercano a los 20 kWh/100 km, en la actualidad ronda los 18,3 kWh/100 km. Esta evolución pone de relieve que los ajustes técnicos introducidos a lo largo del ciclo de vida del coche han tenido un impacto positivo en su eficiencia.

Software y gestión térmica: claves del buen rendimiento

Lo destacable en este caso es que la mejora no se debe a cambios en componentes físicos, sino a actualizaciones de software. A lo largo del periodo de prueba, el ID.3 recibió diversas versiones de software que han refinado la gestión térmica y energética del sistema eléctrico. Estas modificaciones han optimizado el rendimiento del vehículo, especialmente en condiciones de baja temperatura, donde tradicionalmente se producen pérdidas significativas de autonomía.

En este sentido, también ha mejorado la experiencia de carga rápida. La potencia máxima alcanzable ha aumentado progresivamente, reduciendo el tiempo necesario para alcanzar el 80 % de carga. Esto no solo mejora la usabilidad del coche en viajes largos, sino que reduce el estrés térmico sobre la batería, prolongando su vida útil. La gestión inteligente de la energía en momentos críticos se ha consolidado como uno de los elementos clave para conservar la autonomía en el tiempo.

 

Otro factor determinante ha sido el sistema de climatización y la bomba de calor, que han permitido mantener la eficiencia energética incluso en escenarios de uso con temperaturas extremas. La batería, dotada de refrigeración líquida, ha conservado una temperatura óptima de funcionamiento, lo que contribuye a limitar su degradación y estabilizar el rendimiento global del vehículo.

Por otro lado, la evolución de la salud de la batería ha sido monitorizada a través de mediciones periódicas, revelando una pérdida progresiva pero moderada, sin saltos bruscos. A pesar del uso intensivo y de las cargas rápidas frecuentes, no ha sido necesario reemplazar componentes principales, y las revisiones se han limitado a elementos menores como la batería auxiliar o el sistema de navegación. Esto refuerza la fiabilidad del sistema eléctrico y la robustez de su diseño.