Aprovecho el buen día que hace para acercarme a Solivella y visitar los viñedos de la familia Sans Travé, que tenía previsto hacerlo durante la vendimia, que es cuando realmente la finca luce y la viña está en su máximo esplendor, pero no fue posible dado que este año, a causa del calor, la vendimia se avanzó a mediados de agosto. Para aquellos que no conocéis Solivella, os diré que es un pequeño pueblo de la Conca de Barberà que pertenece a la ruta del Císter y, por lo tanto, está rodeado de monasterios cistercienses como el de Santes Creus, el de Poblet y el de Vallbona de les Monges. En medio de tanta austeridad, sin embargo, cabe decir que Solivella y parte de la comarca son ricos en viñedos y olivos, que encuentran el hábitat perfecto gracias a su terreno arcilloso.

Tan pronto como llego al pueblo, me espera Josep Maria. Hago un cambio de coche y cogemos su pick-up para ir hacia la viña a ver la finca Gasset, yendo hacia Forès, situada a 628 metros de altitud. La finca tiene más de 35 hectáreas de viñas y, como decía, una tierra roja y arcillosa que potencia la intensidad de los vinos tintos y la transparencia de los blancos. Tienen plantadas diferentes variedades como el moscatel, la garnacha tinta, syrah, tempranillo, cabernet, chardonnay y garnacha blanca.

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Entrada a la finca de la bodega Sanstravé / Foto: Víctor Antich

Para que os hagáis una idea, la producción anual en Solivella, si no me equivoco, es de 10 millones de kilos de uva que mayoritariamente se envían al Penedès para elaborar cava. Hacemos parada en la colina de la propiedad, desde donde divisamos las 21.000 cepas plantadas en 2010; el paisaje transmite esa tranquilidad tan difícil de describir.

Pero ahora viene lo mejor, de la finca se cuidan principalmente Josep Maria, su hermano Joan Carles y su padre Antonio, verdadero artífice de la bodega Sanstravé con DO Conca de Barberà y DO Cava

De todos modos, hay que saber que sus antepasados ya cultivaban las viñas y también hacían vino en las antiguas dependencias de lo que ahora es la nueva bodega. Por esta razón han mantenido con acierto las antiguas botas de piedra, ahora utilizadas como almacén de los diferentes vinos y cavas. Igual que cuando llega la vendimia, toda la familia rema en la misma dirección, ya sea prensando, filtrando, etiquetando, embotellando, cortando o macerando.

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Josep Maria en la viña / Foto: Víctor Antich

Dejamos la finca para visitar la bodega. Lo primero que ves al entrar son las botas de aluminio de 10.000 litros; estas, me comenta Josep Maria, son nuevas porque desde que empezaron el proyecto las han cambiado cuatro veces, siempre buscando las mejores y más modernas. Por ejemplo, estas tienen unas cañerías alrededor que enfrían el contenido cuando lo necesitan durante la fermentación. Ya lo veis, les gusta trabajar con tecnología punta.

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Bodega Sanstravé / Foto: Víctor Antich

Probamos algún vino que no está terminado de hacer como el Llum de Vi Blanc, un vino joven, natural, elaborado con moscatel, chardonnay y garnacha blanca. Su sabor es curioso antes de acabar de reposar, filtrar y embotellar, como curiosas son las ánforas donde también almacenan vino, en esta ocasión inyectándole CO₂ para hacer la fermentación carbónica.

