Casi dos años después del inicio de la guerra entre Israel y Hamás, la Franja de Gaza se ha convertido en un paisaje de devastación absoluta. El aspecto actual del territorio, visto desde el aire, evoca los restos de una civilización antigua, arrasada y redescubierta después de siglos bajo tierra. El 92% de las viviendas están destruidas o gravemente dañadas, según datos de la ONU, y la reconstrucción podría alargarse más de dos décadas, incluso si los combates se detuvieran ahora mismo. Como si eso no fuera poco, las conversaciones para un alto el fuego han fracasado y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, apuesta por una ocupación militar completa de Gaza. Este paisaje de destrucción masiva ha sido grabado por Dalal Mawad, periodista de Al Araby TV. Sus imágenes muestran ciudades de tiendas que se extienden hasta el horizonte y barrios enteros reducidos a escombros, convirtiendo el enclave palestino en un inmenso desierto de polvo.
Este martes, un grupo reducido de periodistas internacionales, entre los cuales estaba Mawad —la autora de las imágenes aéreas—, recibió permiso para volar a bordo de un avión militar de Jordania cargado con ayuda humanitaria. El trayecto, que permitió lanzar unas tres toneladas de suministros sobre Gaza —una cantidad claramente insuficiente ante la magnitud de la crisis—, también se convirtió en una ventana abierta a una realidad que ha quedado prácticamente invisible para los medios desde el 7 de octubre. Desde unos 600 metros de altura, el paisaje hablaba por sí solo: las marcas de los ataques más letales, los rastros de los asedios más devastadores, las heridas abiertas del territorio. Debajo, reponen los cuerpos de más de 230 periodistas palestinos y decenas de miles de civiles, según las autoridades.
Hasta hace menos de dos años, Gaza era un territorio lleno de vida, con mercados repletos y calles bulliciosas a pesar de las dificultades estructurales y las limitaciones impuestas por el régimen de Hamás. El enclave tenía una población de dos millones de personas en un espacio similar al Maresme, lo cual lo convertía en una zona densamente poblada. Ahora, aquella acumulación de personas ha sido borrada de manera violenta; no por un desastre natural, ni por el olvido del paso del tiempo, sino por una ofensiva militar israelí que ha convertido el paisaje en un escenario postapocalíptico. Ante el aumento de la presión internacional, Israel anunció la semana pasada que reanudaría los lanzamientos humanitarios coordinados sobre Gaza en respuesta a la hambruna creciente y a la escasez de suministros médicos. Sin embargo, los bombardeos han dejado una destrucción material prácticamente total, y hoy por hoy no hay ningún plan concreto para revertirla.
Infraestructuras básicas bajo mínimos
La devastación en Gaza no solo ha arrasado edificios residenciales, sino también las infraestructuras básicas que sostenían una vida mínimamente digna. Según un estudio de la Asociación Americana de Salud Pública, los bombardeos han destruido cerca del 70% de las estaciones de bombardeo y las plantas de tratamiento de aguas residuales, la mayoría de las cuales necesitan electricidad o gasóleo para funcionar, cosa que las mantiene fuera de servicio. El colapso es absoluto: antes de la ofensiva ya se habían superado los límites de capacidad de los vertederos y se había empezado a recurrir a la quema de residuos. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), casi 40 millones de toneladas de escombros ya se habían acumulado entre octubre del 2023 y mayo del 2024, una cifra que equivale a 107 kilos por metro cuadrado. Esta masa de desperdicios incluye restos de edificios, amianto y, en muchos casos, cuerpos humanos atrapados bajo los escombros.
Las consecuencias de la destrucción en Gaza no solo son inmediatas sino también de largo recorrido. El PNUMA calcula que se tardarían al menos 15 años en retirar los 40 millones de toneladas de escombros, y eso en el caso optimista que se levantara el bloqueo militar y se dispusiera de 105 camiones operando a pleno rendimiento y a todas horas. La magnitud del desastre es tan grande que, según estimaciones de ONU-Hábitat y del mismo PNUMA, los escombros generados en Gaza superan por catorce veces la cantidad combinada de todos los conflictos armados del mundo de los últimos 16 años. Y el impacto sanitario no es menos alarmante: los materiales contaminantes que se desprenden de estos restos —como ya se comprobó con los trabajadores de la zona cero del 11 de septiembre en Nueva York— pueden causar enfermedades respiratorias graves e incluso cáncer. Las partículas tóxicas pueden derramarse a largas distancias y afectar no solo a Gaza, sino también a las aguas subterráneas, los cultivos y la salud de las poblaciones de la región en el futuro inmediato.
Panorama insalubre
La destrucción de viviendas y servicios esenciales en Gaza también ha provocado una desintegración prácticamente total de las infraestructuras de saneamiento e higiene. Según datos de UNICEF de marzo del 2024, una media de 340 personas tienen que compartir un solo lavabo y cerca de 1.300 comparten una única ducha. La falta de productos de higiene, como el jabón, que o bien no se encuentran o tienen precios inalcanzables, afecta gravemente a la salud y la dignidad de la población. La situación es especialmente grave para las más de 690.000 niñas y mujeres en edad fértil, que se ven obligadas a utilizar materiales de la basura como sustituto de los productos menstruales. Esta degradación de las condiciones ha propiciado una explosión de enfermedades transmisibles: la Organización Mundial de la Salud alerta que los casos de diarrea se han multiplicado por 25 en comparación con antes del 7 de octubre de 2023, y que también hay un aumento desmesurado de infecciones respiratorias, sarna, piojos e ictericia.