Danielle Todd, fundadora y directora ejecutiva de Make Food no Waste (2017), organización sin ánimo de lucro que lucha contra el cambio climático gestionando todos aquellos productos alimenticios que, si no fuera por ellos, irían a parar a la basura, con los efectos medioambientales que eso supondría. La iglesia Presbyterian Church de Detroit los ha acogido desinteresadamente. Es el centro neurálgico y de procesamiento de los alimentos en sus cocinas. Las llaman upcycling kitchens, y suponen la implementación de un proceso de reciclaje que los diferencia de cualquier otra iniciativa de donación de alimentos. Su objetivo no es luchar contra la pobreza alimentaria, sino evitar los efectos de contaminación ambiental. Claramente, sin embargo, "matan dos pájaros de un tiro": evitan el desperdicio orgánico y, de rebote, alimentan a más de mil personas cada semana.

Explícanos un poco el proceso desde que llegan los alimentos hasta que acaban en las mesas de reparto.
Las donaciones llegan los lunes, procedentes de restaurantes, mercados, supermercados, almacenes de distribución, gente que tiene huertos y no puede consumir todo lo que genera, escuelas de hostelería... En primer lugar, nosotros las vamos a recoger. Aparte, contamos con un equipo propio de cocineras. Solo contratamos a mujeres en edad de maternidad, con dificultad para poder trabajar, y nos adaptamos a su disponibilidad horaria. Se reúnen aquí en la cocina para planificar qué platos harán y cómo se distribuirán el trabajo. Todos los viernes salen mil comidas, que cualquier persona, independientemente de su estatus social, puede disfrutar. ¡Se te haría la boca agua si vieras todo aquello que sale de esta cocina!

¿Qué tipo de alimento os llega?
Son productos que no se podrían gestionar directamente como donación, ya sea por la forma de empaquetado comercial, por su estado de madurez o por otras razones, y que acabarían en la basura. Por ejemplo, centenares de plátanos a punto de no poder ser ingeridos porque están demasiado maduros. Nosotras, aquí, hacemos pan de plátano. También nos llegan platos cocinados en restaurantes o escuelas de cocina que no se han consumido y al día siguiente ya no los quieren calentar, y así, un largo etcétera.

¿Otros focos de acción?
Parte de nuestro trabajo también es hacer formación en los restaurantes y enseñarles cómo pueden reducir el despilfarro. Representamos un programa nacional que certifica y audita los restaurantes que cumplen la normativa de despilfarro, denominado The pledge on food waste. También asesoramos al Gobierno del Estado de Michigan en la implementación de leyes para reducir la cantidad de comida que acaba en los centros de reciclaje.

Parte de nuestro trabajo también es hacer formación en los restaurantes y enseñarles cómo pueden reducir el despilfarro

En Catalunya, en general, cuesta encontrar voluntarios en temas así. ¿Cómo es en vuestro caso?
Tenemos tantos voluntarios que no sabemos qué hacer. Muchos quieren ayudar a resolver dos de los grandes problemas que tiene la sociedad americana: la malnutrición y el impacto en el medio ambiente que tiene el desperdicio orgánico que no se gestiona. En los Estados Unidos, el voluntariado en agradecimiento a la comunidad donde vivimos forma parte de nuestras vidas, ni nos lo cuestionamos. Lo hacemos y punto. Dedicar tiempo a ayudar a los otros siempre tiene un retorno personal, no lo dudes.

Los Estados Unidos es el país del mundo donde se tira más comida, aproximadamente 80 billones de libras, y, mientras tanto, 35 millones de personas sufren malnutrición a causa de la pobreza.
Como país producimos el doble de comida que se necesita para alimentar a toda la población. El primer motivo de despilfarro es la cultura de tirar, no solo comida, sino de todo. Tiramos y consumimos sin freno. Otra razón sería que no existe ningún sistema que conecte el exceso sobrante de alimentos a la gente que lo necesita o que lo pueda consumir antes de que se estropee. Hay muchas organizaciones que hacen caridad y reparten producto seco (legumbres, cerealess, etc.), pero no somos capaces de llegar a muchas toneladas de comida fresca que acaba en los centros de reciclaje. Tenemos un sistema que está programado para producir más comida de lo que podemos llegar a consumir, pero no para que llegue a todo el mundo. Muy triste.

