Ya hace días que "comemos" Navidad. Nos lo recuerdan con insistencia las luces de las calles, la competición del árbol de Badalona, los escaparates "nevados" con harina y algodón de los comercios, la turra de las recetas dulces en Instagram, los anuncios en la radio de las tiendas con el "Lo, Lo, Lo" de los Papas Noël de pega, el concurso del mejor pannetone y las repisas de los supermercados a reventar de turrones y polvorones.

Hoy día, las familias nucleares son cada vez más pequeñas, y, por lo tanto, viven en mini pisos. Es difícil, pues, meter el resto de perientes, si es que se juntan por un acontecimiento destacado. Como la Navidad. ¿Dónde colocar primos, tíos, sobrinos y otros miembros de la estirpe con quienes se reúnen para hacer la celebración un poco más lucida? Acaba recibiendo quien, por varias circunstancias, tiene la casa más grande y ya teme la fecha fatídica como quien teme una granizada.

El dilema de cada año

Los anfitriones sufren una crisis de ansiedad durante las semanas previas a la comida planificando y organizándolo; una lumbalgia transportando los alimentos (que no pesan poco); un ataque de estrés cocinando y poniendo la mesa; una piedra en el riñón cuando tienen que pagar las facturas de la comida; y un recital de tacos (sobre todo si los invitados son la familia de la pareja) cuando toca lavar platos, secar la cristalería buena, guardar las sillas plegables y lavar a fondo los lavabos (ay, estos hombres que no aciertan nunca cuándo apuntan a la taza!).

Acoger a la familia puede generar un deseo íntimo de pasar las próximas fiestas en una playa tropical dentro de una piscina con forma de riñón, con un cóctel azul en una mano y con la otra abanicándose con un paipái. O en Laponia, da igual, la cuestión es que sea bien lejos de los galets y las escudellas de elaboración eterna.

Va, Albert...si tu sopa ha triunfado...aunque era de fideos. ¡Qué pena que no hayas pensado en los galets! ¡Mira que hay por todas partes! ¿El año que viene tendrás que comer colas de pasas eh? Pero todos lo han dicho, Albert: haces la mejor escudilla del mundo...

...Y con esta última frase la idea de recibir los Christmas en el Caribe queda arrinconada a la caja donde guardamos el Sant Josep cojo, el pastorcillo enganchado con celo, el río de papel de plata, el caganer de Laporta y Baltasar pintado de rotulador negro permanente (cada año perdemos a un rey...).

Bien lejos de casa

De acuerdo, Margalida, no huiremos...pero la Navidad que viene iremos a comer a un restaurante.

Sí, los restaurantes resolvemos muchas de las complicaciones que la comida litúrgica ocasiona. La escudilla nunca será como la de casa – dirá la abuela - pero el culpable será el cocinero profesional (y no de Albert), el cuñado no tendrá excusa para levantarse de mesa en toda la comida, los platos sucios desaparecerán por arte de magia de nuestra vista, el sobrino comerá seitán sin recibir miradas inquisidoras y cuando estemos como tejones y no nos quepa nada más podremos llevarnos lo que nos habrá quedado en el plato y tendremos la cena (o las comidas que vengan) resuelta.

El ambiente será tan plácido que la conversación sobre los galets no versará sobre el olvido o la falta de previsión de Albert, sino que se centrará en temas tan "trascendentales" sobre su origen. Explica la historia que el nacimiento de la típica pasta de la escudella fue a principios del siglo XX en el barrio del Born de Barcelona, dónde se había establecido un fabricante de fideos de Valls, Tomàs Guinovart, que pasó su primera Navidad en ciudad en casa de unos amigos. La anfitriona le sirvió la comida tradicional: la sopa de macarrones con queso rayado. Era muy buena, pero los macarrones se le escurrían de la cuchara al comerlos. Decidió crear una pasta adecuada para solucionar el problema. Una vez en el trabajo, cortó un macarrón en trozos y observó que tomaban una forma parecida al pitorro de los botijos con los que se bebe a galet (¡de aquí el nombre!). No hay que decir que los galets tuvieron un éxito formidable y consiguieron arraigar hasta ser imprescindibles.

¡Y los restauradores, por otro lado, acabamos exhaustos pero satisfechos sabiendo que abriendo casi hemos hecho un "servicio social" y con el consuelo que, a pesar de que no hemos podido pasar el día de Navidad en familia, lo hemos pasado "con familias"!