Siempre es un buen momento para ir hacia Josa. Atravesamos el Segre, subimos hacia Ortedó, giramos a la izquierda, por la Forestal, dejamos Ges, pasamos por el fenomenal mirador de la Trava, por el collado de Laguell (donde hay un espectacular recorrido geológico por los alrededores del collado de Creus) y, por el collado de Bancs, entramos en el valle de Lavansa. De aquí, tiramos hacia Fórnols y Cornellana, bajamos hacia Tuixén, y, remontando el río de Lavansa llegamos a nuestro destino, que no es ningún otro que Josa —según el nomenclátor, Josa del Cadí—, patria de la tatarabuela de Albert, Maria Puig Pallerola, de cal Farràs.

Qué más decir de Josa, patria de cátaros, cuna del temible Ramon II de Josa y de su esposa Timbors, protectora de herejes. Y toda esta deliciosa expedición no tiene ningún otro objetivo que ir a la fiesta del vigesimoquinto aniversario de Ca l'Amador. A ver. Hay restaurantes, restaurantes buenos, restaurantes extraordinarios y restaurantes excepcionales. Todos se pueden calificar de acuerdo con varios parámetros: la calidad de la cocina, el servicio, la situación, mil variables posibles. Después hay los que trascienden todas las categorías, porque no es que nos encontremos como casa, sino que estamos en casa. Nos sentimos bien, cómodos, sabemos que siempre somos bienvenidos y, además, comeremos como en ningún sitio. Es parte de la familia, del panorama sentimental. Siempre que queremos que alguien comparta una experiencia, le enviamos allí, y sabemos que, a partir de aquel momento, también formará parte de la gran familia de Ca l'Amador, de esta logia de entusiastas y de asiduos.

Fiesta de celebración de los 25 años del restaurante Casa el Amador / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Fiesta de celebración de los 25 años del restaurante Ca l'Amador / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer

Ya hemos hablado en alguna ocasión: Ca l'Amador es el resultado de la apuesta de los Alías para instalarse, ahora hace veinticinco años, en un pueblo alejado de cualquier centro urbano, a 1450 metros de altitud, a la sombra del Cadinell, a la vertiente sur de la sierra del Cadí. El sueño del patriarca, Diego Alías, que ahora lleva un huerto espléndido encarado a poniente. El trabajo de Diego júnior lo ha convertido en un punto de referencia, en un irradiador, una baliza, que atrae talento culinario y tiene en la atención en el producto uno de los puntos fuertes de la casa. Por lo que se vio en el encuentro, tiene en los proveedores una relación de confianza y proximidad que probablemente tiene mucho que ver en el éxito de la propuesta.

Ca l'Amador, del cocinero Diego Alías, celebra 25 años de cocina extraordinaria en un restaurante excepcional que trasciende todas las categorías

El objetivo de este artículo no es la descripción de la fiesta, que fue flor de un día y excepcional. No hablaremos, pues, del recibimiento de Roger, ni del cava Martínez que nos sirvió Jordi, ni la cerveza y el jamón. No diremos que fuimos encontrando por el camino todo el equipo, que son más que compañeros de trabajo: los lunes —ellos dicen 'los lunes al sol'— bajan a Barcelona a probar, a experimentar, y a cerrar filas. Tampoco tendríamos que hablar de las canciones de la Celeste Alías, la hermana de Diego, que nos dedicó, en la iglesia de Santa Maria, tres canciones espeluznantes: una versión íntima y de llorera de la Prospettiva Nevski, del añorado Franco Battiato, el Both Sides Now de Joni Mitchell y un dúo mexicano de carne de gallina con la madre, la Virginia.

Fiesta de celebración de los 25 años del restaurante Casa el Amador / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Hermandad a Ca l'Amador / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer

Tampoco hablaremos de las platas de queso —de Serrat Gros y del Molí de Ger, ni de los fideos a la cazuela. No hablaremos de las conversaciones bajo el nogal de la cueva del Castillo, de las relaciones improvisadas en torno a una mesa, de la cerveza del Refu, que bajaba como el agua, ni más catas de aquel cava Martínez. No se tiene que hablar, de todo eso, porque es una cosa que se tiene que vivir y se tiene que celebrar. Pasarán unos días, unas semanas. Yendo mal, unos meses. Cuando estemos a punto, cuando haya una celebración especial o, simplemente, unas ganas de pasar un día excepcional y diferente, llamaremos a Diego, cogeremos el coche, atravesaremos el Segre y etcétera. No nos arrepentiremos: nunca nos hemos arrepentido. Y volviendo, deshaciendo el camino, entonaremos el lema del restaurante, como si fuera un mantra antiguo y sabio: «salud y suerte».