Ayer, en el Tot es Mou, la reportera Elisabet Cortiles se acercaba a una cafetería para hablar de una cosa que ha causado mucho revuelo: que muchas cafeterías prohíben utilizar los ordenadores a sus clientes. La noticia no es noticia: ya hace unos cinco años que las mesas de muchas cafeterías lucen unas etiquetas en sus ángulos en las que se ve un ordenador barrado. Sin embargo, conocerlo ha generado una auténtica animadversión en las redes.

Quizás parece difícil de entender, pero no lo es tanto. Las cafeterías, así como los bares o los restaurantes, son establecimientos de hostelería, levantados y pensados para servir productos alimenticios sólidos y líquidos (y a veces, incluso, gaseosos). Los clientes que pasan por el dintel de la puerta saben que este es el contrato tácito: si uno se sienta u ocupa un espacio, tiene que consumir.

Muchos se están llevando las manos a la cabeza porque un pequeño empresario de una cafetería exige que los ordenadores no se utilicen en algunas zonas de su pequeño local (ha habilitado una larga mesa común a tal efecto), pero creo que nunca les pasaría por la cabeza estar en un bar durante horas y consumir una sola cerveza. Dicen que se lo ha merecido porque su café es caro, porque se le ha ocurrido abrir un local de café de especialidad en el Poblenou (de hecho, está en el Fort Pienc) y porque su negocio tiene el nombre en inglés y está pensado para el cliente foráneo. Y yo digo que decir todo eso no tiene ningún sentido y es no haber entendido nada.

El café de especialidad tiene el precio que tiene que tener un café con trazabilidad que respeta los derechos humanos y la naturaleza de los países productores y que trata de ahorrarse intermediarios para que su valor repercuta a quien lo trabaja. Tiene este precio, que solo son unos céntimos más, porque se ha tostado y elaborado con maquinaria especializada y costosa, por personal formado, que ha valorado las cualidades antes de comprarlo y que lo prepara con excelencia. Cuesta 2 € o más y no 1,50 €, porque tiene aromas a flores, a frutas, a chocolate, a especias y no a rueda quemada, a alquitrán. Para que sienta bien al estómago y al paladar. Porque, al fin y al cabo, no es un producto básico, sino accesorio, que no nos alimenta, sino para disfrutar, como el buen vino o el buen cacao, aunque la baja calidad histórica del café nos haya hecho tomarlo solo como trámite para acabar de sacudirnos el sueño por la mañana o a lo largo del día.

Dicen que se lo ha merecido porque su café es caro, porque se le ha ocurrido abrir un local de café de especialidad en el Poblenou y porque su negocio tiene el nombre en inglés y está pensado para el cliente foráneo

Pero es que todavía hay más: las cafeterías de especialidades no son bares, sino que son espacios pequeños, casi monoproducto, donde el café es el ítem principal y más pedido. Y es así porque creen en el café de especialidad y lo han querido poner en el centro, porque creen que la ciudad merece beber un mejor café y porque saben que las multinacionales que han dominado el mercado nos han enredado durante años. ¿O nadie se ha planteado nunca que está pagando demasiado caro un café tan malo como el que venden? Es curioso, porque incluso desde la izquierda existe la tendencia al señalar al pequeño empresario como caro, mientras que no se hace ninguna mención a los grandes márgenes económicos que las multinacionales alimentarias extraen de sus productos, mayoritariamente, de baja calidad.

¿Alguien se ha planteado cuántos cafés tienen que servir al día estos pequeños locales para ser rentables? ¿Nadie piensa que el precio de los alquileres también les afecta? Si alguien veta los ordenadores de su cafetería (y, repito, normalmente los vetan de unas zonas determinadas) lo hace para sobrevivir. Y para evitarse descortesías como tener que echar a alguien que ha perdido el sentido común y que hace 4 horas que ocupa una mesa de dos habiendo tomado un sol café. Incluso hay quien lleva la botella de agua de casa, o algún snack, como si eso fuera un despacho o un espacio de coworking, con la diferencia que le sale infinitamente más barato.

Es curioso, porque incluso desde la izquierda existe la tendencia al señalar al pequeño empresario como caro, mientras que no se hace ninguna mención a los grandes márgenes económicos que las multinacionales alimentarias extraen de sus productos, mayoritariamente, de baja calidad

Es extraño que a menudo nos quejemos del hecho de que situaciones y espacios pierden humanidad en pro de la tecnologización, sin embargo, de sopetón, nos molesta que no podamos utilizar los ordenadores en las cafeterías. Las cafeterías, en esta zona del mundo, son espacios para charlar, para compartir, para reunirse. Que incluso tenemos la construcción "tomar un café".

Solo puedo pensar que todo eso señala, una vez más, que nos domina el egoísmo. Que queremos hacer lo que queremos hacer y cuando lo queremos hacer y, sobre todo, que no nos gusta que nos prohíban nada, aunque la norma esté para favorecer la convivencia. Porque estos sitios donde nos gustaría ir a trabajar se irían al garete muy pronto si toleraran estos hábitos que algunos consumidores, espoleados por costumbres de sus países de origen (donde, por cierto, los cafés cuestan el triple como mínimo y ya costean una estancia más larga) han querido introducir en nuestras ciudades.

Actualmente, la clientela local ya es casi mayoritaria, pero han sido los turistas y expatriados los clientes que han hecho que las oleadas de café de especialidad se instauraran a nuestro país. No sé vosotros, pero yo les doy las gracias

Por otra parte, si las cafeterías de especialidad nacionales nos parecen una cosa extraña está porque, a menudo, se han mirado al espejo en la estética de otras cafeterías que ya existían en Australia o en los países nórdicos, lo cual es bien normal. Tan normal como que atraigan clientes foráneos: han probado el café de especialidad en su país y ahora lo encuentran en nuestras ciudades y lo consumen. Actualmente, la clientela local ya es casi mayoritaria, pero han sido los turistas y expatriados los clientes que han hecho que las oleadas de café de especialidad se instauraran a nuestro país. No sé vosotros, pero yo los doy las gracias. Hace 50 años llevaron el bikini y ahora han puesto de moda en nuestra casa el mejor café del mundo.

Pero tenemos soluciones muy al alcance, y gratuitas. Catalunya dispone de 419 bibliotecas públicas, y todavía hay unas cuantas más visitables, como las de las universidades o algunos museos. Si se desea trabajar, todo el mundo lo sabe, se puede hacer incluso desde un parque. Además, hay toda una serie de bares que tienen horarios mucho más amplios y espacios mucho más grandes que sí que se pueden permitir que haya banda sonora de teclear, como La Fuga, desde donde escribo estas líneas. ¡Y si no, en casa está como ningún sitio!