Cuando llega la Navidad y las bandejas de dulces empiezan a aparecer en cada casa, hay dos protagonistas que se disputan el cariño del público: los polvorones y los mantecados, dos bocados que muchos confunden por su aspecto parecido pero cuya historia y elaboración guardan diferencias más profundas de lo que parece. Aunque ambos comparten ese toque tradicional que nos transporta a los inviernos de nuestra infancia, lo cierto es que mucha gente sería incapaz de explicar en qué se distinguen, porque su origen popular, su evolución a lo largo de los siglos y la diversidad de recetas familiares han creado un universo dulce donde todo se mezcla y casi nada es taxativo. Aun así, entender por qué uno existe gracias al otro y qué los separa realmente es una forma preciosa de conectar con la repostería navideña más auténtica.
Polvorones y mantecados: las diferencias que casi nadie sabría explicar
Para empezar, conviene aclarar que el mantecado es el dulce primitivo, el ancestro directo del que más tarde nacería el polvorón. A lo largo de la historia, los mantecados fueron apareciendo en distintas zonas de España bajo múltiples variantes, siempre con un denominador común: una masa hecha con harina tostada, manteca de cerdo y azúcar, que en ocasiones llevaba canela o ajonjolí. Este dulce sencillo, contundente y pensado originalmente como una forma de aprovechar excedentes, se elaboraba ya en Andalucía en el siglo XIX, aunque los antecedentes más remotos apuntan a recetas de herencia hispanomusulmana donde la harina tostada y las grasas eran protagonistas. La alquimia del mantecado, no obstante, se consolidó gracias a la figura de doña Micaela, creadora de los famosos mantecados de La Colchona, que perfeccionó la técnica de tostar la harina para lograr una masa más duradera y con una textura tan suave que aún hoy sigue siendo referente.

El polvorón, en cambio, es la evolución más refinada de ese dulce inicial. Su nombre procede de la textura que se deshace en polvo al morderlo, un rasgo que se consigue gracias a un ingrediente muy concreto: la almendra molida, que comenzó a incorporarse a principios del siglo XX y que cambió para siempre la identidad del producto. Esta almendra aporta un sabor más profundo, una textura ligeramente más arenosa y un aroma característico que diferencia al polvorón del mantecado más purista. Por eso, aunque ambos compartan muchos ingredientes, la presencia destacada de la almendra es la clave para reconocer un polvorón sin dudas, tal como defienden confiteros y maestros pasteleros.

La presencia de la almendra es la clave para reconocer al polvorón
Hoy en día, tanto mantecados como polvorones tienen protección con Indicación Geográfica Protegida en localidades como Estepa, auténtico epicentro de su elaboración moderna. Pese a las múltiples versiones que se han creado, con chocolate, coco, limón, avellanas o incluso fórmulas veganas, lo esencial permanece: el mantecado es la raíz, el origen; el polvorón, su descendiente directo, más sofisticado y asociado de forma casi inseparable a la Navidad. Entender esta diferencia permite disfrutar con más conciencia de un dulce que, aunque parezca simple, está cargado de historia, tradición y un saber hacer que ha sobrevivido generación tras generación.