El Ministerio de Educación ha movido ficha este verano. Tal como se explica en el borrador del real decreto del currículum referido a las matemáticas de primaria, desde el curso 2022/2023 las mates se impartirán con un enfoque socioemocional y con perspectiva de género en todas las escuelas españolas. La razón de esta reforma tiene un trasfondo de cabriola de malabarista: identificar emociones como la frustración, la rabia, la tristeza o la decepción que genera el estudio de esta ciencia abstracta, normalizarlas y convertirlas en el sujeto de una terapia individual y colectiva con el fin de mejorar el rendimiento escolar (sobre la perspectiva de género parece que se limitarán sólo a destacar la figura de importantes mujeres matemáticas). Como era de esperar, los líderes de derechas se han tirado al cuello de la propuesta y la han tildado de "solemne bobada" (Ana Pastor, PP) y ha acusado en el gobierno de Pedro Sánchez de "chusma totalitaria" (Abascal, Vox). A mí, sinceramente, el fondo de la propuesta me parece de maravilla. Sin embargo, discrepo de su forma: si de lo que se trata es de aprender de los errores, de adaptarse a las situaciones de incertidumbre y de mejorar la perseverancia, no se me ocurre una mejor manera de conseguirlo que cocinando en la escuela. Es más, no se me ocurre una mejor manera de explicar las matemáticas (como también la historia, el arte, la biología o la física) que hacerlo a través de la cocina y la comida. Como es posible que no aprendamos a cocinar en la escuela ni en el instituto; ¿para la familia, para los amigos o para uno mismo?

¿Sabrías cocinar los huevos de las diez maneras más básicas sin vacilar sobre el tiempo o la temperatura de cada cocción?

 

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Niños y niñas en la cocina, una imagen inusual / Foto: Annie Spratt

La cocina es un arte consustancial a nuestra condición humana, y cuanto antes lo aceptemos, antes disfrutaremos de lo que representa vivirlo y practicarlo. Dicen los expertos que el arte de cocinar se refiere a cualquier intervención o transformación que se aplica a uno o a varios alimentos con la finalidad de facilitar su conservación, digestión o, como mínimo, hacerlos más atractivos para el consumo. Fijaos que, a la luz de esta definición, desde limpiar unas uvas a fermentarlas para obtener un vino; desde pelar una fruta a confitarla con un poco de azúcar; desde salar una rebanada de pan con tomate a elaborar un banquete para mil comensales; absolutamente todo eso se considera cocina. Por lo tanto, la cocina es algo de lo que no puedes escapar, porque el arte de cocinar es tan esencial como decidir si, por ejemplo, hace falta pelar las ciruelas o bien resulta más placentero comerlas sin pelar (a diferencia de muchas frutas, la ciruela concentra mucha acidez en la piel). Entonces, cualquier tema relacionado con la cocina implicará hacerse algunas preguntas, las cuales tendremos que responder o bien intuitivamente, o bien mediante procesos cognitivos que impliquen un conocimiento previo de los alimentos y las técnicas de preparación. En la práctica, sin embargo, respondemos con una mezcla muy compleja de las dos estrategias (sobre este tema hay una lectura muy recomendable: El error de Descartes, del neurólogo portugués António Damásio).

Pelar una fruta implica cocinarla, por extraño que suene / Foto: Congerdesign

Pelar una fruta implica cocinarla, por extraño que suene / Foto: Congerdesign

Así por ejemplo, ponemos por caso los huevos de gallina. Dejando de lado a los veganos, los alérgicos o los intolerantes a los huevos, es casi seguro que todos y todas preparamos huevos de gallina semanalmente y que su ingesta constituye un pilar fundamental de nuestra alimentación. ¿Ahora bien, qué sabes de los huevos y de su cocina elemental al alcance de los niños y niñas de primaria? ¿Sabrías diferenciar un huevo fresco de uno pasado? ¿Sabrías desinfectarlos —cosa muy recomendable— y guardarlos correctamente? Sabrías cocinarlos de las diez maneras más básicas (duros, pasados por agua, escalfados, al vapor, revueltos, en tortilla, a la plancha, fritos, guisados, endiablados, al horno...) ¿sin vacilar sobre el tiempo o la temperatura de cada cocción, o sobre las guarniciones sugeridas y recetas asociadas para cada preparación? La respuesta es tan estéril como los mismos huevos que nos comemos (en China, en cambio, donde preparan huevos con salmuera o envinagrados, también cuecen los huevos fertilizados, sobre todo de patos, los llamados baluts). No obstante, hay conocimientos más accesibles que otros, y la cocina más primaria es un lujo al alcance de todo el mundo. Así por ejemplo, no tenemos que renunciar a pelar y a picar bien las verduras (seguramente sólo te falte un buen cuchillo y una clase con un cocinero profesional); a freír correctamente unas patatas fritas (cortadas, remojadas, escurridas y cocidas en aceite de oliva 8 minutos a 140℃ y 5 minutos más en 180-190℃); o a cocinar huevos a baja temperatura, con la clara cuajada y la yema líquida (para hacerlo sólo necesitas un termómetro y cocinar los huevos durante 25 minutos a 65 grados).

Baluts chinos en su punto óptimo de cocción / Foto: Wikipedia

Baluts chinos en su punto óptimo de cocción / Foto: Wikipedia

Hay que escrutar la lista de ingredientes y los valores nutricionales de un alimento procesado como si fuera un programa político

Aprender a cocinar tiene muchas ventajas. En primer lugar, es un ejercicio de reafirmación cultural. Creedme: pocas cosas te harán sentir más catalán o catalana que aprender a preparar una salsa romesco y a cocinar un romesco de pescado con ella (y, contrariamente, pocas cosas te harán viajar más sin moverte de casa que cocinar una receta extranjera). En segundo lugar, cocinar puede ser un ejercicio muy estimulante y antidepresivo, que promueve la liberación de adrenalina, dopamina y otras hormonas relacionadas con la felicidad. En tercer lugar, cocinar es un ejercicio político. Nos quejamos de que votamos una vez cada cuatro años, aunque la compra semanal de alimentos no es diferente del ejercicio democrático. En este aspecto, hay que escrutar la lista de ingredientes y los valores nutricionales de un alimento procesado como si fuera un programa político. En cuarto lugar, cocinar es una manera de ahorrar dinero. Cuando comes en un restaurante, sólo una pequeña parte de lo que pagas son propiamente los ingredientes. Entonces, si aprendes a cocinar, o bien te ahorrarás dinero, o bien comerás cinco veces mejor porque en lugar de un comerte una lubina de piscifactoría, podrás, por ejemplo, disfrutar de una lubina salvaje por el mismo precio. En quinto lugar y muy conectado con el punto anterior, en casa se come más sano y natural, porque sabes lo que comes e inviertes, en la medida en que tienes más dinero para hacerlo, en alimentos más puros, artesanos y de proximidad. Al final, aprender a cocinar es como un mandato divino: hay quien se inicia de bien pequeño y hay quien lo hace con la jubilación. A mí, como a la mayoría, me llegó a los dieciocho años el día que me independizaba. Antes de marcharme de casa, mi abuela me pellizcó las mejillas y me dijo: niño, recuerda que cocinarse es quererse y lo demás son puñetas.