Basura|Maleza / Foto: Pexels
Estados Unidos es el país del mundo donde se tira más comida / Foto: Pexels

La prevención podría empezar por identificar cuál es el perfil de individuo que tiende más a tirar.
Aquellos más propensos a tirar la comida son los que viven en familias de pocos miembros. Cuanto mayor es la familia, más alta es la probabilidad de que se coman las sobras. Los empaquetados de la comida normalmente están pensados para familias de cuatro. Otro grupo sería el que compra para dos semanas o más, que tienden a comprar mucha más comida de lo que podrán consumir. En cambio, aquel que va al mercado cada semana no malbarata tanto. Hay estudios que demuestran que la gente que va al mercado y compra directamente del campesino tiene más cuidado de la comida y la tira menos, ya que se crea una conexión entre quien cultiva y quien recibe el producto como un tesoro. El estudio compara este vínculo con la gente que compra en grandes superficies, donde las estanterías de la comida están al lado del papel de inodoro, y así demuestra que no se da el mismo valor a lo que se compra. Otro grupo de población que tiende a tirar es el que tiene niños pequeños que comen poco. Os quedaríais parados de la cantidad de comida que se tira cuando el niño dice basta. Tampoco podemos olvidar toda aquella comida que nos parece que se ha estropeado por fecha de caducidad y lo tiramos sin olerlo ni probarlo. La gran mayoría está perfecto para ser consumido.

La mejor manera para convencer de que no se tire comida es hacer entender o demostrar que hay gente que la necesita

Claramente, dar a conocer los datos de despilfarro a la población no cambia las estadísticas. ¿Cómo se puede llegar a convencer a la gente?
La mejor manera para convencer de que no se tire comida es hacer entender o demostrar que hay gente que la necesita. Los humanos pensamos que el impacto individual no es importante, y no nos sentimos nada culpables. En cambio, si nos esforzamos en explicar todas las iniciativas que gestionan el despilfarro, el impacto es mucho mayor, y es cuando nace el sentimiento de culpabilidad cuando tiramos comida.

¿Qué consejos darías en los restaurantes para evitar este gran problema?
La gran mayoría de establecimientos sirven porciones demasiado grandes. Estamos promoviendo un programa que invita a implementar un sistema de precio fijo por menú, pero puedes repetir tantas veces como quieras. De entrada, sin embargo, se sirven porciones más pequeñas y mucho más razonables. Es crucial que los cocineros salgan de las escuelas bien formados para, así, evitar el problema. ¿Verdad que si un trabajador de un banco tira a la basura el dinero que le ha caído al suelo tendrá asuntos serios? Se tendría que dar el mismo valor a los alimentos. El buen mantenimiento lo que se tira y por qué, es apuntarlo en un registro y hacer una valoración semanal para identificar qué podemos cambiar para no malbaratar tanto. Si servimos acompañamiento de calabacín y vuelve todo a la cocina, igual es que deberíamos servir otra cosa.

¿Piensas que hay bastante información para que la gente haga compostaje?
El problema que tenemos en los Estados Unidos es que no tenemos las infraestructuras para poder hacer un buen compostaje. El sistema de gestión de residuos norteamericano no está preparado para asumir el desperdicio orgánico. Vale dinero y no se prioriza.

¿El Gobierno Federal se toma seriamente el despilfarro alimentario?
El Gobierno Federal empieza a dar importancia al tema. El primer presidente que empezó a hacer algo al respecto fue Obama. Sorprendentemente, Trump siguió, y Biden ahora está destinando bastantes esfuerzos a ello. Sin embargo, se da mucho apoyo a iniciativas de donación de alimentos y poco a las organizaciones que nos focalizamos en erradicar el problema de raíz. Son políticamente más sexis, dejémoslo así.