El ataque de los Estados Unidos contra las instalaciones nucleares de Irán ha provocado un auténtico terremoto informativo, pero no necesariamente un punto de inflexión militar. Aunque Donald Trump ha asegurado que los complejos de Fordó, Isfahan y Natanz han sido "destruidos completamente", el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no ha detectado ningún aumento de radiación, y fuentes iraníes indican que las reservas de uranio enriquecido ya habían sido retiradas antes del bombardeo. En paralelo, medios afines al régimen han restado importancia al impacto real del ataque, una reacción que, si bien no neutraliza el riesgo de escalada con una eventual respuesta contra Washington, indica que Teherán podría estar calibrando su réplica. Al fin y al cabo, sumado a los indicios que la Casa Blanca habría avisado previamente a Irán, abre la puerta a una lectura menos alarmista de los hechos.

Fuentes iraníes citadas por Amwaj.media afirman que Washington advirtió a Teherán antes de los bombardeos del 21 de junio. Según una fuente política de alto rango que habla bajo condición de anonimato, la administración Trump transmitió que no buscaba una confrontación abierta, sino una operación limitada contra las instalaciones nucleares de Fordó, Isfahan y Natanz. Esta misma fuente confirmó que los centros atacados ya habían sido evacuados y que las reservas principales de uranio enriquecido habían sido trasladadas a lugares seguros días antes. Varios observadores internacionales han establecido paralelismos con la escalada de enero del 2020, cuando los Estados Unidos asesinaron al general Qassem Soleimani. Aquella acción provocó una represalia simbólica de Irán —un ataque con misiles contra bases norteamericanas en Iraq— que no desencadenó una guerra abierta. Trump podría estar buscando repetir aquella fórmula de presión y contención simultáneas.

Asimismo, las declaraciones más recientes de la Casa Blanca refuerzan la idea de que la ofensiva de los Estados Unidos ha sido un golpe preciso contra las centrales nucleares, no un ataque directo a la legitimidad de la república Islámica. El secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, ha asegurado desde Washington que siempre se ha tratado de una "operación de precisión" contra la "amenaza que representa el programa nuclear de Irán" y que los Estados Unidos nunca han perseguido un "cambio de régimen" en Teherán, como se ha especulado. En la misma línea, el vicepresidente JD Vance ha dejado bien claro que no hay ninguna intención de entrar en un conflicto directo. "No estamos en guerra con Irán", ha dicho.

Por su parte, el OIEA ha emitido un comunicado después de los bombardeos norteamericanos en que afirmaba que no ha detectado ningún aumento de radiación en las instalaciones golpeadas. La agencia de las Naciones Unidas ha indicado que seguirá vigilando de cerca la evolución de la situación, a la vez que el director general, Rafael Grossi, ha convocado una reunión extraordinaria de la junta de gobierno en Viena para este lunes, vista la gravedad de los acontecimientos. Según los datos preliminares, en Natanz —donde el uranio se somete a enriquecimiento— no se han detectado escapes radiactivos externos, aunque sí que ha aparecido contaminación química y radiológica dentro de los límites de la planta. Hoy por hoy, Irán enriquece uranio hasta un 60% de pureza, muy cerca del 90% necesario para un arma nuclear. La república islámica es el único país sin arsenal atómico que produce combustible nuclear con este nivel de pureza.

Irán tiene mucho que perder

A pesar de estar ya sometida a una presión militar intensa de Israel, la república islámica muestra poco interés en desencadenar una guerra total con los Estados Unidos. Antes de los bombardeos del 11 de junio, Teherán ya había expresado su disposición a reactivar las negociaciones nucleares con la administración Trump. Ahora bien, si finalmente escogiera ejecutar las "consecuencias eternas" prometidas por Teherán, se podría optar por opciones no simbólicas: salir del Tratado de No Proliferación (TNP), expulsar inspectores internacionales, atacar la planta nuclear de Israel en Dimona o bloquear el trazado marítimo del estrecho de Ormuz —quizás con el apoyo de los hutíes—. Todos estos escenarios implican riesgos y costes considerables, pero ninguno a la altura de un posible ataque directo a los Estados Unidos.