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Los depósitos de la bodega Sanstravé / Foto: Víctor Antich

Antonio, pater familias, cuando tenía 12 años quería irse de casa y mandarlo todo a hacer puñetas porque estaba harto de labrar la finca con la mula. Pero su padrino, que ya era un avanzado para la época, con el fin de evitarlo le regaló un tractor, y hay que decir que lo hizo muy feliz. La historia queda reflejada en uno de los poemas de Joan Margarit impreso en la etiqueta del vino Agraïment, porque los Sans Travé, como rasgo diferencial, tienen la suerte de que cada uno de sus vinos lleva impreso un poema del poeta y amigo. En el caso del Agraïment, dice así:

“Rere l’arada va un noi de dotze anys
plorant de ràbia: no té prou força
per clavar-la ben fonda dins la terra.
La por és una altra mula obrint un solc dins seu.
Anys difícils. Però la intel·ligència
convertirà la ràbia en amor.
Crescuts amb els nous ceps,
verd i ben ordenat, l’Agraïment.”
Joan Margarit


Junto con el Agraïment, también vemos y probamos otros vinos mientras comemos un poco de embutido de la zona y una coca de pan de vidrio que está espectacular. No me extraña, porque la ha horneado Josep Maria a primera hora de la mañana sabiendo que venía a visitarlo. Así, también probamos el Crepuscle, el vino más selecto que elaboran hecho 100% con variedad syrah, o el nuevo Pilotis, que es 100% natural y ecológico y, en este caso, monovarietal de garnacha blanca, pero también los cavas, como el brut nature Gran Reserva Brindis o el Trepat 2022. Pensad que hacen unas 25.000 botellas al año, poca broma, todas de venta directa. Nos vamos de la bodega mientras miramos las nuevas barricas de roble francés que acaban de recibir, las cambian cada cinco años aproximadamente.

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Antonio tomando nota del pedido / Foto: Víctor Antich

Con esa alegría que llevamos, quizás debido a las diferentes catas que hemos hecho durante la mañana, vete a saber, vamos al restaurante, donde me siento con Antonio.

Antonio me explica que su idilio con el vino le viene de joven, cuando llevaban el vino a la cooperativa, pero llegó un momento, concretamente en 1982, en que decidió que quería embotellar su propio vino, y así fue hasta el día de hoy

Está muy contento de cómo funciona actualmente tanto el restaurante como la bodega, pero especialmente porque parece que el relevo en la familia está garantizado, ya que el hijo de Josep Maria ha estudiado cocina y el hijo de Joan Carles enología; por lo tanto, está feliz como unas castañuelas. Mientras charlamos, me llena la copa del Llum recordando la fuerte amistad que le unía a Joan Margarit, que en vida le ayudó mucho con su talante emprendedor.

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Aperitivos. Restaurante Cal Travé / Foto: Víctor Antich

Una vez en la mesa se nos acerca Montse, la mujer de Joan Carles, con el pan recién hecho. Ella ayuda a Joan Carles con la brasa y hace los postres, mientras que Maria Rosa ayuda a su marido Josep Maria en la cocina. Como veis, cada uno desempeña un papel fundamental para que el engranaje funcione a la perfección, y todo queda en familia. Me llegan unos aperitivos para ir abriendo boca como el puré de calabaza bien caliente, las virutas de jamón y un huevo de codorniz con panceta.

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Coca de sardina. Restaurant Cal Travé / Foto: Víctor Antich

Me llenan otra vez la copa de Llum mientras pruebo la coca de sardina con un lecho de tomate confitado y berenjena, que está deliciosa.

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Garbanzos con rebozuelos. Restaurante Cal Travé / Foto: Víctor Antich

Continúo con unos garbanzos tiernos con camagrocs, huevo y jamón que están muy tiernos y sabrosos y que riego con un tinto de nombre Partida dels Jueus hecho con cabernet sauvignon, merlot, tempranillo, trepat y garnacha.

Termino la comida y la visita con una pluma ibérica pasada por la brasa y un mortero de toda la vida con los cítricos, pomelo, mandarina y naranja.

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Pluma ibérica. Restaurant Cal Travé / Foto: Víctor Antich

El xató es un clásico de la casa, igual que los caracoles o las alcachofas, cuando es la temporada. También las manitas de cerdo con nabos y zanahoria, pero lo que realmente me enamoró personalmente al primer bocado fue el bacalao a la brasa, que cocinan como nadie; no os lo podéis perder si visitáis Cal Travé.