La naranja es, sin ningún tipo de duda, una de las frutas más emblemáticas de la dieta mediterránea. Su sabor equilibrado entre el dulce y el ácido, su versatilidad culinaria y su riqueza nutricional la convierten en una de las opciones más apreciadas tanto por consumidores como por profesionales de la gastronomía. Pero más allá del placer que proporciona, la naranja esconde virtudes que la sitúan como un alimento funcional de primer orden.
Comida naranja cada día: todos los peligros
Originaria del sureste asiático, la naranja llegó a la península Ibérica a través de las rutas comerciales árabes a la edad media. Con el paso del tiempo, su adaptación al clima mediterráneo fue excelente, especialmente en las tierras del País Valencià, que hoy día es el principal productor en el Estado español. Sin embargo, en Catalunya también se cultivan naranjas, aunque en menor escala. Las comarcas de las Terres de l'Ebre, como el Baix Ebre y el Montsià, concentran la producción catalana, aprovechando la suavidad del clima y la fertilidad de los suelos fluviales. Estos cítricos ebrenses, a menudo de producción más artesanal y orientada al mercado local, tienen una calidad magnífico y un valor añadido que hay que reivindicar.

Desde un punto de vista nutricional, la naranja es una fuente destacada de vitamina C, esencial para el buen funcionamiento del sistema inmunitario y la síntesis de colágeno. También aporta flavonoides con propiedades antioxidantes, fibra soluble —sobre todo si se consume con la pulpa— y ácido fólico, imprescindible para procesos celulares clave. Su consumo habitual se ha asociado a una reducción del riesgo cardiovascular, a la mejora de la digestión y a una mejor absorción del hierro no hemo, especialmente importante en dietas vegetarianas o en casos de anemia.
Fuente de vitamina C y antioxidantes, la naranja es una aliada saludable, pero con una pequeña excepción

Por otra parte, la naranja es una fruta baja en calorías y con un alto poder saciando, cosa que la hace idónea para dietas de control de peso. Su aplicación en la cocina es casi infinita: desde zumos naturales y postres hasta reducciones para platos salados, vinagretas o confitados. Además, la piel, rica en aceites esenciales, puede utilizarse para aromatizar licores, pasteles o infusiones.
El peligro del exceso de naranjas
Sin embargo, no todo son virtudes. En su perfil nutricional destaca también el potasio: por cada 100 gramos de porción comestible, la naranja contiene unos 200 mg de este mineral, y una ración media (225 g) puede llegar a los 329 mg. Este componente, a pesar de ser esencial para la función muscular y el balance electrolítico, puede resultar problemático para las personas con enfermedades renales. Según advierte a la Fundación Española de la Nutrición (HIENDE), los pacientes con insuficiencia renal crónica pueden tener dificultades para eliminar el exceso de potasio, hecho que puede comportar complicaciones graves. Por lo tanto, aunque la naranja es una joya nutricional y gastronómica, conviene tener presente que, como pasa a menudo con los grandes alimentos, su consumo tiene que adaptarse a las condiciones particulares de cada persona.