Seguro que más de una vez has cogido una malla de frutas o verduras en el supermercado sin pararte a pensar demasiado en su presentación. Pero lo cierto es que el color de esas redes no está elegido al azar. Las naranjas suelen ir en mallas rojas, los limones en amarillas y las cebollas en blancas o moradas. Esa estrategia no es casualidad: busca resaltar visualmente la frescura y la intensidad del producto para hacerlo más atractivo a nuestros ojos. Este efecto tiene un nombre: la ilusión de Munker, una curiosa distorsión óptica que los supermercados aprovechan a su favor.
La ilusión de Munker: el truco de los supermercados
Esta ilusión se basa en un fenómeno de asimilación cromática. Lo que ocurre es que el color percibido de un objeto cambia según el entorno que lo rodea. Dicho de otra forma: nuestra percepción del tono central se ve modificada por los colores que lo enmarcan. La consecuencia práctica es evidente: terminamos creyendo que una fruta es más jugosa o fresca de lo que realmente es, simplemente porque el contexto cromático así nos lo sugiere. Y sin darnos cuenta, ese engaño visual puede condicionar nuestra elección de compra.

El marketing alimentario ha sabido explotar esta ilusión hasta límites insospechados. No se trata solo de aplicar psicología del color, sino de manipular directamente cómo percibimos un alimento. Por eso los supermercados, restaurantes y campañas publicitarias diseñan cuidadosamente fondos, envases y anuncios para despertar nuestro apetito. Un fondo verde hace que algo parezca más natural y saludable; uno rojo intensifica la sensación de frescura en frutas o carnes. Y en bebidas, el azul transmite mayor frialdad, mientras que franjas rojas o verdes pueden hacer que un zumo de naranja resulte más apetecible.
No se trata solo de aplicar psicología del color, sino de manipular directamente cómo percibimos un alimento
Los efectos van más allá de lo visual: también influyen en cómo creemos que sabe un producto. Se ha demostrado que asociamos el rojo con lo dulce y maduro, el verde con frescura o acidez, y los tonos oscuros con sabores intensos o sofisticados. Así, la percepción de dulzor, jugosidad o incluso calidad puede depender más del envoltorio o del contexto visual que del propio alimento. De hecho, un helado fotografiado sobre fondo blanco puede parecer más cremoso que el mismo helado sobre un beige.

En la industria de la comida rápida, esta lógica se lleva al extremo. No es casual que muchas cadenas usen el rojo y el amarillo en su decoración: el primero estimula el apetito y la energía, mientras que el segundo transmite alegría y rapidez. Es un cóctel cromático diseñado para que comas más y más deprisa, un ejemplo perfecto de cómo la ilusión de Munker y la psicología del color se combinan para influir en tus decisiones. Hoy en día la tendencia va incluso más allá, apostando por colores poco convencionales en los envases para despertar la curiosidad del consumidor y ofrecer experiencias distintas. Los tonos vivos generan ganas de probar cosas nuevas, mientras que los más suaves o clásicos transmiten familiaridad y confianza. Como ves, el color es una herramienta de manipulación poderosa y silenciosa, capaz de moldear tus elecciones sin que apenas lo notes.