Esta semana comía en una barra con un amigo que tiene un bar y charlábamos sobre aquellos bares de toda la vida que cierran o están a punto de perderse hasta que alguien los coge y les da nueva vida. Suele ser un disparate cuando los nuevos propietarios hacen tabula rasa y piensan que un bar nuevo donde antes había un bar con solera podrá competir con el poso que le han dado varias generaciones de clientela. Y no. Por eso, cuando alguien coge un bar de siempre y lo mantiene, sea quien sea, es algo que celebrar.

A veces será un particular y otras será un grupo grande como Confiteria, porque a menudo se necesita un buen músculo financiero para levantar de nuevo la persiana de muchos bares en peligro de extinción y apostar en la línea de la nostalgia actualizada. Esto pasa, precisamente, en El Cafè del Centre. El mítico bar modernista de la calle Girona, abierto desde 1873, primero como casino y después como cafetería y cervecería, es decir, como un bar multihorario, como siempre han sido, hasta hace bien poco, nuestros bares.
Vivimos en una ciudad donde es posible tomar un café, unas bravas, un menú del día, rodeado de arte y pátina
Voy un mediodía, tarde, para hacer una comida rápida que es también una reunión de trabajo, y resulta ser el lugar idóneo para tal contexto. La sala se ha ido vaciando, pero, por suerte, aquí no cierran y el horario es continuo, de 13 h a 00 h. Sí doy las gracias por este menú del día casi fuera de tiempo que hacemos, al precio de 19,90 €, donde elijo la esqueixada de bacalao con tomate confitado y las setas a la crema con un toque de amontillado. Y de postre: manzana al horno con pasas, piñones y un poco de nata.

Los tres platos son la materialización de aquella idea deseosa que se ha gestado minutos antes dentro de mi cerebro al leer el menú. Aparecen con celeridad, bien ejecutados, sin errores y responden a la perfección a lo que esperaríamos en un menú del día que tenga este coste. De hecho, incluso da un poco más, que ya se sabe que esta es la clave maestra de la hostelería para meterse bien adentro de nuestros corazones y hacernos volver, y hacernos hablar bien del lugar, y hacerme escribir así de El Cafè del Centre.
Es cierto que El Cafè del Centre ha cambiado un poco. Antes era más oscuro. Y más frío. Tenía un aspecto más vivido. Todo esto hacía que si no lo conocías, si no te llevaban, incluso siendo de aquí o de al lado, como yo, quizás no fueras nunca. Ya suele pasar con lugares que después son emblemáticos, como este, que además es establecimiento de interés según el Ayuntamiento de Barcelona gracias al patrimonio modernista que ha preservado a lo largo de los años. No lo sabemos lo suficiente, no lo apreciamos lo suficiente, y después lloramos, por eso hay que decirlo y recordarlo: vivimos en una ciudad donde es posible tomar un café, unas bravas, un menú del día, rodeado de arte y pátina.

Por si yo no soy lo suficientemente convincente, el hace poco fallecido cronista de la ciudad, también icónico y emblemático, a quien Barcelona debe su mirada curiosa y emotiva, Lluís Permanyer, hacía esta magnífica descripción de El Cafè del Centre, cuando reabrió: “Cuando entréis, encontraréis las referencias tan queridas: el pavimento de baldosas cuadradas blancas y negras, las cuatro columnas de forja que ordenan con elegancia la divisoria, la línea delicada y sutil de guirnaldas modernistas que enmarcan el techo color vainilla y mantienen así un ritmo parecido que remata la cabecera floral del rotundo banco corrido, el reloj de casino pegado a las grandes hojas diarias del calendario, las características mesas rectangulares de mármol blanco, el espejo en su marco sinuoso, las sillas que podrían ser primo hermano del estiloso Thonet, las restauradas pinturas de Martí Teixidor, el mostrador de 1960 integrado ya en el ambiente, la histórica carta con los precios tecleada en una máquina cansada al lado de la policroma vidriera emplomada y al sentimental álbum de fotos mural con Jean Paul Belmondo y Messi incluidos”. Larga vida a los bares y a la memoria de Permanyer.
